En Nada que perder, Delphine Deloget ofrece un retrato conmovedor y visceral de una madre enfrentada a los límites del sistema y de sí misma. Con una mirada íntima y sin concesiones, la directora explora las tensiones entre el amor, la desesperación y la vulnerabilidad social, construyendo una historia donde la dignidad se convierte en un acto de resistencia. A través de una puesta en escena sobria y una dirección de actores precisa, Deloget transforma un drama cotidiano en una reflexión universal sobre la injusticia, la maternidad y la capacidad humana de luchar incluso cuando ya no queda nada por perder.



Nada que perder película

Crítica de 'Nada que perder'

Ficha Técnica

Título: Nada que perder
Título original: Rien à Perdre / All to Play For

Reparto:
Virginie Efira (Sylvie Paugam)
Félix Lefebvre (Jean-Jacques Paugam)
Mathieu Demy (Alain Paugam)
Arieh Worthalter (Hervé Paugam)
India Hair (La señora Henry, la trabajadora social)
Sandrine Bodeness (Marie)
Louise Morin (Patricia)
Arnaud Stéphan (Policía)
Christophe Briand (Christophe)
Arzouma Ismaël Gouba (Simon)

Año: 2023
Duración: 112 min.
País: Francia
Director: Delphine Deloget
Guion: Pierre Chosson, Delphine Deloget, Julia Kowalski
Fotografía: Guillaume Schiffman
Música:
Género: Drama. Social
Distribuidor:

Filmaffinity

IMDB

Tráiler de 'Nada que perder'

Sinopsis

Sylvie y sus hijos se adoran, pero cuando un hijo se lesiona después de que ella los deja solos en casa para ir a trabajar, los niños son llevados a un hogar de crianza. Sylvie está decidida a librar la batalla administrativa y legal para recuperarlos.

Dónde se puede ver la película en streaming



Amor contra el sistema

Nada que perder no intenta idealizar ni demonizar a ningún bando, no hay villanos claros, hay burocracia, protocolos, miedo a equivocarse, y una madre que siente que la están condenando por intentar sobrevivir. Ese enfoque sobrio y sin moralinas hace que la historia golpee más fuerte, porque podría ser la historia de cualquiera.

El relato avanza entre reuniones oficiales, visitas restringidas y luchas silenciosas, no es una película de grandes giros, sino de pequeñas batallas cotidianas. Su fuerza está en la autenticidad, aunque a veces esa misma sobriedad le hace perder algo de impulso emocional en el tramo central, aun así, el retrato del sistema de protección infantil es tan honesto como incómodo, y necesario.

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Realismo sin adornos

Delphine Deloget dirige con la mirada de alguien que observa sin intervenir, no juzga, no empuja, no subraya, solo coloca la cámara delante de una madre y la deja pelear con la Administración como si fuera un enemigo invisible. La puesta en escena es sencilla, casi documental, lo que permite que la historia respire sin artificios.

Esta ausencia de dramatismo impuesto es un acierto, aunque puede dejar la sensación de que Nada que perder no termina de explotar su potencial emocional. Deloget apuesta por la contención, lo cual se agradece en tiempos donde el drama social suele venir acompañado de violines lacrimógenos y discursos forzados.

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Una madre que se rompe

Virginie Efira (Solo para mí, Los hijos de otros) sostiene toda la película sobre sus hombros, su interpretación no es ruidosa ni melodramática, sino profundamente humana. No grita a los cuatro vientos lo que siente; lo deja en la mirada, en los movimientos rígidos, en esa manera de hablar con firmeza contenida frente a los funcionarios.

Los hijos también están espléndidos, no interpretan desde la inocencia exagerada del cine social típico, sino desde la confusión real de quienes no entienden por qué de pronto deben llamar “hogar” a un sitio que no lo es.

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Tonos fríos para luchar

Nada que perder apuesta por una paleta fría y apagada, que refleja perfectamente el mundo aséptico de la burocracia, oficinas neutrales, salas de espera impersonales, casas silenciosas cuando deberían estar llenas de vida. No hay grandes movimientos de cámara ni decorados elaborados; todo está pensado para que la emoción surja de las personas, no del entorno. El sonido es discreto, y la ausencia casi total de música subraya la soledad de la protagonista, cuando el silencio pesa, es porque tiene que hacerlo.

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Conclusión de 'Nada que perder'

Nada que perder no es un golpe directo al corazón, pero sí una herida lenta que se queda, es una película honesta, dolorosamente real, que no busca aplausos sino reflexión. No es perfecta, quizá demasiada contención frena un poco la intensidad emocional en ciertos momentos, pero sí necesaria.

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