El pasado 25 de agosto se estrenó El bar prodigioso, de Roberto Santiago, en el Teatro Quique San Francisco de Madrid. Esta pieza se ha convertido en la primera en ver la luz en la nueva temporada del conocido espacio teatral madrileño. Protagonizada por Antonio Romero, María Zabala, Ana Lucas y Manu Hernández, también cuentan con la dirección de Alejandro Arestegui. El lenguaje y las relaciones amorosas se convierten en los principales temas de esta pieza teatral. Se podrá disfrutar hasta el 24 de septiembre en el Teatro Quique San Francisco.
Título: El bar prodigioso Título original: El bar prodigioso
Reparto: Manu Hernández (Antonio) Ana Lucas (Clara) Antonio Romero (Bernardo) María Zabala (Sophie)
Duración: 75 min. apróx. Dirección: Alejandro Arestegui Dramaturgia: Roberto Santiago Ayte Dirección: Mariana Kmaid
Escenografía: Igone Teso
Iluminación: Ciru Cerdeiriña
Espacio sonoro: Tuti Fernández
Vestuario: Genel Romero
Dirección de producción: Nadia Corral
Ayte. producción: Sofía Aragón Producción: Octubre Producciones Producción: Montse Lozano
Tráiler de 'El bar prodigioso'
Sinopsis de 'El bar prodigioso'
El bar prodigioso nos presenta a Antonio, que lo tiene todo: un buen trabajo, una buena esposa, una buena casa. Bernardo es su mejor amigo. No tiene nada. Ahora Bernardo se ha enamorado de Sophie, la mujer de Antonio. Por lo visto, es algo imparable. Sophie es artista. Atraviesa una crisis creativa que le ha provocado una alteración del lenguaje. Clara es la camarera del bar al que suelen acudir los tres. Tuvo ataques de ira en el pasado. Ahora lo tiene controlado. Más o menos. En esta historia, nada es lo que parece a primera vista.
Estamos en primavera, en un bar en medio de un parque. Uno de esos lugares donde ocurren cosas prodigiosas. Declaraciones de amor y amistad, desmayos, besos indefinidos, contratos apasionados, poesía callejera…
Ah, durante esta función se van a pronunciar exactamente doce mil trescientas veintitrés palabras. No es lo más importante, pero conviene no olvidarlo. (TEATRO QUIQUE SAN FRANCISCO).
Entre relaciones, números y lenguaje
Roberto Santiago se sumerge en las particularidades del lenguaje y en el uso del mismo en El bar prodigioso, una obra teatral que se define como una comedia, aunque sin mencionar que sea romántica. Para comenzar, el inicio promete una experiencia distinta, señalándose cuántas palabras van a ser pronunciadas a lo largo de toda la pieza. Asimismo, se presentan dos personajes muy variopintos: Antonio y Bernardo. Sin embargo, tras pasar este primer contacto, la historia se tercia hacia un guirigay de pensamientos, que no encuentran mayor finalidad que exponer un juego de entramados románticos que ni suscitan ni provocan gran interés en el público. En consecuencia, acaba por ser un texto en el que suceden multitud de eventos, pero no obtienen la suficiente garra y fuerza como para impresionar. Por ende, se queda en una estructura gramaticalmente curiosa, pero sustancialmente en construcción.
El trasfondo de cada uno de los personajes se va desvelando paulatinamente, aunque tampoco es una historia que desee profundizar en torno a los pensamientos que hay en ellos. Dicho de otra forma, el desarrollo que se va experimentando acaba por resolverse de una manera que podría resultar excesivamente fácil. La idea de la que parte es interesante, se puede ver que hay una intención de ir más allá de la típica comedia de enredos, pero esta aventura sobre lingüística le falta aderezarse para poder cautivar a los asistentes. Se comprende la intención, pero la forma de llevarlo a cabo no termina por consolidarse y obtiene un resultado difuso. A pesar de ello, tiene algún momento de lucidez, en especial, en los diálogos de Bernardo y la confrontación con Antonio, más racional, formando unas líneas narrativas más efectivas.
