El pasado 30 de septiembre llegó al Teatro Infanta Isabel Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Esta pieza teatral es todo un clásico, siendo un gran éxito de crítica y público. Esta versión está dirigida por Rubén Szuchmacher, mientras que la adaptación del texto corre a cargo de Natalio Grueso. Por otro lado, el reparto está encabezado por Imanol Arias. Se puede disfrutar todos los jueves, viernes y sábados a las 19 horas, y los domingos a las 18 horas en el Teatro Infanta Isabel.
Título: Muerte de un viajante Título original: Death of a Salesman
Reparto: Imanol Arias (Willy Loman)
Jon Arias (Biff)
Jorge Basanta (Charley / Howard)
Fran Calvo (Bernard / Ben)
Cristina de Inza (Linda)
Virginia Flores (Mujer)
Carlos Serrano-Clark (Happy)
Duración: 110 min. apróx. Dirección: Rubén Szuchmacher Adaptación: Natalio Grueso Autor: Arthur Miller
Diseño de escena y vestuario: Jorge Hugo Ferrari
Iluminación: Felipe Ramos
Diseño sonoro: Bárbara Togander Producción: José Velasco y OKAPI
Saludos de 'Muerte de un viajante'
Sinopsis de 'Muerte de un viajante'
Muerte de un viajante nos presenta a Willy Loman, un viajante de comercio que ha entregado todo su esfuerzo y su carrera profesional a la empresa para la que trabaja. Su único objetivo es darle una vida mejor a su familia, su mujer y sus dos hijos, que le adoran y a los que quiere inculcarles la ambición por triunfar y progresar en la escala social. Trabajador infatigable, ahora, con sesenta y tres años, exhausto y agotado tras una vida sin descanso, ve cómo su posición en la empresa se tambalea. Sus ventas ya no son las que eran y su productividad cae en picado, lo que provoca que la relación con sus jefes se haga insostenible.
Su matrimonio tampoco va bien, y la relación con sus hijos esconde un antiguo secreto que les llena de resentimiento y que amenaza con destrozar la estabilidad familiar. Todo ello le lleva a una espiral de depresión y autodestrucción, en la que su único apoyo es su abnegada esposa, la única que parece entenderle. A medida que se complican los acontecimientos y sus sueños se desvanecen, todo se precipita hacia un final trágico al que el vencido viajante parece inexorablemente abocado.
La crueldad de un capitalismo salvaje en el que el ser humano sólo vale lo que sea capaz de producir, la frustración por los sueños no cumplidos, la incapacidad de padres e hijos para expresarse su amor, las complejas relaciones de pareja, y la necesidad de triunfar y ser aceptado por los demás, son los ejes sobre los que pivota esta obra maestra de la dramaturgia contemporánea, una demoledora reflexión sobre el ser humano que, como buen clásico, resulta tan actual hoy como cuando se escribió a mediados del siglo pasado. (TEATRO INFANTA ISABEL).
Esperanzas
Sorprende la increíble contemporaneidad que comparte Muerte de un viajante, de Arthur Miller, con la situación actual entre generaciones. Este texto de 1949 aborda el sueño y las esperanzas como forma de vida, siendo una continúa oda del querer ser. Gracias a una historia llena de humanidad, se presenta un relato sobre la dificultad de vivir en una sociedad alineada, donde el poder y la postura forman parte del éxito. Por este motivo, la confrontación entre los distintos personajes ofrecen un debate rico y con unos matices introspectivos de gran nivel. Es imposible que el espectador no se vea reflejado en algunas de las situaciones que desgrana la obra, aunque sean con un contexto totalmente distinto. Además, se profundiza en la herencia de la presión, la necesidad de ver en los vástagos aquello que no se pudo obtener en la vida de uno mismo.
Ese sentimiento descarnado invade toda la obra, lo que deja un periplo personal y auténtico, al mismo tiempo que se es testigo de la decadencia y de una vejez abocada al sufrimiento callado y orgulloso. Por ende, las palabras de Miller siguen siendo una auténtica delicia para los espectadores, que entran de lleno en esta familia tan lejana y cercana al mismo tiempo. También es de agradecer la excelente labor de Natalio Grueso, que ha sabido transportar toda la esencia del original y mantener la contundencia de dicho texto. No necesita adaptarlo a la idiosincrasia española, ya que el mensaje y el desarrollo es tan universal que conecta con el público de principio a fin sin ningún problema. Por tanto, el compendio global, a nivel narrativo, es una exquisitez que deja al espectador extasiado.
