El juicio de los 7 de Chicago es sin duda uno de los grandes puntos de interés cinematográfico del otoño. Narra el juicio al que se vieron sometidos siete personas por participar en los grandes disturbios del verano del 68 en Chicago, durante la convención del Partido Demócrata, debido a la política norteamericana en Vietnam. El estupendo reparto incluye, entre otros, a Eddie Redmayne (La teoría del todo, La chica danesa), Sacha Baron Cohen (El dictador, La invención de Hugo), Mark Rylance (El puente de los espías, Ready player one) y Joseph Gordon-Levitt (Origen, 500 días juntos). El realizador y guionista es Aaron Sorkin, en su segunda película como director tras Molly´s Game. Tendrá un estreno limitado en salas el 2 de octubre, y en Netflix el 16 del mismo mes.
Crítica de 'El juicio de los 7 de Chicago'
Resumen
Ficha Técnica
Título: El juicio de los 7 de Chicago
Título original: The trial of the Chicago 7
Reparto:
Eddie Redmayne (Tom Hayden)
Alex Sharp (Rennie Davis)
Sacha Baron Cohen (Abbie Hoffman)
Jeremy Strong (Jerry Rubin)
John Carrol Lynch (David Dellinger)
Yahya Abdul-Mateen II (Bobby Seale)
Mark Rylance (William Kunstler)
Joseph Gordon-Levitt (Richard Schultz)
Ben Shenkman (Leonard Weinglass)
Año: 2020
Duración: 129 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Aaron Sorkin
Guion: Aaron Sorkin
Música: Daniel Pemberton
Fotografía: Phedon Papamichael
Productora: Amblin Partners / Paramount Pictures / Netflix
Género: Drama judicial
Distribuidora: Netflix
Tráiler de 'El juicio de los 7 de Chicago'
Sinopsis de 'El juicio de los 7 de Chicago'
Lo que iba a ser una protesta pacífica durante la Convención Nacional Demócrata de 1968 se convirtió en una violenta batalla campal con la Policía y la Guardia Nacional. Los organizadores de la protesta —entre los que figuraban Abbie Hoffman, Jerry Rubin, Tom Hayden y Bobby Seale— fueron acusados de conspiración para incitar una revuelta, y el juicio posterior fue uno de los más notorios de la historia de Estados Unidos.
Dónde se puede ver la película
Unidos por las protestas
Sorkin comienza El juicio de los 7 de Chicago locuazmente, mostrándonos una retahíla de datos sobre uno de los temas políticos más destacados de la historia estadounidense de los años 60: Vietnam. Pero esta locuacidad es transmitida mediante un collage con imágenes de la época, no con los consabidos diálogos fulgurantes. Eso vendrá después. Así se establece el contexto que justificará lo que veremos más adelante.
Durante la presidencia de Lyndon B. Johnson el número de reclutados para combatir en Vietnam aumenta drásticamente. Además comienza a darse la sensación de que EE.UU no podrá ganar la guerra fácilmente (Ofensiva del Tet) y de que algunas acciones de su ejército no son precisamente defendibles (Matanza de My Lai). El creciente descontento provoca que de cara a la Convención Demócrata de 1968, celebrada en Chicago, se convoquen paralelamente unas grandes protestas promovidas por diversos grupos críticos con la guerra.
De estos heterogéneos grupos salen los famosos 7 de Chicago, los héroes de la película. Sorkin no nos los presenta como un todo, porque de hecho no lo eran. Dos de los más llamativos eran los "yippies" (una variante gamberra de los hippies) Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y Jerry Rubin (Jeremy Strong). Los demás eran más propensos a la acción pacífica, de diversas filiaciones. Los que más veremos en El juicio de los 7 de Chicago son Tom Hayden (Eddie Redmayne) y David Dellinger (John Carrol Lynch).
El estilo Sorkin
Aaron Sorkin pasa por ser una de los guionistas norteamericanos más afamados. Suyos son los brillantes guiones de, p.ej. la serie El ala oeste de la Casa Blanca, o de las películas La red social, Algunos hombres buenos, Moneyball, o su debut como director en Molly's game. Si por algo se caracteriza Sorkin es por la capacidad para generar diálogos ingeniosos, inteligente y rápidos. De hecho, sus detractores esgrimen el argumento de que sus líneas de guion no son naturales, sino más bien artificiosas. Es raro que todo el mundo hable tan brillantemente como Aaron Sorkin escribe. No obstante, no creo que pase de ser un pecado venial.
En El juicio de los 7 de Chicago, Sorkin no se aleja mucho de su libro de estilo tradicional. En la película se dialoga mucho y muy bien, las réplicas y contrarréplicas vuelan a velocidades supersónicas, y hay excelentes momentos de retórica. El otro punto fuerte de la película es la creación de personajes que, como veremos más adelante, están sostenidos por unas estupendas actuaciones. Los personajes son complejos y con la suficiente individualidad como para reclamar una personalidad propia.
Todo esto tiene también sus pegas. Sorkin juega sus bazas ganadoras durante demasiado tiempo, y sin intentar variantes. El proceso penal ocupa prácticamente el 80 % del metraje, y tanto tiempo dialogado sin salirse del esquema plano/contraplano, y poco más, puede hacerse un poco arduo si no te metes de lleno en la película. En ese sentido, El juicio de los 7 de Chicago es una exacerbación de lo que se espera de Sorkin.
