Mountain (2017) es un documental de belleza desgarradora dirigido por Jennifer Peedom en una filmación excepcional que ataca nuestro sentido del vértigo, donde se le da el protagonismo que se merece a esas montañas que antaño fueron temidas y, que ahora, son un preciado objeto de deseo.
Rodada a petición de la Australian Chamber Orchestra’s, es un ataque en toda regla a nuestros sentidos ayudado por la simbiosis de una impresionante fotografía y la música que envuelve el documental con obras como las Cuatro estaciones, de Vivaldi, o las prodigiosas creadas ad hoc por su director, Richard Tognetti.
A partir de un texto del escritor inglés Robert Macfarlane (Las montañas de la mente) narrado por la gutural e hipnótica voz de Willem Dafoe, Mountain intenta explicar el embrujo que las montañas ejercen sobre la raza humana y nos ofrece un viaje emocional por la majestuosidad de esos gigantes de piedra que ya estaban antes de existir nosotros, y seguirán existiendo cuando ya no estemos.
Mountain fue presentada en el Festival de Cine de San Sebastián en el apartado Savage Cinema en el 2017, año de su estreno, y se puede ver en la plataforma Netflix.
Crítica de 'Mountain'
Resumen
Ficha Técnica
Título: Mountain
Título original: Mountain
Reparto:
Willem Dafoe
Año: 2017
Duración: 74 minutos
País: Australia
Director: Jennifer Peedom
Guion: Robert Macfarlane, Jennifer Peedom
Fotografía: Renan Ozturk
Música: Richard Tognetti
Género: Documental. Alpinismo / escalada
Distribuidor: Netflix
Tráiler de 'Mountain'
Sinopsis
Una deslumbrante exploración de nuestra obsesión por las montañas. Tan solo hace tres siglos escalar una montaña habría sido considerado casi un acto lunático, apenas existía la idea de que los paisajes salvajes pudiesen ejercer algún tipo de atracción. Las cimas eran lugares peligrosos, no bellos. 'Mountain' nos muestra el poder de fascinación que generan las alturas y su constante capacidad para moldear nuestras vidas y nuestros sueño. (Netflix)
Dónde se puede ver el documental
Toman por locos a los que bailan quienes no oyen la música
Tan solo dos minutos después del inicio del documental, Mountain nos lleva a dar un paseo entre nubes y cumbres formidables que nos quita la respiración, nos pega al sillón y nos deja sin aliento. Sin apenas narración, pues no la necesita, tan solo la música de la Australian Chamber Orchestra’s, la protagonista del documental, la montaña, se presenta y se apropia de nuestro corazón, dejándonos temblando de miedo, emoción y vértigo.
En este recorrido, la cámara sobrevuela picos de extraordinaria belleza coronados por inmensos merengues de nieve que parecen tan frágiles, que el simple aleteo de una mariposa, si tuviera la inmensa suerte de poder ascender a esa altitud, los derribaría montaña abajo. Desde las alturas, contemplamos a dos alpinistas, que, centímetro a centímetro, recorren los últimos metros que les faltan para llegar a una cima. No alcanzamos a verles las caras, pero compartimos con ellos su satisfacción.
Desde un picado de cámara, vemos a un diminuto escalador, Alex Honnold, realizando un ascenso solitario de una inmensa pared vertical. Se le ve inmensamente feliz. Y nosotros sufrimos al verle. Dan ganas de gritar y extender los brazos para evitar que caiga al abismo.
Este preludio sirve para plantear la premisa de Mountain: ¿Por qué nos fascinan las montañas? ¿Qué cantos de sirena escuchan todos aquellos que arrostran toda clase de peligros para tomar posesión de esas cimas?
Mountain
La cineasta de las alturas, Jennifer Peedom, que durante más de veinte años ha pateado las más altas montañas cámara en mano, fue nominada en 2016 a los premios BAFTA por su anterior realización, Sherpa, durante la cual se vio inmersa en la avalancha de nieve en la cascada de hielo Khumbu, que el 18 de abril de 2014 sesgó la vida de 16 porteadores. Su cámara grabó la tragedia. Este luctuoso e impactante suceso, además, supuso un cambio en el enfoque de su película Sherpa, que a partir de ahí se centró más en las duras condiciones de vida de estos trabajadores.
