La habitación blanca, de Josep María Miró, llega a las tablas bajo la dirección de Lautaro Perotti. Un texto que nos devuelve al momento agridulce de la infancia. El elenco está formado por Lola Casamayor, Jon Arias, Santi Marín y Paula Blanco. La obra estará en el Teatro Españolhasta el 9 de abril.
Título: La habitación blanca Título original: La habitación blanca
Reparto: Jon Arias (Carlos)
Paula Blanco (Laia)
Lola Casamayor (Señorita Mercedes)
Santi Marín (Manuel)
Duración: 80 min. apróx. Dirección: Lautaro Perotti Dramaturgia: Josep María Miró Traducción: Eva Vallines Menéndez
Diseño de espacio escénico y vestuario: Albert Pascual
Diseño de iluminación: Xavi Gardés Producción: Flyhard Producciones SL – Sala Flyhard, con la colaboración de Timbre 4 y con la ayuda de Grec 2020 Festival de Barcelona
Tráiler de 'La habitación blanca'
Sinopsis de 'La habitación blanca'
La habitación blanca nos presenta a Carlos, Laia y Manuel que se reencuentran con la señorita Mercedes, la maestra que les enseñó a leer y escribir cuando eran pequeños. Quedan lejos esos tiempos en los que eran niños, percibidos como una hoja en blanco donde todo sueño o aspiración parecía posible. Han pasado más de veinticinco años y ahora son adultos que han superado los treinta y se van acercando a la cuarentena. La vida de cada uno de ellos ha ido por caminos diferentes.
El reencuentro, aparentemente casual, con la señorita Mercedes, resultará inquietante y trastornador para cada uno de ellos. Poner el retrovisor abrirá interrogantes y también viejas heridas. Nadie tiene escapatoria en este reencuentro con el pasado, tampoco la que fue su maestra, o ninguno de ellos. Quizás tampoco nosotros. (TEATRO ESPAÑOL).
La infancia como pórtico
Los segundos previos a que comience La habitación blanca, con todos los focos apagados en la sala (imagino la luz discreta entre cajas, los nervios, las prisas) son como el trance que precede a la revelación. Siempre me emociona que las luces se apaguen segundos antes de comenzar la función, es una liturgia necesaria si no hay telón que oculte los dos mundos que están a punto de enfrentarse.
La tribuna de la sala Margarita Xirgu está al completo, o eso parece desde mi butaca. El murmullo de los asistentes cesa en cuanto la oscuridad avisa de que la función va a comenzar. Y comienza con dos de los personajes ya en escena, hablando como si llevaran un tiempo ahí, en esa habitación blanca que ya hemos imaginado también nosotros, el honorable, hace un tiempo, guiados por el título. Tres sillas y una mesa blanca completan el mobiliario de la escenografía. No es necesario más cuando el texto guarece como universo.
Un hombre con un uniforme indefinido está de pie frente a una mujer que permanece sentada. Poco a poco empezamos a conocer a los personajes a los que ponen voz Lola Casamayor y Jon Arias. Carlos, el alumno y la señorita Mercedes, maestra, se reencuentran ¿de casualidad? en esa habitación apartada de un centro comercial. Los recuerdos de ambos están ligados al colegio en el que hace más de 20 años sucedieron cosas que el tiempo enterró, ¿o no? Carlos apremia a su antigua maestra para que vacíe el contenido de su bolso y comprobar si se lleva algo de la tienda. Es su trabajo y no puede perderlo, así que no va a ceder ante la nostalgia. Si hay algo en el bolso deberá abonarlo. ¿Y si no tengo dinero para pagarlo? Pregunta la señorita Mercedes, con cierta fragilidad.
Tejiendo el presente a través del pasado
Pero en La habitación blanca, la sospecha de hurto de la señorita Mercedes no es el tema principal, es solo un punto de partida, una excusa para remover los recuerdos y zarandear a las personas dueñas de ellos. ¿Los sueños tienen dueño? No solo Carlos, también Laia (Paula Blanco) y Manuel (Santi Marín) son abordados en su vida privada por la señorita Mercedes de manera inusual, extraña. Su aparición les hace volver a la infancia, ese momento agridulce que no está tan lejos cuando tomamos conciencia de que aquellos polvos trajeron estos lodos. Hay un cuarto personaje que está presente en escena, aunque no podemos verlo. Está en el texto y se hace presente en el recuerdo del resto de personajes. Un cuarto alumno al que la señorita Mercedes dice no recordar, aunque lo intenta con todas sus fuerzas.
Los intérpretes trabajan el presente y el pasado ordenando sus intervenciones para no solapar las interacciones propias y ajenas. La habitación blanca consigue que el aparente caos de los parlamentos sirva para avivar el ritmo de la obra, sin confundir al público ni enmarañar la trama. Juego interpretativo bien resuelto por el elenco bajo la batuta de Lautaro Perotti. Como, además, hay misterios que no se resuelven, preguntas que no son contestadas, silencios y lugares a los que no podemos acceder, el resultado es realista por lo conmovedor. ¿Quién recuerda su infancia con nitidez? ¿Quién puede afirmar con rotundidad que se ha convertido en una buena persona? ¿Qué pasó con aquella amiga a la que, un día, no volviste a ver en clase? ¿Seguirá viva la profesora que te enseñó a leer, la señorita Virtudes?
Conclusión
La infancia es un rompecabezas del que siempre nos faltan piezas y La habitación blanca nos acerca a una nueva reflexión sobre ese momento de nuestras vidas tan lejano y tan crucial. Nos hace preguntarnos qué clase de niños fuimos y si nos hemos convertido en los adultos que queríamos ser. También nos acerca a una problemática muy de actualidad, la infancia siempre lo está, sobre los niños y niñas que son considerados “diferentes”. ¿No somos todos diferentes en realidad? Quizás deberíamos saber que lo somos para dejar de señalar a otros.
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