Muerte de un viajante, una de las obras más representadas durante todos los tiempos, vuelve al escenario. Dirigida por Rubén Szuchmacher, y adaptada por Natalio Grueso, está protagonizada por Imanol Arias y Cristina de Inza, a los cuales tuvimos también la inmensa oportunidad de ver en El coronel no tiene quién le escriba, es teatro con mayúsculas. Teatro para no olvidar, teatro para recordar, teatro que remueve conciencias.
Autoengaño e ilusiones fatuas son los pilares en los que se centra esta durísima obra basada en la obra escrita por el dramaturgo Arthur Miller y que se podrá disfrutar en el Teatro Infanta Isabel hasta el 30 de septiembre.
Título: Muerte de un viajante Título original: Death of a Salesman
Reparto: Imanol Arias (Willy Loman)
Andreas Muñoz (Biff)
Miguel Uribe (Charley / Howard)
Fran Calvo (Bernard / Ben)
Cristina de Inza (Linda)
Virginia Flores (Mujer)
Daniel Ibáñez (Happy)
Duración: 110 min. apróx. Dirección: Rubén Szuchmacher Adaptación: Natalio Grueso Autor: Arthur Miller
Diseño de escena y vestuario: Jorge Hugo Ferrari
Iluminación: Felipe Ramos
Diseño sonoro: Bárbara Togander Producción: José Velasco y OKAPI
Escena de 'Muerte de un viajante'
Sinopsis de 'Muerte de un viajante'
Muerte de un viajante es una obra que nos presenta a Willy Loman, un viajante de comercio que ha entregado todo su esfuerzo y su carrera profesional a la empresa para la que trabaja. Su único objetivo es darle una vida mejor a su familia, su mujer y sus dos hijos. Le adoran y les quiere inculcar la ambición por triunfar y progresar en la escala social. Trabajador infatigable, ahora, con sesenta y tres años está exhausto y agotado. Después de una vida sin descanso, ve cómo su posición en la empresa se tambalea. Sus ventas ya no son las que eran y su productividad cae en picado, lo que provoca que la relación con sus jefes se haga insostenible.
Su matrimonio tampoco va bien, y la relación con sus hijos esconde un antiguo secreto que les llena de resentimiento y que amenaza con destrozar la estabilidad familiar. Todo ello le lleva a una espiral de depresión y autodestrucción, en la que su único apoyo es su abnegada esposa, la única que parece entenderle. A medida que se complican los acontecimientos y sus sueños se desvanecen, todo se precipita hacia un final trágico al que el vencido viajante parece inexorablemente abocado.
La crueldad de un capitalismo salvaje en el que el ser humano sólo vale lo que sea capaz de producir, la frustración por los sueños no cumplidos, la incapacidad de padres e hijos para expresarse su amor, las complejas relaciones de pareja, y la necesidad de triunfar y ser aceptado por los demás, son los ejes sobre los que pivota Muerte de un viajante, obra maestra de la dramaturgia contemporánea, una demoledora reflexión sobre el ser humano que, como buen clásico, resulta tan actual hoy como cuando se escribió a mediados del siglo pasado. (TEATRO INFANTA ISABEL).
Se abre el telón
Imanol Arias se mete en los zapatos de Willy Loman, un americano que ha dado su vida por la empresa a la que sirve desde que era joven y que ahora, en el ocaso de sus días, le da la espalda. O quizás sea la sociedad la que fagocita y aparta a los que no producen, sin respetar el esfuerzo que hayan hecho.
Es la historia de un hombre que ha creído en el sueño americano, que ha pensado que con su esfuerzo y sus ilusiones podría llegar a lo más alto, pero que ya solo puede soñar, porque no le queda nada por lo que luchar. Su familia y él han vivido en un mundo inventado, de mentiras, en la que todo el tiempo creen que el éxito tan ansiado está a la vuelta de la esquina, esperándoles agazapado.
Por otra parte, es una historia de egos, de ilusiones perdidas, de autoengaño prolongado durante décadas, de secretos destructivos: es la puesta en escena de una espiral de desesperación en la que es fácil adivinar en lo que va a acabar.
La obra de Arthur Miller, el marido de la mujer más deseada del mundo
La obra Muerte de un viajante fue escrita por el dramaturgo americano Arthur Miller en 1949, pero podría haber sido escrita ayer. O mañana. O dentro de 10 años. Tan actual y atemporal es. Cruel y real, a partes iguales.