En esta ocasión, a petición de la Australian Chamber Orchestra’s, acomete esta aventura cinematográfica y musical, en un ejercicio de virtuosismo y perfecta sincronización entre la maravillosa música que la envuelve y acompaña, las imágenes rodadas a vista de pájaro, la poética narración y el complicado montaje. Metros y metros de grabación en varios continentes, a cargo de su director de fotografía, Renan Ozturk, ayudado por un gran número de colaboradores, el cual también estuvo a los mandos de la fotografía de Sherpa.
En un principio, la Australian Chamber Orchestra’s, a través de su violinista, Richard Tognetti, solamente le pidió a la directora unas imágenes para acompañar un concierto programado, en el que se iban a interpretar partituras de Vivaldi, el Djille de Sculthorpe, y algunas del propio Tognetti, de nueva creación, entre otras. Pero Jennifer Peedom no sabe hacer las cosas a medias.
Con la experiencia montañera que acumula a sus espaldas y el profundo amor a la naturaleza, se embarcó en esta singular y grandiosa aventura para armar un relato sublime conducido por la voz de Willem Dafoe en el que la música, desde luego, es uno de los componentes de esta bellísima danza vertical en el que las montañas bailan al son de las notas del libreto elegido para la cinta.
El sonido de Mountain
Decía Leonard Bernstein que la música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido. Y en Mountain la banda sonora es tan espectacular y maravillosa, que transmite la pasión y el embrujo que atrae a todos los que un día oyeron el cautivador canto de sirena de las cumbres más bellas y peligrosas.
Y tan importante es la música en esta producción australiana, que los primeros dos minutos de la cinta, empiezan, asombrosamente en blanco y negro, con… ¡el traslado de un piano de cola! y las bambalinas de la grabación del preludio compuesto por Tognetti. Toda una declaración de intenciones.
Estrenada exitosamente en julio de 2017 con la actuación de la Australian Chamber Orchestra’s en directo, debió ser sobrecogedor asistir a este doble espectáculo, visual y acústico. Uno de esos días que se quedan atesorados en la retina.
La voz en off que acompaña a las imágenes corresponde al actor Willem Dafoe. Ronca, lenta, desgarrada, un acierto que nos la ofrezcan en versión original, porque es uno de los valores añadidos de la cinta. Las palabras que lee provienen del excepcional texto del escritor inglés Robert Macfarlane, el viajero extremo que, o bien recorre los pasillos de las bibliotecas, patea los caminos, escala las montañas más altas o desciende a las simas más insondables. Poeta y gran escritor, sus libros son una especie de cuadernos de viaje pero, también son una reflexión de nuestra relación destructiva con el medio ambiente a la vez que intenta buscar una solución a esta relación tumultuosa con la naturaleza.
El sentimiento de la montaña
Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas, nunca la podrá olvidar, dice un proverbio tibetano. Y tiene razón. La montaña grita en silencio, nos habla a través del graznido de las águilas y los quebrantahuesos, del viento sibilante que la guarda y custodia; del frío congelador de la nieve, o del rumor de las tumultuosas corrientes de agua que surgen en sus laderas.
Y esta voz de las montañas la oímos y la sentimos en Mountain: en el silencio que a veces es el narrador, en el viento que acompaña a la cámara en su paseo premeditadamente lento por las nubes, en el sonido metálico de los crampones al roer el hielo, en el roce del piolet al hendir la roca o el miedo o las náuseas de los escaladores.
Pánico, vértigo que revuelve las tripas, extenuación.
La indiferencia aquí es imposible. Las lágrimas pugnan por desbordarse de nuestros ojos, mientras sorbemos con disimulo la emoción que nos embarga, aferrados a la butaca para no caernos por esos abismos por los que los alpinistas discurren con valiente tesón.
Y si a esto, le sumamos la tremenda belleza de los paisajes, y la música perfectamente acoplada a cada plano, el resultado es tremendamente emocionante, tanto para los amantes de la música como para los entusiastas de la montaña.
En otras películas, en otros documentales, los protagonistas son los seres humanos que ascienden a las montañas, olvidándose de estas. Aquí, sin embargo, el protagonismo total lo tiene la montaña, ese ser de piedra salvaje e ingobernable y se demuestra lo diminutos e insignificantes que somos ante su grandiosidad. La montaña se nos presenta como una amante, a veces adorable, a veces esquiva, pero siempre lejana y altiva.
