El pasado 13 de septiembre se estrenó Dämon El funeral de Bergman en Teatros del Canal, nuevo proyecto teatral de Angélica Liddell, que fue toda una polémica en el Festival de Avignon, por su ferviente ataque frontal a la crítica francesa. Además, se convierte en uno de los estrenos más esperados de la temporada 2024-2025 del panorama teatral madrileño. Con una amplia experiencia sobre las tablas, Liddell es uno de los referentes más importantes en las artes escénicas. Se representará hasta el 20 de septiembre en la Sala Roja de Teatros del Canal.
Título: Dämon El funeral de Bergman Título original: Dämon El funeral de Bergman
Reparto: David Abad
Ahimsa, Yuri Ananiev
Nicolas Chevallier
Guillaume Costanza
Electra Hallman
Elin Klinga
Angélica Liddell
Borja López
Sindo Puche
Daniel Richard
Tina Pour-Davoy
Nemanja Stojanovic
Erika Hagberg
Duración: 120 min. apróx. Dirección: Angélica Liddell Dramaturgia: Angélica Liddell Puesta en escena, escenografía y vestuario: Angélica Liddell
Iluminación: Mark Van Denesse
Sonido: Antonio Navarro
Asistente de dirección: Borja López
Regiduría: Nicolas Guy Michel Chevallier
Director técnico: André Pato
Director de producción: Gumersindo Puche
Coproducción: PROSPERO – Extended Theatre, Festival d’Avignon, Odéon-Théâtre de l’Europe, Teatros del Canal-Madrid, Théâtre de Liège, The Royal Dramatic Theatre, Dramaten, Stockholm, GREC Festival de Barcelona
Agradecimientos a: The Ingmar Bergman Foundation Producción: Atra Bilis e Iaquinandi SL
Sinopsis de 'Dämon El funeral de Bergman'
Angélica Liddell abrió el Festival d’Avignon 2024 con DÄMON. El funeral de Bergman, donde consiguió seducir al público y enfurecer a la crítica teatral francesa.
Angélica Liddell invoca al cineasta sueco Ingmar Bergman, quien escribió el guion de su funeral como si fuera su última obra maestra, y le toma la palabra.
Rodeada de actrices y actores del Dramaten –el Teatro Nacional de Suecia– y de sus habituales cómplices de su compañía, la intérprete española nos invita a contemplar nuestras fantasías enterradas y nuestros terrores tácitos, hasta tener que enfrentarnos al demonio final: no la Muerte, sino la Vanidad.
Los espectáculos de Angélica Liddell arrojan luz sobre “lo que uno no se atreve a hablar en las cenas”: este discurso ardiente que encuentra refugio en el escenario y que ella llama “la pornografía del alma”. (TEATROS DEL CANAL).
Tánatos
Angélica Liddell es un referente, gracias a una trayectoria que avala su posición como artista. Por tanto, no es de extrañar que las expectativas que surgen en torno a su figura sean altas y siempre a la espera de comprobar qué es lo que tiene que decir. Dentro de una dinámica disruptiva, ha logrado que un teatro que, a priori, puede parecer experimental, se haya convertido en comercial por las altas cotas de atención que produce. En esta ocasión, con Dämon El funeral de Bergman, explora la muerte desde un discurso en el que afea las conductas sociales, donde se comprende la intención, pero se puede esperar que todavía profundice más en las ideas que propone. Seguramente, se deba al hecho que, durante el ritual vociferante y contundente, se espere una transgresión que vaya más allá del concepto de dualidad prominente en la sociedad.
Ser un icono no significa que se haya visto algo previamente de la Liddell, siendo interesante descubrir a grandes figuras cuando su carrera está ya asentada. Sin embargo, parece que esta pieza no es su mejor carta de presentación, dado que la tesis que presenta no es tan rompedora, al establecerse en un momento en el que hay creadoras que toman riesgos todavía mayores. Sobre la crítica a la prensa especializada, es simpático el reconocimiento que se hace sobre el arte, denostando al otro, pero no deja de ser una cuestión de percepciones y de aderezar la realidad a cada mirada. Por ello, se ve más como una defensa a la fragilidad que supone exponerse. Para terminar, lo que inmiscuye al propio acto fúnebre de la pieza, logra cautivar en varios momentos, pero se podría haber elevado aún más, se queda a medio camino.
El ritual de la bruja
No se puede negar el magnetismo que rezuma Angélica Liddell sobre el escenario, siendo la columna vertebral de Dämon El funeral de Bergman. Una maestra de ceremonias superior, donde se ve su vasta experiencia sobre las tablas y logrando cautivar a los espectadores en varios momentos. Irreverente, libre y atrayente, su presencia escénica es potente y así sabe sacarle partido. Asimismo, se aplaude la labor de los distintos intérpretes que pisan el escenario, en una coreografía perfecta y sabiendo encontrarse sobre la escena. Al contar con un equipo amplio, le permite hacer de la unión la fuerza y establecer imágenes expresivamente interesantes. Con lo cual, se aplaude fervientemente el trabajo de cada uno de los miembros del elenco. Únicamente, chirría la unión de un niño, ya que no hay tampoco una justificación plena y se hace algo excesivamente grotesco.
La puesta en escena es visualmente atrayente, tiene un halo de misticismo que encaja a la perfección con lo que se espera de esta pieza. Los colores utilizados son una maravilla, hipnotizando a los asistentes nada más llegan a la sala. La propuesta se divide en diferentes fases, teniendo cada uno momentos culmen que hacen que se queden en la retina. Destaca, en especial, la coreografía y el movimiento escénico, así como un espacio sonoro muy superior. La elección musical es todo un acierto y ofrece ese punto espectacular que necesita la obra. La simbología y el lenguaje plástico es superior, una riqueza absoluta. No obstante, el ritmo es irregular, siendo excesivo en algunos momentos, provocando que la atención se disipe. A pesar de ello, contiene la atención del espectador, gracias a puntos de anclaje que hacen que vuelva a retomar la obra.
Conclusión
Dämon El funeral de Bergman muestra la amplia experiencia de Angélica Liddell sobre las tablas, por la seguridad y la contundencia de su propuesta. El libreto explora reflexiones y debates en el que se echa en falta matices y profundización de lo abstracto, en algunos momentos se queda en una capa excesivamente superficial. Pese a ello, tiene momentos apoteósicos y se comprende porque es un icono de las artes escénicas.
El trabajo sobre las tablas de Liddell es maravilloso, un carisma espectacular, que se une a un elenco que ejecuta y brilla en su labor expresiva y corporal. La puesta en escena es exquisita, destacando la escenografía, el espacio sonoro y el movimiento. Flaquea en el ritmo, que no siempre consigue mantener la atención de los espectadores. Polémica en el Festival de Aivgnon, es un ritual sobre la muerte que impresiona en varios momentos, siendo la propia Liddell su mayor atracción.