El mundo de las ideas
Otro mérito reconocible de El juicio de los 7 de Chicago es la expresión y confrontación de ideas. No solo se trata de un duelo entre la fiscalía general, representada por un correcto Jospeh Gordon-Levitt, y un grupo compacto de jóvenes idealistas. Entre los sietes acusados también hay disensiones, lo que nos lleva a poner ciertas cuestiones a debate. Por ejemplo, no solo sobre la legitimidad de la protesta, sino sobre el empleo de la violencia, la sobreexposición mediática y el grado de compromiso con un ideal. Sorkin no es neutral, se posiciona de forma rotunda a favor de los acusados, pero sí ecuánime. No son héroes perfectos alimentados solo de virtudes.
Cabe mencionar el personaje de Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen II), miembro de los Panteras Negras que no fue incluido en los 7, pero que igualmente fue acusado. Su historia añade el matiz del racismo, reflejado en algunos de los momentos más epatantes de la película. Y apoyando el cariz exento de sectarismo de El juicio de los 7 de Chicago, tenemos al letrado de la acusación, Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt). Un hombre que no está de acuerdo con los manifestantes, pero que no piensa que merezcan prisión. He ahí un curioso juego de dilemas éticos y profesionales.
El pensamiento más estrictamente conservador, representante del oficialismo americano y la antítesis moral de los 7 acusados, lo encarna el escasamente parcial juez Julius Hoffman (Frank Langella). Es un personaje arquetípico, que engloba a los EE.UU más refractarios a las protestas sociales, pacifistas o de derechos civiles. Aun así, Sorkin no lo presenta con cuernos, rabo y tridente. Arteramente tuerce la ley hacia sus convicciones para aparentar una neutralidad que es una pantomima.
Necesitamos un receso
El juicio de los 7 de Chicago focaliza su atención enormemente en el proceso penal (no es que engañe a nadie a juzgar por el título) y siempre tiene cosas interesantes que decir. El problema es que a veces roza el límite del tedio, como si los diálogos coparan en demasía la película y el ritmo se obstruyera. Algo muy "sorkiniano", que se ve potenciado en gran medida por un fuerte sentido de la unidad de lugar, el propio juzgado.
Sin embargo, Sorkin parece haber percibido ese atisbo de riesgo y aplica un par de trucos que varían su tono frecuente. En primer lugar los momentos fuera de la sala penal, donde los personajes se oxigenan, y nosotros con ellos. Aparecen dudas, debates, un afloramiento emocional que se agradece como contrapunto a la agudeza talentosa, pero casi exhibicionista de Sorkin.
Quizá este Aaron Sorkin sea menos cínico, vitriólico y mordaz, y haya ganado en calor humano. Al menos hasta cierto punto. Cuando se insertan flashbacks de cómo fueron los disturbios, la película gana músculo emocional, se crece y respira vida. Puede que sea un avance en su progresión como director. Esta especie de pequeñas efusiones "sentimentales" en Molly´s game se reducían a la relación padre-hija de Jessica Chastain y Kevin Costner. Ahora ese sentido gana enteros. Sin embargo, es una pena que en la parte final se pase de la raya y ofrezca momentos de una condescendencia bordeando el populismo fácil.
El brillante reparto de El juicio de los 7 de Chicago
El juicio de los 7 de Chicago no solamente tiene talento en el reparto, sino que el acierto en el casting ha sido matemático. Sacha Baron Cohen está estupendo en su papel de agitador contracultural, equilibrando su faceta seria con la vena humorística (que nada tiene que ver con Borat y otros derivados). Hace una actuación vehemente y, a su modo, divertida. El otro polo de los acusados parece ser Eddie Redmayne, de pensamiento progresista pero moderado en actos y palabras. Quizá se vea en pantalla algo apocado, pero se percibe cierta evolución en su personaje, mérito también de su propio quehacer.
El premio extraordinario debería ser para los actores veteranos, Frank Langella y Mark Rylance. El primero como vetusto juez, prácticamente erigido como antagonista, y que se nos antoja antipático de un modo imperturbable, a base de pequeños gestos (hasta que llegan los grandes). El segundo en su papel de abogado defensor lúcido, sereno, irónico y algo excéntrico. Y precisamente entre ambos actores se establece un diálogo dialéctico a base de protestas y desacatos. Quizá este duelo sea un enorme tanto a favor de la película.
Hay pequeñas actuaciones que enriquecen El juicio de los 7 de Chicago. Como por ejemplo la de Michael Keaton, breve pero interesante. No es que sea papel pequeño, pero Joseph Gordon-Levitt pasa con discreción como un funcional fiscal que trata de cumplir eficazmente su trabajo. Sus preguntas son metódicas y su talante frío. Un papel un poco funcionarial y gris, pero que es ejecutado de modo ajustado. En general el nivel del elenco es más que notable, y uno de los bastiones de la película.
Conclusiones de El juicio de los 7 de Chicago
El juicio de los 7 de Chicago cumple con las expectativas y es un espejo de las mejores virtudes de Aaron Sorkin. Los diálogos y la creación de personajes. Lo cual no quiere decir que esté libre de defectos. La consabida verborrea del guion, cierto tono artificioso, y la unidad de lugar, acercan la película al tedio durante algunos momentos.
Aun así, hay un tono menos irónico y venenoso en Sorkin que se ve suplido por una mirada más próxima y humana. Recurso que se va de las manos en el pomposo y facilón final, pero que en general se agradece. Una película, a pesar de todo, notable, que a buen seguro estará entre lo mejor del catálogo de Netflix de este extraño 2020.
Únete a nuestro CANAL DE TELEGRAM