La profanación de la montaña
La fascinación por las cumbres, nos cuentan en Mountain, no empezó hasta hace tan solo trescientos años. Antes, las montañas eran temidas y se consideraba un mundo sagrado u hostil, un mundo al que no había que entrar.
Sin embargo, a medida que la vida se iba haciendo más cómoda, nos alejamos de la naturaleza y las montañas empezaron a llamarnos con sus cantos de sirena.
En la primera parte de Mountain, nos muestran imágenes de archivo de los primeros intentos de ascenso a las grandes cumbres, y explica la irresistible atracción que ejercieron sobre nosotros, iniciándose una trepidante carrera por conquistar las más altas cimas y rellenar los vacíos de los mapas. Cuando se conquistó el Everest, el alpinismo, como aventura, penetró en la imaginación popular.
El Everest se sitió y multitudes ingentes desde entonces le han atacado en el difícil intento de conquistarle. Una serpiente multicolor le rodea y atenaza desde entonces.
Y, prosigue ahora en tono ya de abierta denuncia Mountain, a partir de ese momento, una locura colectiva invadió el planeta. Veremos imágenes que a los que tenemos profundo respeto por naturaleza nos duelen en el alma: montañas taladas para la práctica del esquí, caravanas interminables de coches dirigiéndose a las pistas, manadas de esquiadores subiendo en los telesillas…
La inventiva de los que hieren las montañas es infinita; ya no se trata de un simple humano enfrentándose solo con sus manos, un piolet y una cuerda a una montaña a la que aman; se trata de asaltos organizados con estaciones de esquí, aparcamientos, parapentes, motos de nieve, helicópteros, bicicletas para dar saltos que escapan de todo raciocinio.
Ahora que la vida es fácil y cómoda para la mayoría, parece que algunos necesitan descargar adrenalina efectuando esas acciones casi suicidas. En estos casos, ¿nos enfrentamos a la montaña o estamos luchando contra nuestros demonios?
No conquistamos las montañas, sino a nosotros mismos, decía Edmund Hillary
En la última parte, con los acordes de un violín, volvemos a disfrutar de imágenes maravillosas que nos dejan sin aliento. Otra vez nos deleitaremos con la insuperable grandeza de la naturaleza salvaje y el latido de la tierra con el paso de las estaciones.
Aquí, las reflexiones que nos ofrece Robert Macfarlane son para atesorar:
“Cualquiera que haya estado en las montañas, conoce su indiferencia, ha tenido una fugaz y brillante impresión de lo poco que le interesamos al mundo. En dosis pequeñas, esta situación resulta emocionante, en dosis grandes, aniquiladora” … “Las montañas no buscan nuestro amor, ni nuestra muerte, no quieren nada de nosotros, y sin embargo, cambian la manera en que nos vemos, erosionan nuestro ánimo, retan a nuestra arrogancia, restauran nuestro asombro. Ahora, más que nunca, necesitamos su dominio salvaje”.
Después de ver y emocionarme con Mountain, y su perfecta transmisión del sentimiento de la montaña, no puedo sino acordarme una y otra vez de las reflexiones de grandes alpinistas recogidas en el libro La vida al límite de la vida, escrito por Sebastián Álvaro y José Mari Azpiazu, en el que, entre otras profundas e interesantísimas citas, recogen estas palabras de George Herbert Leigh Mallory (1886-1924):
"Si alguien me preguntara cuál es la utilidad de escalar o de intentar escalar el pico más alto del mundo, debería decirles que ninguna. No se persigue ningún fin científico; simplemente la gratificación de un impulso, el deseo indómito de descubrir lo inexplorado que late en el corazón del hombre".
Conclusión
Mountain es el más bello y sobrecogedor documental que jamás haya visto.
Un ejercicio de virtuosismo y sincronización dirigido por una mujer, Jennifer Peedom, avezada montañera y camerógrafa, que ha conseguido transmitir como nadie la fascinación que las montañas ejercen sobre nosotros. En un relato emocionante envuelto en música clásica y sinfónica, ha combinado las reflexiones de uno de los mayores escritores sobre montaña con las imágenes de las más bellas y escalofriantes cimas que desafían toda prudencia y mesura, para impactar finalmente de una forma demoledora en los sentidos y en las emociones del espectador.
Un documental de obligado visionado para todos los amantes de la montaña, la naturaleza y los paisajes que entusiasmará también a los melómanos empedernidos.
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