Bajo la dirección de Juan Codina, Qievra regresó a los escenarios madrileños el pasado 19 y 20 de mayo, durante dos únicas funciones, en el Teatro Infanta Isabel. Esta pieza es un trabajo colectivo con los que fueran estudiantes del Estudio Juan Codina, convirtiendo su trabajo de fin de estudios en una obra teatral. Cuenta con un elenco numeroso formado por Alberto Fraga, Aleix Esqueret, Eduardo Gallo, Eva Carrera, Iker Urgoiti, Javi Díaz, Laura Aguado, Laura Soler, Mario de la Iglesia, Mía Blázquez y Yerai Fernández.
Reparto: Alberto Fraga
Aleix Esqueret
Eduardo Gallo
Eva Carrera
Iker Urgoiti
Javi Díaz
Laura Aguado
Laura Soler
Mario de la Iglesia
Mía Blázquez
Yerai Fernández
Duración: 120 min. apróx. Dirección: Juan Codina Dramaturgia: Creación colectiva con la colaboración de Julia Rubio Ayudantes de dirección: Eva Carrera y Ana Caso
Audiovisual: Aleix Esqueret y Dani Jaén
Cartel: Eugenia Cuaresma
Coach: Ana Pascual y Ángel Ruiz
Coreografía: creación colectiva con la colaboración de John Cámara
Diseño de iluminación: Edgar Calot
Diseño musical: creación colectiva con la colaboración de Andrés Picazo
Vestuario: creación colectiva con la colaboración de Alma Mendoza
Fotografía: Dani Jaén y Domi Ggar
Regiduría: Ana Caso Producción: Estudio Juan Codina
Tráiler de 'Qievra'
Sinopsis de 'Qievra'
“Cada vez que un hombre abre la boca para reír está devorando a otro hombre”
Andrés Barba, La risa caníbal.
En un mundo en el que gobierna la parálisis y el miedo, la única forma de sobrevivir es salirse de uno y acogerse a la distancia que nos ofrece el humor. Hay que reírse como acto violento, como seña de rebeldía; y, con esa lucha, combatirse hasta a uno mismo. Qievra es Q de querulante, I de irreverente, E de estrambótico, V de vacío, R de revulsivo y A de ansiógeno; es el retroceso de un arma en la que todos apretamos el gatillo. Un mosaico de delirios que, a fuerza de costumbre, hemos acabado dando por cuerdos. Qievra es la reivindicación de lo jocundo; un espectáculo que no se ríe de nadie, se ríe de todo. Incluso de sí mismo. (TEATRO INFANTA ISABEL).
Una consecución de escenas
Juan Codina dirige Qievra, un conjunto de piezas creadas de forma colectivo, bajo la colaboración de Julia Rubio. Por tanto, no tiene, ya de entrada, una intención de intercalar o unificar los distintos relatos que se muestran sobre el escenario, sino que propone una muestra teatral en el que se busca la irreverencia, la socarronería y lo políticamente incorrecto. Hay algunas historias que logran este efecto, donde se puede ver que hay una idea bien ejecutada. Sin embargo, el problema llega en su conjunto, exponiendo temáticas que reinciden en el mismo tema sin aportar nada nuevo, que acaba por hacerse excesivamente reiterativo y no buscando mantener el interés del espectador sobre lo que ocurre en el escenario. En consecuencia, se termina por desconectar de lo que se está contando, al quedarse en la anécdota más que en un análisis exhaustivo.
Además, no se ve una búsqueda real en torno a las problemáticas presentadas, un ejemplo de ello es la salud mental, la cual se atribuye a un partido o ideología concreta, cuando es una urgencia social que no es enfrentada por la clase política en general. Con lo cual, hay una defensa y crítica concreta, que se comprende el punto, pero no es rigurosa en su defensa. Después, se busca hacer una comedia histriónica, exagerada, pero podrían ir hasta el final, exprimir al máximo esa ridiculez, pudiendo haberla encumbrado en lo alto, pero no lo consigue. El resultado es un amalgama de situaciones que, en varios momentos, puede llegar a provocar cierta incomodidad o sentimiento de no haber cuidado lo que se desea mostrar sobre las tablas. Se asemeja a una muestra de fin de curso de estudiantes de escuela más que a una obra de teatro.
