José Martret dirige a siete actores que investigan sobre 13 casos reales de crímenes realizados por niños y adolescentes que sufren psicopatía. A través de su reconstrucción, reflexionan sobre las circunstancias y las equiparan a sus propias experiencias vitales y a su introspección durante la investigación. Para La IRA, han contado con el asesoramiento de Bárbara Royo, abogada defensora de José Bretón o Patrick Nogueira, entre otros. Estuvo en cartel en Teatros del Canal hasta el 17 de enero de 2021.
Reparto: Candela Arestegui Lucía Arestegui Albino Hernández Ana Lucas Alba Rico Julieta Toribio
Duración: 95 min. apróx. Dirección: José Martret Dramaturgia: Candela Arestegui, Lucía Arestegui, Belén Écija, Albino Hernández, Ana Lucas, Alba Rico y Julieta Toribio Concepción del proyecto: Raquel Pérez Formación Actoral
Ayudante de dirección: Alba Rico Diseño de iluminación: Paco Ruiz Ariza Espacio sonoro: Daniel Jiménez Zuniaga Diseño espacio escénico: Inés Ruiz de la Prada y Julieta Toribio Vestuario: Candela Arestegui Coreografía: Laura Delgado Coach actoral: Raquel Pérez Dirección de producción: Jesús Cisneros Cartel: Antonio Martos Producción: Descalzos Producciones
Tráiler de 'La IRA'
Sinopsis de 'La IRA'
La IRA es un espectáculo creado a partir de 13 casos reales de crímenes perpetrados por jóvenes psicópatas. Siete jóvenes actores seleccionan e investigan durante tres meses los diferentes casos, metiéndose en la piel de los asesinos y generando en paralelo la dramaturgia de esta obra. El resultado es un mosaico que expone la universalidad de la violencia. (TEATROS DEL CANAL).
Interesante propuesta
Las dolencias mentales son de las enfermedades peor valoradas por la sociedad, la cual suele navegar aún en un tabú generalizado. Para romper ese silencio, un grupo de jóvenes actores, dirigidos por José Martret, se lanza a la investigación sobre el trasfondo detrás de algunos de los casos más escabrosos de asesinatos perpetrados por niños y/o adolescentes. Además, todos los homicidios que se exponen son totalmente verídicos, inclusive algunos de ellos muy conocidos por el gran público. Durante la primera parte, el desarrollo obtiene un resultado estupendo y con un buen equilibrio entre esa ferocidad de la muerte y el trasfondo personal de cada uno de ellos. Por lo que, se puede deducir que los primeros casos se han cocinado con una mayor precisión de cara a lo que se busca remover en los espectadores. Sin embargo, la falta de concreción del objetivo le pasa factura.
Este problema surge a partir de su segunda parte, donde la irregularidad termina por conquistar el resultado en conjunto de La IRA. A pesar de sus buenas intenciones, lejos de hacer honor a su nombre, sucumbe más al propio significado de la violencia, que al propio término de la ira. De igual manera, al tratarse de un tema sumamente complejo y sensible, la dramaturgia no consigue ahondar en las aristas que necesitan este tipo de temáticas y sucumbe a un retrato más superficial. En consecuencia, pese a criticar el morbo de los artículos periodísticos y tener una intención muy positiva, caen en la saturación de detalles narrativos demasiado explícitos, siendo partícipes del propio morbo que se critica. Se echa en falta una visión no solamente derrotista, sino también resolutiva y mostrar la otra cara de la moneda de aquellos que no acabaron cometiendo un asesinato.
La mirada del asesino
Como se ha mencionado antes, los propios autores de La IRA son los encargados de protagonizar la obra teatral. En primer lugar, Lucía Arestegui es de las primeras intérpretes en entrar en escena. Su interpretación se ve bien fundamentada en su carisma, que parte de una personalidad arrolladora y con talante. Aunque hay ocasiones en las que puede parecer que sigue una misma línea interpretativa, se ve justificada por su vigorosidad. Únicamente podría mejorar en la dicción. Luego, Julieta Toribio es una de las actrices que más brilla sobre la escena. Su fragilidad se combina a la perfección con su tenebrosidad visceral. Por lo cual, su calidad como actriz queda totalmente reflejada al dejar salir toda esa sensibilidad sobre el escenario. Además, plantea perfectamente la dualidad psicológica que hay dentro de sus personajes, algo complicado de poder cumplir y que ella logra con creces.
Alba Rico se deja la piel en la primera parte y luce menos en la segunda, pero, aun así, tiene en sí misma un realismo muy personal, que muestra su autenticidad sobre las tablas. Convence totalmente al espectador, lo que otorga más crudeza al conjunto actoral. Luego, Ana Lucas le sucede a la inversa, ya que su mayor esplendor se produce en la segunda parte. Su proceso es adecuado, pero le falta mayor contundencia en su forma de proceder. Pese a ello, hay que destacar que no se va más allá de la violencia que requiere su personaje. Por último, Candela Arestegui y Albino Hernández cierran el elenco actoral. En el caso de Arestegui, se percibe una esencia que se queda demasiado en el caparazón y, a veces, da sensación de superficialidad. Hernández, por su parte, es reiterativo y se excede, resultando tosco en su ejecución.
Una perfomance de la muerte
Una de las virtudes de La IRA es una propuesta que mezcla la perfomance con la propia recreación teatral de los casos. Para comenzar, la primera escena es dinamita pura, con música electrónica que se convierte en un reflejo metafórico del concepto de ira. A través de una estructura en la que proliferan los plásticos, se van rompiendo y muestran a los actores sobre la escena. Así, después se ve una coreografía marcada por una energía prodigiosa, unos movimientos excelentes y una vitalidad en el equipo apropiada. Estos momentos más físicos se repiten a lo largo de la obra, únicamente no encajando del todo en una escena de la segunda parte donde se convierte en un canto de celebración y no casa con la misma fluidez. En este aspecto, hay que aplaudir que hayan sabido gestionar ese despliegue artístico, con la fuerza pertinente para sorprender.
Luego, el espacio escénico no está sobrecargado, sino que, apuesta más por un aspecto minimalista, más práctico. Asimismo, aprovecha los fuera de escena, sin salir de ella, quedándose en paralelo a la acción principal. Por lo cual, para completar la escenografía, cuenta con la palabra y la imaginación del propio espectador. Por esa razón, puede haber momentos en los que lo explícito y lo crudo se excede en su aportación, ya que el público acaba por desconectar al ser excesivamente incómodo y no tener una justificación artística suficiente. Aun así, la coreografía y el movimiento de los actores es brillante, con una dirección sobre las tablas impresionante. A pesar de ello, el montaje no consigue hilar todas las partes que conforman el relato y obtiene un resultado irregular, que llega a ser confuso.
Conclusión
La IRA busca hablar de las enfermedades mentales y sus terribles consecuencias mortales, a través de la dramatización de verdaderos casos. Sin embargo, con una primera parte bien realizada, en la segunda caen en una excesiva reiteración de la violencia y de lo explícito. Por lo cual, su intención se ve difuminada en su resultado final. El elenco actoral en conjunto logra un resultado notable, aunque destacan muy positivamente Julieta Toribio y Alba Rico. La puesta en escena tiene una parte de performance muy potente, que se mezcla con un buen uso del efecto físico de la escena y un minimalismo bien utilizado. No obstante, en su conjunto, es irregular. Una investigación muy compleja, que se queda a medio camino al no obtener la profundidad y la claridad necesarias para ir más allá.
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