El pasado 19 de enero se estrenó Misericordia en el Centro Dramático Nacional, en el Teatro Valle-Inclán. Escrita y dirigida por Denise Despeyroux, reflexiona sobre cómo el exilio afecta a las personas a lo largo de su vida. Basada en el avión que llevó a 154 hijos de exiliados y preso políticos a Uruguay, desde España, en 1983, cuenta en el reparto con Denise Despeyroux, Natalia Hernández, Pablo Messiez, Cristóbal Suárez y Marta Velilla. Hasta el 25 de febrero en cartel en la Sala Francisco Nieva en el Teatro Valle-Inclán.
Título: Misericordia Título original: Misericordia
Reparto: Denise Despeyroux
Natalia Hernández
Pablo Messiez
Cristóbal Suárez
Marta Velilla
Duración: 120 min. apróx. Dirección: Denise Despeyroux Dramaturgia: Denise Despeyroux Voz en off: Sergio Blanco
Voces infantiles: Marta Despeyroux y David Despeyroux
Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)
Iluminación: David Picazo (AAI)
Vestuario: Guadalupe Valero
Música y sonido: Pablo Despeyroux
Vídeo: Emilio Valenzuela y Máximo A. Huerta
Ayudante de dirección: María García de Oteyza
Ayudante de escenografía y vestuario: Igone Teso (AAPEE)
Realización de escenografía: Readest (AAPEE)
Realización de utilería: Rocío Barreto (cordero)
Confección vestuario: Ángela Lozano y Juliet García
Ambientación de vestuario Final Fantasy: Marisa Echarri
Fotografía: Geraldine Leloutre
Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Diseño de cartel: Equipo SOPA Producción: Centro Dramático Nacional y Showprime
Tráiler de 'Misericordia'
Sinopsis de 'Misericordia'
Misericordia nos presenta a Darío Duarte, hijo de uruguayos, un dramaturgo que a sus 45 años se enfrenta a su primer estreno en la Sala Grande del Teatro María Guerrero. Cuando hace un curso con el también uruguayo Sergio Blanco, este le recomienda que escriba sobre el acontecimiento más relevante de su infancia. En 1983, el gobierno socialista de Felipe González fletó un avión para que casi doscientos hijos de exiliados y presos políticos uruguayos viajaran a su país para pasar la Nochevieja con sus familias. Darío, con solo cuatro años, estuvo en ese avión y visitó a su padre en la cárcel. El problema es que no recuerda nada.
Ahora Darío vive en Madrid con sus dos hermanas. Delmira halla refugio en la kábala judía y, como psicoanalista, ensaya un novedoso método que integra los principios lacanianos con el árbol de la vida. Dunia se evade de la realidad diseñando su propio videojuego, a la vez que va por la vida disfrazada de su personaje favorito: Yuna en “Final Fantasy X”. Este entorno de familia disfuncional traumatizada por el exilio no está ayudando a Darío. Él busca apoyo en su mejor amigo Dante. Este también es un dramaturgo brillante, pero abrumado por la frustración que le provoca el medio profesional, ha renunciado al teatro a cambio de la Psiconeuroinmunología y está obsesionado por recuperar un modo de vida ancestral.
Sergio Blanco insiste a Darío en que hable con Denise Despeyroux; ella también estuvo en el viaje de los niños y podrá ayudarle. Pero Denise escribe comedias con pretensiones filosóficas en las que para colmo se llora. Además, está pasada de moda y no estrena en salas grandes. Darío Duarte se resiste a hablar con una dramaturga que considera más bien una promesa incumplida. (CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL).
La carne recuerda
Denise Despeyroux trae un relato completamente rico en elementos en Misericordia. Por tanto, no se basa en una única tesis para elaborar su dramaturgia, sino que presenta distintos estadios y temáticas a la pieza, que dan un resultado completo en varios sentidos. Gracias a ello, no elucubra una reflexión en torno a la migración per sé, sino que utiliza una estrategia que hace que sea el espectador el que plantee cuestiones en torno a ella. Además lo realiza desde personajes completamente extremos, hilvanados por contextos surrealistas que dan esa vertiente de humor que sienta bien al libreto. Despeyroux podría haber ido a lo obvio, pero no ha sido asi, otorgando un guion con varias capas.
