El pasado 3 de marzo llegó al Teatro Quique San FranciscoLa isla, de Juan Carlos Rubio. Esta obra teatral muestra la confrontación entre dos mujeres, abrazadas por el dolor y la necesidad de escapar. Protagonizada por Gema Matarranz y Marta Megías, es una producción de la compañía Histrión Teatro. Se puede disfrutar hasta el 13 de marzo en el Teatro Quique San Francisco.
Duración: 70 min. apróx. Dirección: Juan Carlos Rubio Dramaturgia: Juan Carlos Rubio Ayte. Dirección: Luis Miguel Serrano Diseño y realización de escenografía: Álvaro Gómez Candela Diseño de iluminación: Juan Felipe «Tomatierra» Sonido: Ángel Moreno Diseño gráfico: Rafa Simón Fotografía: Gerardo Sanz Vídeo: gueben.es Diseño creativo Producción: Nines Carrascal y Sonia Espinosa Distribución: Nines Carrascal Producción: Histrión Teatro
Tráiler de 'La isla'
Sinopsis de 'La isla'
La isla, nuestra particular manera de entender la vida propia y la de los demás. Una pareja que se habla sin escucharse y una distancia que se agranda sin pretenderlo. Cada vez que me muevo me alejo más y cada vez que me acerco te mueves más. Todos tenemos en el pecho un charco de agua salada rodeado de carne. Todos sacamos la cabeza para gritar cuando el agua nos llega al cuello.
“¿Por qué siempre ves lo que yo no veo?”, cuestiona en escena uno de los personajes. Tal vez porque el teatro es ese lugar maravilloso que nos permite ver todo aquello que no nos perdonamos y que está enmascarado en culpas, juicios o acaso sueños. ¿Qué sucede cuando el dolor nos sobrepasa y queremos huir de él? ¿Nos convertimos en depredadores, conectamos con el lado más salvaje de nuestra naturaleza, con ese animal cargado de instintos primarios que somos? ¿Deseamos sobrevivir a cualquier precio? (TEATRO QUIQUE SAN FRANCISCO).
El juicio personal
Juan Carlos Rubio analiza la percepción de la personalidad en un relato que se aleja de mostrar solo el sufrimiento de una pareja. En La isla nada está supeditado a lo puramente y políticamente correcto, sino que desea mostrar aquellas verdades que tanto cuesta sacar a la luz. A pesar de ello, lo realiza desde un ejercicio de metateatro, donde sus protagonistas desdoblan la historia para traer una línea narrativa dentro de otra. Por tanto, cada estímulo y decisión, se ven acompañadas por pequeñas anotaciones que sirven de tubo de escape ante la tensión acumulada en la pareja protagonista principal. Gracias a ello, se añaden matices que permiten establecer reflexiones sobre la propia naturaleza de las mujeres que se encuentran en escena y de cómo sus comportamientos son complejos por lo que desean compartir.
Ese grito ahogado de musitar el deseo infame que se plantea, es una muestra de lo difícil que es confesar aquello que no es válido socialmente. Por ende, no quita que sea aceptable o no, sino que puede suceder. Ahí es donde Rubio expone una sensibilidad que se hace palpable en toda la dramaturgia, acompañada de una mezcla de lenguajes que se compenetran entre sí. Por un lado, está esa musicalidad y poesía que acompaña a Ada, mientras que Laura se mueve en un tono coloquial y cercano. A pesar de la diferencia de códigos entre ambas, se ha sabido crear puentes para que se cree una conjunción estupenda. Dentro de ese remolino de sensaciones, plantea preguntas acerca de la dificultad de saber cómo se siente uno ante la presión de seguir cumpliendo públicamente. Una obra interesante y personal.
El dolor en la piel
No sería posible lo que se consigue en La isla si no fuera por Gema Matarranz y Marta Megías. En primer lugar, Matarranz se deja la piel sobre la escena, lejos de introducirse en una exageración extrema, se permite ese histrionismo doloroso con el suficiente control para brillar con ello. Por lo que, comprende las mareas negras que se acomodan en su Ada, para convertirla en todo lo incorrecta que debe ser. Además, esa fluctuación de energía se realiza con maestría, con unos cambios de registros propicios, a la par que coherentes con su estilo interpretativo. La profesionalidad con la que ahonda en el parlamento, hace que se vea un trabajo escénico muy bien valorado. Únicamente, hay partes es las que se echa en falta una utilización más certera del silencio, para terminar de asimilar ese torrente.
Por otro lado, Marta Megías aborda su papel desde una vertiente más costumbrista, dando una visión con la que el espectador del gran público se puede sentir más identificado. Sin embargo, tampoco se desvanece en la musicalidad de su compañera, sino que también ofrece ese maremoto de emociones en su cuerpo. Más enérgica y pasional, luce en aquellas partes en las que se rompe, en una desesperación expresiva que retrata a la perfección la dificultad por la que está pasando su Laura. Asimismo, se agradece que mantengan ese sello de identidad de principio a fin, formando un equipo maravilloso junto a su compañera de reparto. Sin embargo, puede ser que haya cierto sector del público que sienta que su transformación no sea tan enriquecida como la de Matarranz, al verse un arco evolutivo menos claro.
Concentración y ensayo
Al entrar a la sala del Teatro Quique San Francisco, La isla da la bienvenida a los espectadores con una aparente sala de ensayos. Pronto, la acción comienza y ese lugar tan reconocible tomará diferentes direcciones. Pese a ello, la dirección ha sabido mantener el significado original, elaborando la dicotomía entre representación y realidad dentro de la propia obra. Aun así, no descuida el tratamiento de dibujar una posible escenografía que exprese aquel hospital en el que esperan las dos mujeres. Asimismo, hay un minimalismo que permite que sea el espectador quién imagine aspectos como las ventanas, o aquellas calles de Madrid por las que se pierden los pensamientos. Por lo cual, hay una gestión del espacio escénico estupendo. Después, la selección de vestuario, así como aquellas acciones de movimiento más incisivas señalan con acierto varios momentos que exigen esa indicación.
El ritmo de la obra mantiene esa tensión, esa telaraña de emociones, que mantiene al espectador atento ante lo que se ve sobre el escenario. Puede que no sea una pieza para todos los públicos, pero es innegable que se mantiene viva en todo momento. No hay ninguna sensación de perderse en minutos ralentizados, sino que lleva una buena gestión de las partes más álgidas con aquellas en las que se otorga respiro al público. Un montaje que hace que los asistentes sientan, que se provoque un poso de reflexión sobre la dificultad de aceptar aquello que no se espera, pero al mismo tiempo de la complejidad de asimilar la parte oscura de la humanidad. De esta manera, consigue que no se convierta en una exposición al uso de los demonios internos, sino que los debata y vaya más allá del prejuicio que suele atribuirse a ellos.
Conclusión
La isla es una propuesta que aborda el dolor desde distintas perspectivas, la dificultad de comprensión ante los deseos nada políticamente correctos en diversas fases. Asimismo, explora la metahistoria con un esquema en el que deja respirar al espectador con la propia reflexión de sus metapersonajes. Gracias a ello, Juan Carlos Rubio regala una historia que ahonda en la complejidad de la naturaleza humana en su dicotomía más lúcida y oscura. También hay que aplaudir a unas inmensas Gema Matarranz y Marta Megías, las cuales brillan y cargan con todo el peso de la obra. Asimismo, la puesta en escena se convierte en el perfecto telón de fondo de esa pasión que se torna en las tablas. El descubrimiento de lo que no se dice en una verdad atormentada que deja cautivados a los espectadores.
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