Netflix lleva a la pequeña pantalla la historia de El monstruo de Florencia, gracias a Stefano Sollima, que dirige los cuatro episodios de la miniserie, y a Leonardo Fasoli, que ha escrito junto a él los guiones, inspirándose de forma obsesiva para todos los diálogos en las actas procesales y en los documentos de la investigación.



El monstruo de Florencia

Crítica de 'El monstruo de Florencia'

Ficha Técnica

Título: El monstruo de Florencia
Título original: Il Mostro

Reparto:
Giacomo Fadda (Francesco Vinci)
Marco Bullitta (Stefano Mele)
Luigi Camillo
Valentino Mannias (Salvatore Vinci)
Antonio Tintis (Giovanni Mele)

Año: 2025
Duración: 60 min por capítulo aprox.
País: Italia
Creado por: Leonardo Fasoli y Stefano Sollima
Guion: Leonardo Fasoli y Stefano Sollima
Fotografía: Paolo Carnera
Género: Drama
Distribuidora: Netflix

Filmaffinity

IMDb

Tráiler de 'El monstruo de Florencia'

Sinopsis de 'El monstruo de Florencia'

El monstruo de Florencia es un drama descarnado basado en hechos reales que narra la historia del Monstruo de Florencia, mientras la policía se afana en atrapar a un asesino en serie que aterroriza a parejas. (NETFLIX).



El monstruo de Florencia
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La decadencia infinita

Sollima, que desde Romanzo Criminale había marcado un giro en la estancada ficción italiana, imponiendo un nuevo ritmo y huella estilística. Aunque parece haber elegido para El monstruo de Florencia una forma completamente diferente. El ritmo es mesurado, la música es casi exclusivamente diegética. La observación de un pequeño mundo provinciano atrasado, patriarcal y abusivo le quita todo el glamour a la historia. Sumerge a los personajes en una miseria que marca y de la que nadie sale indemne.

La historia del Monstruo de Florencia es uno de los pozos negros más profundos de Italia. Cada una de las líneas de investigación relacionadas con los asesinatos de las parejas saca a la luz historias terribles que miran directamente al abismo del país de Sollima. Una humanidad a menudo capaz de crueldades atroces, parábolas que cuentan una parte del país que habitualmente se ignora. Una provincia oscura y malévola, cuyas estructuras sociales se sostienen sobre las miradas sombrías en la plaza, los rumores, el miedo, las omisiones, las prisiones familiares.

Desde el comienzo Sollima construye sobre esto una atmósfera de ambigüedad perpetua, en la que ningún personaje parece exento de zonas oscuras. Cada figura podría esconder un secreto inconfesable, un carácter opuesto a las apariencias, el del Monstruo. Como otras historias criminales, es ante todo el relato de personalidades que parecen inofensivas, pero que en realidad esconden caracteres mucho más peligrosos y salvajes.

La serie no narra una caza del Monstruo de Florencia, sino de todos los monstruos y presuntos monstruos que se han identificado a lo largo del tiempo. Es el análisis de un modelo abusivo que se refleja desde el pasado hasta nuestros días. La madre de una de las víctima pregunta a los investigadores por qué se ha dado un suceso tan terrible. Sollima trata de responder a esa pregunta inicial durante las cuatro horas que dirige.

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De la Toscana a Cerdeña 

La línea narrativa se centra por completo en las investigaciones que giran en torno a la reapertura del caso del primer asesinato. El de 1968, que se produjo en un clima pernicioso de abusos domésticos dentro de la comunidad sarda en los pueblos y campos a las afueras de Florencia. Se trata de una de las pistas menos conocidas por la opinión pública del país transalpino. Esto aleja a Sollima y a su coguionista Leonardo Fasoli de revisar el material televisivo previo, bastante popular en Italia. Las escabrosas tramas de la llamada pista sarda deben reconstruirse prácticamente desde cero para el espectador. Al contrario de lo que le ocurre en Suburra aquí Sollima se limita a narrar una parte de la investigación. Aquí no sentimos esa condensación de tramas, aunque corre el riesgo de alargarse en exceso como es habitual en las series, bordea bien el precipicio.

Estas historias de hermanos, esposas, traiciones, homosexualidad reprimida, violencia y mentiras se escenifican a través de una estructura de planos temporales cruzados. Al comienzo resulta un poco mecánica, pero luego encuentra su camino en la vía monográfica. Con episodios individuales dedicados a cada uno de los protagonistas clave del asunto. La atención se centra sobre todo en Barbara Locci y en sus intentos por emanciparse de un destino decidido por la ancestral jerarquía que la rodea.

«Hay una especie de pecado original en torno a la historia del Monstruo de Florencia», explica el director. «Es como si cualquiera que haya estudiado o simplemente se haya informado sobre su figura tuviera su propia teoría con la que luego intenta manipular la realidad. No podíamos ni queríamos que eso sucediera en la serie. Todo comenzó leyendo libros escritos por los investigadores y recopilando artículos periodísticos de personas que siguieron los casos. Nos pusimos a trabajar con material judicial y procesal, reconstruyendo las escenas basándonos en peritajes jurídicos y balísticos. Hubo una reordenación necesaria que nos llevó a comenzar la historia desde el principio y, por lo tanto, desde la pista sarda».

