Tras varios cortometrajes (Seis hombres enfermos (1967), El alfabeto (1968), La abuela (1970), y The Amputee (1974)) David Lynch irrumpió en los corazones y las mentes de los aficionados al cine de culto con su extraordinaria ópera prima, Cabeza borradora (Eraserhead). Realizada a lo largo de varios años mientras Lynch estudiaba cine en el American Film Institute donde invirtió 10.000 dólares en ella (el resto del dinero lo aportaron sus amigos Sissy Spacek, su marido Jack Fisk y el director de fotografía Frederick Elmes). En esta película incorpora elementos procedentes de la ciencia ficción y la pesadilla, construyendo una sorprendente historia dotada de un poder visual extraordinario, fiel reflejo del estilo que el realizador ha desarrollado en sus obras posteriores. Estrenada en salas de cine españolas el 28 de febrero de 1997.



Cabeza borradora película

Crítica de 'Cabeza borradora (Eraserhead)'

Ficha Técnica

Título: Cabeza borradora
Título original: Eraserhead

Reparto:
Jack Nance (Henry Spencer)
Charlotte Stewart (Mary X)
Allen Joseph (Señor X)
Jeannie Bates (Señora X)
Judith Roberts (Hermosa chica al otro lado del pasillo)
Darwin Joston (Paul)
T. Max Graham (El jefe)

Año: 1977
Duración: 90 min.
País: Estados Unidos
Director: David Lynch
Guion: David Lynch
Fotografía: Frederick Elmes (B&W)
Música: Peter Ivers
Género: Fantástico. Drama
Distribuidor: Avalon Distribución Audiovisual

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Tráiler de 'Cabeza borradora (Eraserhead)'

Sinopsis

Henry Spencer, un joven depresivo y asustadizo, sufre desde pequeño unas extrañas pesadillas de las que intenta liberarse a través de su imaginación. Un día, su amiga Mary lo invita a cenar a casa; se entera entonces de que ha sido padre de un bebé prematuro e inhumano. Mary y el extraño bebé se instalan en casa de Henry, donde un escenario iluminado tras el radiador muestra la presencia de una mujer. (Avalon Distribución Audiovisual)

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El planeta solitario

Hablar de Cabeza borradora (Eraserhead) es desentrañar la forma y estructura de un planeta solitario viajando a través de un cosmos sin fondo, al igual que quien le dio origen y causa, un David Lynch (Mulholland Drive, Carretera perdida) de 26 años establecido en el Instituto Americano de Cinematografía de Los Ángeles, en el que había ingresado en 1968, para seguir alimentando su ansia por dar movimiento a las pinturas que se deslizaban desde su mente.

Allí, día tras día, en el interior de unos apartamentos que él llamaría "Los establos", su genio crece en el más absoluto caos, entre su obligación paterno-marital con Peggy y la pequeña Jennifer y la puesta en marcha de un proyecto que no sabe le absorberá la vida durante largos años, partiendo del fracaso de un guión y la preparación de otro como mediometraje, el cual madurará en película.

En 1972, mientras el cine norteamericano toma nuevas vías y jóvenes desafiantes aparecen presagiando un gran cambio en los sistemas de Hollywood, Lynch se refugia en lo que considera "su mundo ideal", constituido principalmente por locales propiedad del instituto, junto a un equipo realmente pequeño que permanecerá a su lado por pura fidelidad y fe en su obra.

De los recovecos del inconsciente surge ese planeta, y en su interior se arremolinan los espectros. La cabeza de John Nance, amigo del director, se funde con este cosmos negro situado tal vez en ninguna parte o en un interior que no quiere revelarse, mientras un embrión deforme es expulsado de su garganta...

Los primeros minutos de Cabeza borradora (Eraserhead) se basan en la sensación visceral de una atmósfera generada desde lo orgánico y lo onírico por medio de imágenes impactantes. Si en "Persona" la cámara de Ingmar Bergman proyectaba un conjunto algo arbitrario, Lynch cruza de una "puerta" a otra, desfilando por la estela espectral de un sueño. Si en "Onibaba" Kaneto Shindo no se atrevía a entrar en el agujero del suelo, Lynch se arrastra por sus surcos interiores y sale de él a otra dimensión.

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La extraña realidad

El 1.º de los dos arcos trata la historia de un romance caído en un oscuro desastre entre Mary y Henry, álter-ego poco disimulado de David Lynch en el físico de un Eisenstein pequeño, que deambula entre los páramos industriales y devastados que a su alrededor se erigen, prestando atención el director de fotografía Fred Elmes a los más mínimos detalles del entorno, un espacio vaporoso tóxico, solitario, a modo de la superficie del asteroide ya visto e imitando los barrios de Philadelphia donde el cineasta vivía.

Aquí empiezan conflictos como la repulsión familiar, mostrado durante esa famosa cena con los padres de Mary, en una atmósfera opresiva donde la pérdida de la razón va ligada a la evolución de la industrialización y la frialdad. La electricidad anuncia lo inexplicable desde un rincón, la enorme camada del perro de la familia presagia una responsabilidad paterna, que es recibida con llantos y una nariz sangrante...

Desfile de situaciones dadas a la extrañeza y a la vez tocadas por un humor negro que subyace a la propia intimidad de Lynch y que sólo él puede entender, mientras evoca en la mezcla de crudo realismo y fantasía doméstica el universo de Franz Kafka y la herencia directa de "El Proceso" y "La Metamorfosis". En la 2.ª mitad del 1.er arco ya nos encontramos al lado de Mary y el mencionado bebé, y este será el escenario primordial a habitar.