Se va desgranando lo que hay detrás de cada personaje, lo que conlleva a una estructura que continuamente se mueve entre el recuerdo y el presente. No obstante, Despeyroux ha sabido ordenar las piezas de una forma eficaz, para evitar que fuera un batiburrillo. Como apunte, hay que ir sin expectativas de hablar de según qué temas, ya que se formula por otros lugares. Algunos chascarrillos son explícitamente para aquellos amantes y entendidos del teatro, siendo un arma de doble filo, ya que podría haber parte del sector del público general que no lo comprenda. Asimismo, hay puentes entre escenas que hacen densas la pieza y al ser de larga duración, le pasa factura. El final, algo abrupto en su justificación, en especial el contexto de Dunia, no se siente como algo orgánico. Pese a ello, el resultado es estupendo y sigue resonando tiempo después.
Tres hermanos y un destino
Tres hermanos son el eje central de Misericordia, interpretados por Natalia Hernández, Pablo Messiez y Marta Velilla, junto a Cristóbal Suárez que da vida a Dante, amigo de la familia. En primer lugar, Natalia Hernández destaca con una interpretación espléndida, no solo lo acompaña de verdad, sino que cada movimiento, cada acción, se desarrolla con brillantez. Asimismo, se agradece los toques de comedia que aporta a su personaje, sin perder esa acidez que le da matiz a su forma de abordar algunos temas. Después, Cristóbal Suárez ofrece un trabajo brillante, donde se premia la naturalidad, pero también la química que derrocha con Hernández. Entre los dos, se llevan la pieza en varias ocasiones.
Pablo Messiez se sube a las tablas como un Darío en constante búsqueda. Un trabajo interpretativo plausible, con varios momentos en los que se deja llevar por el surrealismo que abraza la pieza. Sin embargo, hay momentos en los que no termina de darle un toque más orgánico, y se ve algo más desconectado ante lo que sucede en escena. En consecuencia, le resta levemente la credibilidad a su actuación. Por otro lado, Marta Velilla da frescura, algo de locura al reparto, cumpliendo con su papel y su intención sobre las tablas. Por último, la participación de Denise Despeyroux es un goce, un buen guiño y un placer ver la manera en la que interviene. Sin duda, tiene magnetismo, algo especial.
Y a su barco le llamaba
El esqueleto de una casa conforma el elemento principal de la puesta en escena de Misericordia. Una elección muy acertada, donde se crea una dicotomía entre hogar físico y hogar emocional. Una construcción muy bien diseñada, con un gusto estético elevado y una elección de colores muy bien elegida. Por tanto, ese amarillo invade no solo la escenografía, sino varios elementos que se ven sobre el escenario. La transformación del espacio escénico es efectivo, se ve la expansión según lo que demande el guion, además de dividir la acción en diferentes capas. También se valora positivamente lo que se ve fuera de este hogar, como la escena del baño frío o uno de los encuentros con Darío.
A nivel audiovisual, los vídeos son potentes y gozan de un diseño muy atractivo. Destaca, sobre todo, el uso de material cotidiano, con vídeos que fabrican una unión con los espectadores. Sin embargo, no sucede lo mismo con las visuales de los videojuegos, que a veces dificultan fugazmente la acción y generan ruido visual. Lo mismo sucede con algunas escenas, que saltan de un estilo a otro, sin una transición que realice un relato totalmente cohesionado. Por lo que, hay algunas partes que no encajan como pudieran y afecta al ritmo, al volverse densa en distintos momentos. A pesar de ello, el universo de la obra está llena de detalles y es lo que, finalmente, más llama la atención y consolida la personalidad de la pieza.
Conclusión
Misericordia va más allá de la reflexión que se puede esperar en torno a los movimientos migratorios. Con lo cual, expande el universo hacia otras cuestiones, donde el humor no falta, aunque no siempre sea para todos. Así, logra un libreto sólido, que deja poso tiempo después de verla, aunque podría mejorarse la cohesión. A nivel interpretativo, está capitaneada por unos magníficos Natalia Hernández y Cristóbal Suárez. La puesta en escena se construye sobre una escenografía de grandes dimensiones, artísticamente muy atractiva, junto a unos audiovisuales muy bien seleccionados. El ritmo y las transiciones entre los diferentes campos podría mejorarse. Una vista al pasado, ante una reflexión en torno al teatro, que goza de una personalidad que sabe quedarse en la mente del espectador.
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