Estrenada en 2009 previo paso por el Festival de San Sebastián, Hadewijch es una de las obras más estimulantes del francés Bruno Dumont por ser capaz de albergar, dentro de un intenso relato sobre la fe y la pasión, la mayoría de los rasgos identitarios que hacen de su director uno de los autores más complejos del panorama cinematográfico contemporáneo. Pero también, por mostrar una versión más flexible de sus elementos formales distintivos. Todo al servicio de una película sorprendente, desconcertante, y finalmente conmovedora.
Crítica de 'Hadewijch'
Resumen
Ficha Técnica
Título: Hadewijch
Título original: Hadewijch
Reparto:
Julie Sokolowski (Céline vel Hadewijch)
David Dewaele (David)
Yassine Salim (Yassine Chikh)
Brigitte Mayeux-Clerget (La madre superiora)
Karl Sarafidis (Nassir Chikh)
Año: 2009
Duración: 105 min.
País: Francia
Director: Bruno Dumont
Guion: Bruno Dumont
Fotografía: Yves Cape
Música: Eric Gleizer
Género: Drama. Religión
Distribuidor:
Tráiler de 'Hadewijch'
Sinopsis
Abrumada por la fe ciega y el fervor de la joven novicia Hadewijch, la madre superiora la manda fuera del convento. Hadewijch vuelve entonces a ser Céline, una joven de veinte años, hija de un diplomático. Su apasionado amor a Dios, su rabia interior y su encuentro con Yassine y Nassir la conducen por caminos peligrosos.
Un cine de contrarios
Hay quienes sostienen que el cine de Bruno Dumont es un constante diálogo entre contrarios (amor y odio, bien y mal...) que concluye siempre que estos son caras de la misma moneda. Lo cierto es que esta idea atraviesa la totalidad de las obras que anteceden a Hadewijch y en esta película está presente de una forma muy particular, pues se manifiesta en forma de debate sobre la fe, asunto que apasiona a Dumont, quien pese a ser abiertamente ateo, está muy interesado en la espiritualidad y lo trascendental.
Hadewijch nos presenta la historia de Céline (Julie Sokolowski), una joven francesa que reside en un convento de monjas, pero cuya pasión exacerbada por Dios le supone una expulsión del templo y un retorno a París con el objetivo de paliar su fe descontrolada. Sin embargo, será en la capital del país donde descubrirá que el fanatismo no es más que un puente entre el amor y el odio.
Dumont como nunca, Dumont como siempre
En la película están presentes elementos muy reconocibles del trabajo de Bruno Dumont, como la apuesta por actores no profesionales que dan resultados muy sorprendentes, el diálogo mínimo para evitar la sobre explicación, la acción muy reducida en busca de la contemplación, el uso de escenarios que reflejan el sentir de sus personajes o las tomas de larga duración que desafían al espectador… Podría entenderse Hadewijch, por lo tanto, como una buena síntesis de lo que es su obra. Sin embargo, Dumont se muestra ambicioso replanteándose posturas formales como la elección de su formato de imagen, apostando por un cerrado 1.66:1 en lugar de su habitual 2.35:1, muchísimo más ancho, o la inserción de música extradiegética en la recta final, que eleva el dramatismo del cierre de la película.
Y es tal vez, precisamente, por la convicción con la que Bruno Dumont parece encarrilar la película, que Hadewijch resulta una de sus obras más logradas y potentes. Completamente alejado, como siempre, del estudio sociológico, el director plantea una película particularísima que reflexiona, entre otras cosas, sobre la corrupción de la fe por parte de los poderes religiosos y a la que la suma de todos los atributos de puesta en escena le permite alcanzar esa sensación de misticismo tan anhelada por el realizador francés (presente, por ejemplo, en L'humanité), especialmente en una resolución de una emotividad apabullante.
El que espere respuestas saldrá muy posiblemente decepcionado, porque el de Dumont es un cine que rehúye de las expectativas y que no busca reafirmar al espectador. Hadewijch es a todos los efectos una película representativa de una concepción del arte más sensorial que elemental y, si nos remitimos a los hechos, su autor es un maestro en ella.
Conclusión de 'Hadewijch'
En un panorama cinematográfico dominado por obras de precipitado consumo y aún más rápida digestión, se vuelve muy importante reivindicar a autores como Bruno Dumont, cuyas películas resultan siempre estimulantes, entre otras cosas, por su mirada tan particular hacia la existencia humana y por su radicalismo formal. Hadewijch, al igual que otros de sus grandes trabajos como L’humanité, es un excelente ejemplo de lo que ofrecen las películas del director francés. Una pieza valiosa y que evidencia su relevancia como autor.
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