De dos en dos
Uno de los aspectos más positivos de El bar prodigioso es su elenco actoral, donde, en varias ocasiones, logran mejorar con su trabajo la percepción que se tiene de la obra y de la dramaturgia. Por lo cual, es un punto a favor, que mejora el resultado de la pieza. En primer lugar, Manu Hernández trae una interpretación basada en la fuerza, en la rectitud, cumpliéndolo en todo momento. Pese a que pudiera pensarse que se encuentra estereotipado, se le da una naturalidad, que le permite obtener ese carácter marcado y seguir manteniéndose en lo verosímil. Después, Ana Lucas está estupenda, tiene ese contrapunto costumbrista, cotidiano, que da un sabor diferente al espectáculo. Además, se puede ver el gran manejo que tiene sobre las tablas, dado que está absolutamente cómoda. De lo mejor de la obra.
Por su parte, Antonio Romero brilla totalmente, con un personaje que explora la rareza en todo su esplendor y le permite jugar con ello. Por tanto, lo afronta transformando su voz, su gestualidad y su movimiento, dándole ese toque estrambótico que necesita para dar realismo a su papel. Gracias a ello, el espectador suelta en algunas ocasiones diversas risas cómplices, dado que su actuación consigue que se cree esta conexión entre el público y el actor. Para terminar, pero no menos importante, María Zabala, la cual tiene una labor algo más complicada. Dentro de la rareza de su personaje, se busca una humanidad que Zabala consigue darle, además de diversos matices que resultan chispeantes. El problema es que se encarama en una interpretación más descafeinada y no aprovecha las posibilidades que le dan las particularidades que envuelven a su Sophie.
Una comedia silenciosa
Cuando se habla de comedia, muchas veces hay una sensación de estar ante un género accesible y lo es, pero para el público. Escribir desde el humor es una tarea tremendamente complicada, lo que convierte este género en uno de los más difíciles. Y eso se demuestra en El bar prodigioso. El texto se acompaña de una puesta en escena que, pese a sus esfuerzos, no logra meter a los espectadores en ese supuesto frenesí hilarante que debería vivir. En consecuencia, no son pocas las veces donde algún chascarrillo espera alguna carcajada y se queda en el silencio más absoluto. Desgraciadamente, al estar ante una obra de este tipo, se espera que haya una recepción más cálida desde el patio de butacas, pero la realidad es que el ritmo y el dinamismo no consiguen encaramar a la audiencia.
El movimiento es suficiente, pero no va a todo rodar, las rarezas están ahí, pero no se llevan al extremo… Así, la obra quiere convertirse en un azote singular y con sello propio, pero no termina por explotar dicha vertiente y acaba por convertirse en una función a la que le falta más expresividad artística, más pasión, en conclusión, más vida. A pesar de ello, se aplaude la labor de la escenografía, uno de los elementos artísticos más destacados de la pieza. En dicha construcción se observa un muy buen gusto estético, llamando la atención desde que el espectador se sienta. También se valora que visualmente haya una composición equilibrada, liviana y en consonancia. Por lo que, positivamente, ejecuta una seña artística en armonía. Por último, las imágenes promocionales y el cartel gozan de un estilo exquisito, aunque no enlazan totalmente con lo que luego se ve.
Conclusión
El bar prodigioso parte de una idea interesante, donde el lenguaje toma un protagonismo especial. Sin embargo, acaba por convertirse en una comedia de enredos, que anhela mantener ese carácter experimental y singular. El problema es que obtiene una historia descafeinada, donde las carcajadas o una recepción más comprometida no llegan. En consecuencia, no logra el efecto que desean, por lo que deberían plantearse pulir, en especial, la dramaturgia. Por otro lado, el elenco actoral obtiene una labor notable, destacando un maravilloso Antonio Romero y la frescura de Ana Lucas. La puesta en escena peca de lo mismo que se haya en el texto, aunque se aplaude una escenografía y una estética sobresalientes. La búsqueda de la originalidad a través de las palabras que acaba por no conferir ni un humor comercial ni un experimento perspicaz, sino todo a medio gas.
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