En pleno 2025, cansados ya de tanto explotación del género, Joachim Rønning retoma la antorcha con Tron: Ares, la tercera entrega de la saga, y lo hace con el propósito claro de devolver el corazón a una franquicia que siempre fue más fascinante que cálida. Lo logra a medias, pero con una identidad y una convicción que la convierten en el capítulo más humano (y quizá el más valiente) de la serie. Estreno el 10 de octubre de 2025 en salas de cine españolas.
Han pasado más de cuarenta años desde que un programador entró por primera vez en el interior de una computadora y cambió para siempre la relación del cine con el espectro digital. Tron (1982) fue una rareza incomprendida, un salto al vacío tecnológico que abrió una grieta en la imaginación del cine comercial. En 2010, Tron: Legacy recuperó aquel universo con un despliegue visual hipnótico y la icónica banda sonora de Daft Punk, pero también con una frialdad que la alejó de su potencial emocional.
Crítica de 'Tron: Ares'
Resumen
Ficha Técnica
Título: TRON: Ares
Título original: TRON: Ares
Reparto:
Jared Leto (Ares)
Greta Lee (Eve Kim)
Evan Peters (Julian Dillinger)
Hasan Minhaj (Ajay Singh)
Jodie Turner-Smith (Athena)
Arturo Castro (Seth Flores)
Cameron Monaghan (Caius)
Gillian Anderson (Elisabeth Dillinger)
Jeff Bridges (Kevin Flynn)
Sarah Desjardins
Brad Harder (Lector)
Jay Durant (Reportero)
Shalyn Ferdinand (Policía de autopista)
Año: 2025
Duración: 119 min.
País: Estados Unidos
Director: Joachim Rønning
Guion: Jesse Wigutow, Jack Thorne. Personaje: Steven Lisberger, Bonnie Macbird
Fotografía: Jeff Cronenweth
Música: Nine Inch Nails, Trent Reznor, Atticus Ross
Género: Ciencia ficción. Acción
Distribuidor: Walt Disney Studios Motion Picture Spain
Tráiler de 'TRON: Ares'
Sinopsis
Cuenta la historia de Ares, un programa altamente sofisticado que es enviado desde el mundo digital al mundo real en una misión peligrosa, marcando el primer encuentro de la humanidad con seres de inteligencia artificial.
Dónde se puede ver la película en streaming
Invasión del mundo digital
En el universo de Tron, el Grid ha sido siempre el espacio mítico, un mundo digital donde los programas informáticos poseen conciencia, emociones y destino. En esta ocasión, Joachim Rønning propone una inversión total a través de un programa que logra escapar de su connatural corsé para entrar en el mundo real. Esa colisión entre lo virtual y lo humano es el gran motor de la película, tanto a nivel narrativo como simbólico.
El resultado de Tron: Ares es un relato de ciencia ficción que dialoga con la inteligencia artificial desde lo metafísico más que desde lo apocalíptico. El protagonista no busca destruir ni dominar, sino comprender. Su anhelo no es el poder, más bien la identidad. Y ahí está la clave de una película que trasciende a la concepción de máquina y penetra en la necesidad de sentirse vivo. Por ello el cineasta noruego filma este conflicto con una estética poderosa y coherente. Los paisajes digitales ya no son meros decorados, sino ecos visuales del alma de sus personajes. El neón sigue siendo la materia prima, pero ahora no deslumbra: arde.
Jared Leto es un 'Pinocho' digital
Jared Leto ofrece una interpretación sorprendentemente contenida. En lugar de construir un héroe mesiánico, compone una criatura extraña, inquietante y casi infantil, que va descubriendo los matices de lo humano con curiosidad y desconcierto. Su Ares es, en el fondo, un Pinocho cibernético, un ser que quiere pasar de la programación lógica al sentido de la vida activo.
El actor equilibra misterio y vulnerabilidad, y por momentos transmite algo que trasciende el artificio: la fragilidad de lo artificial. Frente a él, Jeff Bridges regresa brevemente como Kevin Flynn, convertido ya en un mito crepuscular. Su presencia dota de emoción retrospectiva a la película, como si el propio espíritu de Tron observara con nostalgia su descendencia digital. Entre ambos personajes se establece una relación casi teológica, en la que el creador teme a su criatura, pero también la comprende. Y es en esa tensión, más emocional que narrativa, la cinta encuentra su lugar.
Diferente pulso sonoro, mismo éxito
Si Legacy respiraba con la elegancia electrónica de Daft Punk, Tron: Ares ruge con el pulso industrial de Nine Inch Nails. El trabajo de Trent Reznor y Atticus Ross es más que una banda sonora, es una corriente eléctrica que atraviesa el filme. Su música sustituye la armonía por la fricción, la melodía por el ruido. Cada golpe, cada zumbido metálico, parece el eco de una máquina que intenta latir.
Joachim Rønning aprovecha ese tono áspero para darle a la película una textura más orgánica y menos pulida. En lugar de buscar la perfección visual, apuesta por la imperfección emocional. Hay momentos en los que el sonido y la imagen se funden hasta rozar lo hipnótico, y otros en los que la saturación visual amenaza con devorar la emoción. Pero en ambos casos, la propuesta es coherente. Pensemos un instante: si el Grid invade el mundo real, también el ruido debe invadir el silencio.
Belleza, exceso y dirección
En lo visual, Tron: Ares es sencillamente deslumbrante. La fotografía juega con contrastes extremos: neones violentos sobre negros absolutos, reflejos que parecen circuitos y paisajes que recuerdan más a un sueño que a un render. Joachim Rønning filma con precisión quirúrgica, pero sin perder el sentido del asombro. Y aunque el exceso visual puede cansar, hay una diferencia fundamental respecto a Legacy, y es que aquí el exceso tiene propósito.
Donde Joseph Kosinski buscaba la perfección geométrica, Rønning busca la emoción imperfecta. La suya es una ciencia ficción con grietas, con textura, con heridas. A veces le sobra brillo, pero nunca intención.

El alma tras el resplandor digital
En el fondo estamos una parábola sobre la fe tecnológica. Habla del deseo de trascender las limitaciones humanas, pero también del miedo a perder lo que nos hace humanos en el intento. Ares encarna esa contradicción gracias a una máquina que quiere sentir, un algoritmo que anhela ser alma viviente.
Y es precisamente ahí donde la pieza se eleva sobre su máscara artificial. Tras su pintura de CGI y el diseño digital late una historia sobre la creación y el perdón, sobre la búsqueda de sentido en un mundo dominado por la técnica. No hay moraleja ni redención fácil, pero sí un gesto hermoso: el de una saga que, después de tantos años, sigue creyendo que la emoción puede sobrevivir al código.
Conclusión de 'Tron: Ares'
Tron: Ares no es perfecta. Es fría por momentos, ruidosa por exceso, irregular en ritmo y desbordante en ambición. Pero también es valiente, hermosa y profundamente coherente con lo que propone: una fábula cibernética sobre la posibilidad de sentir.
Visualmente incontestable, sonoramente demoledora y emocionalmente sincera, esta tercera entrega logra lo que parecía imposible: reconciliar el espectáculo digital con el pulso humano. No reinventa la saga, pero la resucita con dignidad, con un corazón de neón que, por primera vez en mucho tiempo, late de verdad.
Reportaje de Tron: Ares en Días de Cine TVE
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