Esta tragedia que muestra el lado oscuro del sueño americano y la búsqueda de la dignidad de un individuo al que la sociedad trepidante aplasta y acogota hasta la aniquilación, supuso su consagración como dramaturgo y ácido crítico de la sociedad estadounidense. A él mismo siempre le sorprendió el éxito de la obra, que nació como la simple historia de un viajante y se convirtió en todo un mito, conocida en el mundo entero y galardonada con el Premio Pulitzer en la categoría de drama. Y gracias al éxito, conoció a otro mito y se casó con ella, con Marilyn Monroe, pero eso ya, es otra historia…
Hijo de una familia de emigrantes que se arruinó durante la Gran Depresión, esta obra hunde sus raíces en ese sentimiento de desesperanza y desgarro que asoló un país, y que dejó millares de familias al borde de la indigencia y su desesperación. Precisamente, el humilde apartamento al que tuvieron que trasladarse a vivir en Brooklyn, sirve de escenario agónico a esta crónica de una muerte anunciada.
El sueño americano
Imanol Arias se sale. Literalmente. A los tres segundos de aparecer en escena, ya no es ese Imanol que conocemos, no es ese Antonio Alcántara que se nos coló durante años en nuestra casa, no es el Lute. No señor.
Es Willy Loman, un americano hundido en un mundo en el que ya no tiene sitio. En un mundo en el que no ha sabido sobrevivir ni salir a la superficie. En un mundo donde vale más muerto que vivo. Es un hombre al que le pesa hasta el alma, del que parte de su mente ha huido a un tiempo más feliz. Un hombre, que a pesar del amor a su esposa, guarda un secreto que ha corroído los cimientos de una familia feliz.
Y su esposa Linda, interpretada por la siempre magistral Cristina de Inza, lleva el peso de la pesadumbre de su marido sobre sus hundidas espaldas. Cuenta como una hormiguita cada centavo que entra en esa casa e intenta borrar la oscuridad de la tristeza de vida que tienen con sonrisas y cariño, no queriendo darse cuenta de que ya es tarde para todo menos para la muerte.
Una mezcolanza de mentiras, relaciones familiares, ocasiones perdidas y amor, tejen este entramado cruel y durísimo de esta familia víctima de la ilusión del sueño americano.
Un entorno agónico
Dirigida por Rubén Szuchmacher, y adaptada por Natalio Grueso, la obra Muerte de un viajante se escenifica en un entorno agónico, casi claustrofóbico. Como claustrofóbica es la desesperación aniquiladora de los protagonistas, encerrados en un pisito oscuro donde la alegría huyó y las esperanzas son solo sueños ilusorios.
Son cuatro paredes oscuras. Apenas hace falta más. La dureza de un relato desgarrador que azota y sacude las conciencias, llena de dolor y angustia el escenario del Teatro Infanta Isabel. En un drama lo que hace falta es la fuerza de la interpretación, y aquí, esta fluye como un torrente impetuoso que nos ata a la butaca del teatro y nos tiene con el corazón en un puño.
De destacar la extremadamente acertada la luminotecnia y la representación de los complicados flashbacks con que el autor nos remite al pasado, siempre difíciles de escenificar en el teatro, y que aquí se muestran sin que haya ningún género de dudas, aclarando de dónde vienen los arrepentimientos y resquemores que toda la vida han inundado a este pobre Willy Loman.
Conclusión
Una obra desgarradora, intensa y realista, completamente actual en esta sociedad en la que vivimos, que azota las conciencias y las remueve de una forma demoledora.
Con un Imanol Arias entregado completamente, que ama las tablas y las tablas le aman a él, y una excelente compañera de reparto, Cristina de Inza, que aguanta el peso de la tragedia que la rodea, la obra Muerte de un viajante es un ejercicio de virtuosismo teatral, respetuoso a la obra original de Arthur Miller, incluido el quizás demasiado tiempo dedicado a la juventud de los hijos, en un entorno agónico, tanto espiritual como físico.
Una crónica de una muerte anunciada, perfecta en su concepción y realización, removedora de conciencias, tierna, cruel y dolorosa, muy dolorosa.
Un verdadero placer ver no solo la magistral interpretación de los actores, sino su amor por la escenificación. Un privilegio enorme escuchar a hablar a Imanol Arias después de la función y sentir su entusiasmo por la cultura, por la magia del teatro.