La serie intenta reconstruir una atmósfera, un entorno, y sobre todo narrar el contexto en el que se gestaron los crímenes. Un ambiente constituido por un brutalismo arcaico, de familias abusivas, que hacen respetar el honor a toda costa, practican el incesto, rechazan la homosexualidad, combinan los matrimonios y no dudan en sugerir la violación para mantener su estatus.

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De lo procedimental al giallo

La narración de Sollima juega con las pistas falsas, las rectificaciones y las revelaciones. Esa naturaleza efímera de sus testigos, que no son nada fiables, mentirosos por convicción, por oportunidad, por cálculo. Lo cual obliga a volver continuamente sobre los mismos acontecimientos para revisarlos de forma diferente según las nuevas versiones, anulando cualquier sesgo de verdad. Volver sobre lo ya mostrado en los episodios anteriores, pero añadiendo detalles o negándolos, reescribiendo las verdades, cambiando el punto de vista. Una práctica habitual de las ficción estadounidense que El monstruo de Florencia aplica con audacia. La línea tutelar podría ser la de David Fincher, desde Zodiac hasta Mindhunter. Aunque Sollima se aleja del protagonismo de los investigadores como personajes, para otorgárselo a la investigación como análisis de la sociedad.

A pesar de las concomitancias, la dirección de Sollima muestra el carácter necesario para permitirse una vez más esos vértigos visionarios tan personales. Imágenes capaces de atravesar y reinventar espacios y paisajes, como esa Roma de pesadilla en Adagio. Basta con ver aquí el increíble inicio con la novia de blanco que huye por los campos, perseguida por la familia de su futuro marido. O el tercer episodio con la cita nocturna clandestina de Giovanni Mele, estructurada como un claro homenaje al cine de terror italiano. Esas suspensiones asesinas de Argento y otros directores, con esa selva de mirones que se mueve entre las ramas, iluminada por los faros, y la huida en el cementerio oscuro.

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El género como analista social

El contexto de la Italia de las tres décadas en las que se desarrollan los episodios, los años sesenta, setenta y ochenta, se mantiene en una suerte de plano suspenso. Apenas distinguible si no fuera por las canciones que suenan en la radio. La reconstrucción de la época es inédita en su sordidez y en su intento de crear una amalgama conjunta de décadas.

Clara indicación de la dirección que la serie quiere imprimir a la evocación de estos asesinatos, llevados a la mirada del presente. Porque se narran, ante todo como crímenes contra las mujeres, cometidos por hombres que odian a las mujeres. Intención declarada por Sollima y que se refleja a la perfección en las imágenes, no solamente en los diálogos. Siguiendo la línea ideológica de su padre, en casi toda su obra deja impronta de la misma, sin temor alguno, pero con una elegancia muy difícil de encontrar actualmente.

El monstruo de Florencia es una serie que realiza la autopsia de un país mezquino, atravesado por una violencia ancestral, una represión sexual que encuentra formas explosivas y desviadas de manifestarse en la oscuridad de la noche y en las habitaciones cerradas de las bellas familias italianas. Se convierte en una suerte de Memories of Murder a la italiana, la radiografía de toda una sociedad a través de la investigación criminal. Los personajes utilizan un idioma opresivo, amenazante y con intenciones de chantaje, la violencia va mucho más allá de la que ejerce el Monstruo. Vemos cómo se adhiere al tejido cultural y social, contagiando todas las relaciones.

El monstruo de Florencia
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Las imágenes de Sollima

La fotografía de Paolo Carnera, habitual colaborador del director, ahoga en la oscuridad de la noche florentina los misterios y a los culpables. Tiene una forma de filmar los escenarios de los crímenes con una luz pesadillesca. Un aura de cuadro terrorífico por el contraste de la escasa luz y los colores extrañados.

Sollima, tras varias películas, vuelve a trabajar para Netflix, para la que ya rodó su magnífica Adagio. Incluso en el territorio menos brillante de la televisión, se muestra como gran director, uno de los pocos que conoce el género, y lo plasma en la pantalla en el panorama del cine actual. Es uno de esos directores a los que les ha tocado vivir una época bastante mala de la industria del cine, en general, y en particular en su propio país.

Basta con repasar el asesinato de la pareja gay alemana en 1983. Mientras la radio emite las notas de Vangelis, el chico pronuncia el monólogo de Rutger Hauer al final de Blade Runner, por lo que el tiempo de morir del replicante se superpone a la hora final de los amantes, acribillados a tiros en su caravana. Una secuencia terrible, y rodada de forma magistral, con una planificación perfecta. Al igual que la reconstrucción del crimen de Scopeti, el último del monstruo, con los disparos que florecen en los agujeros de la tienda. Las tomas del asesinato se escenifican parcialmente en el campo, en la medida que lo permite el presupuesto de producción.

Sollima tiene una forma de afrontar la violencia muy directa, a pesar del respeto que muestra aquí. Los asesinatos están captados de una manera que no es habitual cuando se trata de este tipo de asesinos. No tienen espíritu de ritual, son actos muy salvajes y directos, una descarga de todo el ambiente desesperanzador que rodea a la Italia de Sollima.

La serie se puede contemplar como un todo, en el que se hacen ciertas pausas como espectadores. No hay cliffhanger entre capítulos para provocar esa fiebre entre el público, es cine de larga duración y estrenado en plataformas de televisión. Las dudas se centran en las limitaciones propias del tipo de proyecto, no en las imágenes de Sollima, hay poco que decir, queda verlo y sentirlo.

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