Juan Mayorga desembarca en el 41º Festival de Otoño con La gran cacería, obra en la que participa como director y dramaturgo. Estrenada el 17 de noviembre en la Sala Cuarta Pared, es una producción de Teatro del Barrio. Además, está protagonizada por William Keen, junto a Ana Lischinsky y Francisco Reyes. Estará en cartel hasta el 18 de noviembre.
Crítica de 'La gran cacería'
Resumen
Ficha Técnica
Título: La gran cacería
Título original: La gran cacería
Reparto:
Will Keen
Ana Lischisnky
Francisco Reyes
Duración: 80 min. apróx.
Dirección: Juan Mayorga
Dramaturgia: Juan Mayorga
Iluminación: Pedro Yagüe
Espacio sonoro: Nacho Bilbao
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz
Ayudante de dirección: Miguel Valentín López Sangües
Producción: Teatro del Barrio
Tráiler de 'La gran cacería'
Sinopsis de 'La gran cacería'
La gran cacería es un proyecto con producción del Teatro del Barrio que vive en el Festival de Otoño su estreno absoluto. Y es un proyecto que parte de una pregunta en segunda persona del plural: ¿Sabéis vosotros qué os quita el sueño? Porque todo arranca en una noche de insomnio a bordo de un barco que cruza el Mediterráneo, un barco que salió de Sicilia con destino al continente. Es quizás un viaje en el tiempo más que en el espacio, porque el Mediterráneo es mucho más que un testigo de la historia de Europa: es protagonista, es carcelero, es enterrador, es forjador de carácter, es alimento de pasiones, es dios y diablo, es mito y realidad. Atravesando el mar al que se asoma tanta literatura en todas sus orillas, un hombre, en su camarote, de noche, no consigue dormir. A su memoria vuelven una y otra vez imágenes de otras naves, de otros viajes. (SALA CUARTA PARED).
Creando imágenes en el mar
Juan Mayorga apuesta por un relato que va más allá de las palabras en La gran cacería. Así, busca confeccionar una propuesta que mediante la descripción permita que el espectador cree imágenes en su mente, mientras sigue las diferentes preguntas que se lanzan desde el espacio escénico. Por ello, deambula por diferentes lugares, tanto introspectivos como físicos, para dar rienda suelta a este crucero peculiar. La pregunta en torno a lo que quita el sueño, se torna en un camino poético, donde se habla de cultura, de religión, de espera, de búsqueda, siendo éste uno de sus puntos más fuertes. Además, cabe añadir que Mayorga demuestra, una vez más, que la riqueza de su lenguaje es uno de sus sellos de identidad.
La manera en la que va transgrediendo con la musicalidad de sus composiciones orales hace que se vea el gran poder que tienen las palabras, y la ausencia de ellas. En este sentido, no se puede otra cosa que felicitar, dado que es importante preservar este tipo de producciones que dan importancia a formaciones lingüísticas más complejas. Sin embargo, el problema que se halla es que a veces desemboca en un desconcierto que no siempre sienta bien a la pieza. A pesar de comprenderse hacia dónde va, hay momentos en los que pega un volantazo al timón y termina por crear cierta confusión. En consecuencia, al ser un texto denso, hace complicado en varias partes poder conectar ante lo que se desea compartir con los asistentes. A diferencia de otros títulos, como “La lengua en pedazos”, aquí no se llega a ese éxtasis reflexivo de forma tan fácil.
El cuerpo habla
Will Keen es el encargado de llevar al espectador de la mano en todo momento en La gran cacería. El actor británico toma el reto de convertirse en personaje al mismo tiempo que en narrador. En primer lugar, aplaudir su gran labor expresiva mediante el cuerpo, la postura, la acción, en todo momento le da un empaque al texto que se agradece. Además, es un componente que aporta dinamismo a la pieza, que hace que sea más fácil el establecer una conexión con el patio de butacas. Después, los tonos y cambios en voz, así como la forma de dar contundencia a la voz, hacen que se valore muy positivamente su trabajo como relator de los acontecimientos. Se perciben los cambios de energía, de ritmos, de emociones.
Es innegable que la gran parte de la pieza está sostenida por el propio Keen, lo que hace que el reto sea todavía mayor. Sin embargo, Keen expone su gran trayectoria, al encontrarse cómodo sobre el escenario, dejándose llevar ante lo que sucede sobre las tablas. Gracias a ello, su labor se convierte en uno de los mejores puntos que hay en este montaje. Junto a él, también aparecen Ana Lischinsky y Francisco Reyes. Ambos actores se unen para una labor basada, casi en su totalidad, en la expresión corporal, dando mayor sentido al papel que desempeñan. Mediante movimientos, los dos actores dan algo más de vida y acción al montaje, así como un interacción con Keen fluida. Tal vez, se echa en falta que hubieran tenido algo más de tiempo para afianzar su presencia en el montaje.
Habitando el barco
La propuesta artística parte de una concepción que, aunque a priori no parezca complicada, es un riesgo, dado que su minimalismo expone todavía más a los intérpretes. Sin embargo, la virtud de La gran cacería se presenta en deshacerse de artilugios y elementos que no aporten a la escena, dejando que las olas del mar se compongan de unos plásticos que figuran ese viaje. Por tanto, William Keen ejerce de propio barco, lo que artísticamente otorga fuerza e impacto al producirse el movimiento desde el actor. El espacio sonoro también rema a favor, creando una atmósfera que invita al espectador a sumergirse en ese amplio mar, no siendo intrusivo en ningún momento, sino acompañando. Asimismo, hay efectos de sonido que subrayan algunos elementos dramáticos, que toman una importancia bien llevada.
La iluminación no logra el mismo efecto, dado que se vuelve algo violenta al alumbrar en exceso tanto en tiempo como en forma, aunque se aprecia que haya ese juego de colores que dan unas tonalidades distintas al relato. Por ello, se produce una dicotomía, ya que en gran parte mantiene esa estrategia excesivamente presente, mientras que en las partes que participa en lo onírico funciona a la perfección. El vestuario, en William Keen, funciona, pero en los otros dos personajes, no se llega a comprender la estética y la razón por la que decantarse por ello. Por último, el ritmo es denso, aunque no tiene por qué ser algo a mejorar, dado que si el texto obtuviera una mayor claridad en su intención, la forma de imaginar y fabricar imágenes fluiría a la perfección con este aspecto contemplativo.
Conclusión
La gran cacería es un viaje introspectivo, que lanza diversas preguntas en un barco hacia el existencialismo y la poética de la palabra. En este sentido, Juan Mayorga demuestra manejar a la perfección la lengua, trayendo un relato que goza de una riqueza de alta calidad. Sin embargo, se crea cierta confusión en su camino, lo que hace que haya desconexión en algunas partes. William Keen está estupendo, lleva el peso de la obra de una manera eficaz. Junto a él, unos efectivos Ana Lischinsky y Francisco Reyes. A nivel artístico, una ejecución minimalista potente, aunque se opaca en una iluminación algo intrusiva y un ritmo influenciado por la densidad de su texto. Una reflexión se sube al barco de Mayorga, quién mantiene su sello, pero donde se deja imbuir por lo abstracto.
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