Éste, un bicho gimoteante con aspecto de saurio o gusano, en cualquier caso un mal desarrollado embrión (¿las toxicidades industriales han contaminado a Henry?), es el catalizador de una inestabilidad familiar insoportable; las escenas en la habitación, que acentúan esa opresión, envuelta en toques grotescos y orgánicos, más próximos a David Cronenberg, entroncan con una realidad corpórea repugnante: la del propio Lynch, ante la deformación de su hija Jennifer.

El asco del embarazo se une a fobias domésticas varias, y la quiebra de la pareja está amenazada desde el otro lado del corredor por la presencia de una vecina insinuante.

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La metamorfosis

El abandono del hogar deja solo a Henry y el 2.º arco es bienvenido por una mujer dentro de un radiador la cual, en una desquiciada función de teatro, destruye embriones. Su aspecto blanco y puro y a la vez deforme, tal vez símbolo de una salvación espiritual a través del horrible sacrificio, mejor elección que esa triste realidad de fracaso paterno con bebés repugnantes...

La realidad se estanca, irremediablemente, reflejo de pesadilla de otra realidad que está acabando con David Lynch. Son los años posdivorcio con Peggy y es casi incapaz de dedicarse a nada más que no sea su aún inacabada creación; medio arruinado, vive en el plató junto al ingeniero de sonido Alan Splet, y él y sus compañeros dedican el día a recaudar dinero para rodar de noche.

Nance dice entre bastidores "Este tío está chiflado" mientras le observa dando indicaciones en el plató. Poco a poco, su criatura se gesta, se transforma y respira a un nivel alejado de todo esquema lógico; no piensa lo que filma, lo siente desde las tripas y lo plasma en un gran esfuerzo por seguir teniendo el control de la atmósfera. Estos años de evolución se perciben en las imágenes y el tono de su obra y en Henry, ese estancamiento que pasará a ser un trayecto torturado.

Como si ambos sufrieran una metamorfosis interna sin comprender qué sucede, en ese ambiente de angustia sorda, ladrillos en las ventanas, lodo en las calles, cúmulo de olores que se nos cuelan en los pulmones y que se mueven con el rango de sonidos creados por Splet en una sinfonía ambiental inquietante, dominada por los estados anímicos, las telas de la fantasía, hechos que afectan a la mente y al cuerpo.

David Lynch, abandonado en su hermético universo en blanco y negro, deja que la acción de Cabeza borradora opere más por una serie de deslizamientos ininteligibles e instantes traumáticos que por un relato estructurado según la lógica de la narrativa.

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El otro lado

Es difícil pero terminamos enroscados en su imaginario de influencia gótica y "lovecraftiana", infestado de seres enfermos, criaturas extrañas engendradas desde el miedo y las torturas psicológicas y formas que se abren paso a través del inconsciente. En la cúspide de lo indescriptible, los embriones asesinados en el escenario dejan paso a un árbol de ramas desnudas que expulsa sangre mientras bajo la cabeza de Henry emerge el bebé-saurio (en realidad el cadáver de un gato al que David Lynch abrió en canal y cuyos órganos descompuso en un proceso que es mejor no mencionar...) amartillándonos el tímpano con sus chillidos.

Pocas veces en la Historia del cine se empleó con tal inventiva el surrealismo para conseguir traspasar los pliegues del horror más allá de cualquier norma de género, forma o estética conocida. Estos momentos fascinantes convierten la visión de Cabeza borradora (Eraserhead) en una experiencia absolutamente inédita; el problema, porque lo hay, es la repetición constante y una inmensa carencia de ritmo hacia su última parte, que tendrá que sortear un paréntesis soñado (donde la cabeza de Henry pasa a ser objeto de estudio y de cuyo cerebro se extraen gomas de borrar para una fábrica.

¿Metáfora sobre la incapacidad emocional y la propensión al olvido de todo lo que nos rodea?; a pesar de su imaginativa propuesta esto termina siendo un añadido sin mucho sentido) para dirigirse a un más que previsible "apocalipsis", cuando toda esperanza se apaga debido a dos rechazos: el del deseo sexual (la vecina, que finalmente ve a Henry como lo que es, un monstruo) y el de la responsabilidad paterna.

Al igual que Lynch, el protagonista opta por abandonar el mundo que le rodea y marchar a un paraíso soñado donde pueda descansar para siempre. El planeta se rompe, las palancas de la opresión se averían y la dama del radiador tiende los brazos y le acoge con ternura. En ese sentido, tanto Henry como el director y su obra ya son libres y pueden escapar...

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Conclusión de 'Cabeza borradora (Eraserhead)'

Pero en un trayecto de liberación difícil, David Lynch se desvive por terminar de dar cuerpo a la banda sonora y ajustar algo más el metraje (eliminando unas cuantas escenas que "hubieran sido demasiado perturbadoras para el público", según dijo), que lleva más tiempo de lo que hubiera querido, mientras busca un distribuidor.

Con la negativa de Cannes y del New York Film Festival, Cabeza borradora (Eraserhead), seis largos años desde el comienzo de su producción, se estrena en 1977 y, poco a poco, por la magia de las sesiones de medianoche "en las que había colas que daban la vuelta a la manzana", del boca a boca y de la defensa de algunos cineastas como John Waters, Mel Brooks, Terry Gilliam e incluso Stanley Kubrick, se convierte en un inclasificable fenómeno que para bien o para mal termina sorprendiendo a todo el mundo.

Y casi cinco décadas después ese poder de fascinación persiste muy vivo...

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