"La Cantina": Celebrar el nacimiento y el ocaso

La Cantina nos muestra una extraña cantina con sabor a México donde se oficiará el rito… llegó la hora de celebrar la vida y honrar a nuestros ancestros. La Flaca, la Pelona, la Llorona y la Calaca son las perfectas anfitrionas que compartirán risas y tequila con distintos personajes- marionetas que ya han pasado “a mejor vida”, y que a través de sus reflexiones y juegos sensoriales te invitan a festejar como si fuera la primera vez o la última.

“Ya que totalmente nos vamos, gocemos la vida, brindemos con tequila, porque nunca sabemos cuándo vendrá LA MUERTE a bailar con tus huesos”. (TEATRO EN EL AIRE). 

Un ritual vital

La compañía Teatro en el Aire continúa con su labor teatral, representando obras de gran calidad como La Cantina. Esta pieza reflexiona mediante un ritual en vivo sobre la vida y la muerte. Por tanto, ofrece un relato donde el espectador no es un mero observador, sino que participa activamente en la dinámica. Gracias a ello, se deja envolver por los distintos estadios por los que transcurre la experiencia. Ambientada en los que podría ser el Día de Muertos de México, el jolgorio y la celebración es una pieza clave, pero también la emoción, la nostalgia e, incluso, el miedo. Una pieza muy completa ante un tema de gran complejidad, lo que indica la gran sensibilidad e inteligencia de sus creadoras. Una exquisitez que, si se tiene la oportunidad de degustar, no se debe dejar pasar.

Tres cantineras reciben a los espectadores en La Parcería, iniciando así el viaje que van a realizar. En primer lugar, Lidia Rodríguez ejerce de maestra de ceremonias, con una energía muy sensitiva, calma, totalmente dentro de la esencia de la obra. Junto a ella, sus compañeras, Laura de Casas y Rocío Herrera, las cuales se sumergen de lleno en el éxtasis del inicio. Después, las tres ejercen un trabajo actoral de alto nivel, no solamente mediante su labor dramática, sino también la expresión corporal, el movimiento, la voz, la música… Utilizan diferentes vehículos artísticos, que logran encumbrar su labor escénica. Tres artistas de los pies a la cabeza, que ponen cuerpo y alma, prueba de ello es la buena sintonía que confeccionan con cada uno de los asistentes. Maravillosas.

Un viaje sensorial

No es lo mismo que lo cuenten, que vivirlo y eso es lo que ocurre con La Cantina. Esta propuesta teatral merece la pena ir sin saber mucho sobre ella, para dejarse sorprender por lo que va aconteciendo a cada momento. La propuesta escénica plantea un convite, donde los asistentes irán sentándose alrededor de una mesa. El espacio irá transformándose, de una manera efectiva y llena de ingenio. Asimismo, se hace un uso de la iluminación pertinente, agregando importancia a lo sensorial, más allá de los ojos, mediante estímulos que enriquecen el montaje al completo. También se aplaude el uso de los diferentes elementos que van apareciendo a lo largo de la obra, siendo un auténtico universo lleno de símbolos, cultura popular, socarronería y emoción. Solo se va a mencionar un elemento de uno de los momento más especiales: cerillas.

La composición musical forma una sinergia con el espacio teatral que, pese a algunas limitaciones técnicas, ello no le echa para atrás para hacer una propuesta completa. La estética contiene una delicadeza, así como un atractivo muy bien plasmado, tanto en lo más cotidiano como en figuras como las que se ven durante el final de la obra. Asimismo, el vestuario contiene un diseño espléndido, tanto en sus cantineras, como en su maestra de ceremonias durante la liturgia de la despedida. Punto extra a los brindis, a los manjares que se exponen y a la comunión que se realiza en la sala. Una forma de explorar un teatro que se sale de la norma y que regala una propuesta absolutamente embriagadora.

Conclusión

La Cantina es una experiencia magistral, llena de sentimiento, hilaridad, cercanía y mucha inteligencia. Un ritual teatral inmersivo que cautiva a los espectadores, que se sumergen de lleno en un viaje sobre la vida y la muerte desde distintas perspectivas. Así, reflexión, diálogo, diversión, un compendio muy bien ejecutado, una delicia compartida. Asimismo, Lidia Rodríguez, Laura de Casas y Rocío Herrera son auténticas artistas, invaden con su talento la sala y su compromiso llega hasta el final. Maravillosas. Por otra parte, la propuesta escénica es el culmen de todo este universo, con una combinación de lo sensorial, lo artístico, lo vivencial y lo sentimental, una puesta en escena sobresaliente y muy personal. El manjar de los sentidos se sublima en una liturgia sobre la muerte, que no solo hace pensar, sino disfrutar, emocionarse, llorar... en conclusión, vivir.

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