La herencia involuntaria
Imanol Arias demuestra, una vez más, que es un actor todoterreno, no hay reto que se le resista. Su construcción, en torno a su Willy Loman, se realiza con una sensibilidad sorprendente, donde se mezcla el fuerte carácter y carisma del artista, con una fragilidad sutil y necesaria. Por ello, se ve esa tristeza interior sin hacer uso de recursos fáciles, sino a través de una expresividad elegante y absolutamente natural. Gracias a todo esa combinación que sale desde dentro, regala una visceralidad suave que termina por emocionar a los espectadores en todo momento. Esa destrucción personal se transmite en su mirada, en su movimiento… En ningún momento abandona esta mimetización que vive, despertando una serie de reacciones en el público al mismo tempo que los excelentes matices que hay en su trabajo dramático en Muerte de un viajante.
Junto con Arias, una excelente Cristina de Inza, con una contundencia, una energía y un porte que llegan a su máximo esplendor con una posición de la voz adecuada. Además, crea una conexión especial con el público, al mostrar fielmente esa carga emocional que lleva sobre sus hombros Linda. Después, Jon Arias se mueve en distintos niveles de ímpetu, brillando más en las partes más coléricas y que exigen más energía sobre la escena. Toda esa vorágine de frustración se presenta muy bien en sus carnes. Por su parte, Carlos Serrano-Clark convence con una cercanía pertinente, pero no logra la misma lucidez que otros de sus compañeros. Aun así, triunfa en esos puntos de comedia de la celosía del hijo. Para terminar, Jorge Basanta y Fran Calvo cierran el reparto artístico, con un trabajo en constante evolución, permitiéndoles mostrar las distintas capacidades interpretativas que tienen. Unas actuaciones estupendas.
La cárcel del alma
La grandeza del texto, acompañado de un elenco actoral espléndido, se ve envuelto en una puesta de escena que encarna esa cárcel personal y social. Con lo cual, se construye una escenografía fundamentada en ese espacio asfixiante, que asienta el imaginario del encierro y la sofocación, transmitiendo también esa sensación sobre los espectadores. Por otro lado, se acompaña de unas sillas, que van transformando la escenografía, para convertir cada estancia en una nueva batalla mordaz entre los personajes. Además, hay un uso de los fuera de escena bien planteados, dando esa presencia omnipresente del personaje principal. El uso del audiovisual es un aspecto que llega de una manera sutil y efervescente, que adorna y posiciona al público en el contexto por el que va desarrollándose la escena. Aun así, no aporta más de lo decorativo.
La intimidad y fuerza de las actuaciones son realmente la parte más importantes de la propuesta, ya que toda la energía y el dinamismo se posa sobre los hombres de cada uno de los actores. Su movimiento por el escenario, unido a la desnudez que dan en su labor dramática, hacen que no sea necesario una construcción más llamativa. Por ende, puede sorprender que no se hayan utilizado grandes artilugios, una composición más impactante, pero al terminar la obra se comprende que esto podría haber distraído de la tormenta emocional que aportan sus intérpretes. Únicamente, un detalle ínfimo, es que el acabado podría dar un resultado más atractivo y menos diáfano, pero es algo a gusto de espectador. Por último, destacar la excelente fluidez en el ritmo de Muerte de un viajante, que utiliza la contemplación de la palabra, pero sin pausar la acción. Una combinación ganadora.
Conclusión
Muerte de un viajante impresiona por ser una obra totalmente actual y que trata temas de gran importancia como las expectativas, la presión heredada, el éxito y la pose. La dramaturgia de Arthur Miller es una exquisitez, un camino introspectivo de auténtica elegancia y calidad. Imanol Arias capitanea con una actuación impoluta, llena de matices y sinceridad, recorriendo una visceralidad humana de grandes niveles. Además, se acompaña de un reparto en alza. Por otra parte, la puesta en escena engrandece el nivel de las interpretaciones, dando una construcción íntima, sin artilugios, emanando una sensibilidad pertinente. Tal vez, podría darse alguna pincelada para potenciar estéticamente algunos puntos. Un viaje hacia la decadencia y la búsqueda del éxito, que deambula en una reflexión llena de humanidad y de verdad. Teatro puro.
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¡Grande, Rubén! Demoledor... Qué repercusión. Vamos, Willy Loman todavía! Abrazo. N.T.