Actores en construcción
No son pocos los actores que se suben a la escena en Qievra, desembocando en conjunto en un músculo que trabaja mayormente en unidad, pero en el que se ve cuáles son los que obtienen una interpretación más completa, frente a los que todavía tienen que evolucionar. Por lo que, lamentablemente, no hay un resultado regular a nivel dramático, lo que conlleva a que el reparto todavía deba asentar su labor en grupo. Se valora positivamente la ejecución de las coreografías, viéndose ahí una expresividad artística más contundente, y donde se ve mayor unión entre los actores. Tal vez, habría sido interesante lograr equilibrar el atino del lenguaje corporal con la manera de afrontar el texto, siendo este su principal obstáculo, al no utilizar la palabra de una forma eficiente.
Pese a ello, hay interpretaciones que logran quedarse en la retina de los espectadores, siendo para ellos su principal altavoz. Uno de ellos es Iker Urgoiti, el cual no solamente se deja el cuerpo y el alma, hablando principalmente con el movimiento, sino que también consigue conectar con el público por su comedia. Después, tanto Laura Soler como Laura Aguado se dejan llevar, dando un toque pícaro, sabiendo llevar a los asistentes hacia dónde ellas quieren. Por otro lado, Mario de la Iglesia tiene la ardua tarea de ser el maestro de ceremonias hasta que inicia la obra. A nivel visual cumple con lo que se le pide, pero podría darle más contundencia a su personaje, que finalmente se difumina en algunos momentos.
El batiburrillo
Uno de los aspectos más positivos de Qievra es la utilización visual de los cuerpos, envueltos en distintos materiales, provocando impacto y siendo atractivos a ojos de los espectadores. Por tanto, se valora el desempeño del movimiento, en especial, en las escenas de interludio entre escena y escena. Asimismo, la elección del vestuario es llamativa, estando en sintonía en varios momentos. El problema se halla en la saturación del sexo como elemento de construcción de la escena, lo poco gusta, lo mucho cansa, y aquí se vive una exceso de este recurso. También les pasó factura el uso de audiovisuales, que no lograron durante la función del 20 de mayo verse como debieran. En consecuencia, el continuo encendido y apagado del dispositivo, podía llegar a llevar la atención ahí.
Por otro lado, el nido de estilos artísticos por los que va deambulando la pieza no tienen un nexo en común, excediéndose en su gratuidad, lo que implica que dé una sensación de desorden, de no haber buscado una estructura férrea. En consecuencia, el espectador puede terminar por no comprender cuál es el sello de identidad de la pieza o si éste realmente existe. Lo grotesco y lo vulgar acaba por comerse la escena, siendo realmente una obra difícil de digerir y simplemente por el hecho de exhibirse, sin una justificación sólida. Por último, su duración es excesiva, siendo muy complicado mantenerse en el patio de butacas ya en la última parte. Sería interesante una reformulación del concepto tanto de forma artística como técnica.
Conclusión
Qievra es una oportunidad perdida para exponer el talento joven y las temáticas que desean abordar, al ofrecer un espectáculo grotesco, incómodo y sin sentido. Por tanto, el problema es que no logra encontrar una base firme, deambulando en un batiburrillo de estilos, géneros, estéticas, que únicamente coinciden en lo vulgar y en lo excesivo. Por ende, se hace tremendamente complicado de ver, necesitando una revisión, dado que se puede ver que hay ideas que sí funcionan. El elenco todavía está en construcción, aunque hay actores que destacan con brillantez como Iker Urgoiti o Laura Soler. Un trabajo más cercano a una muestra de fin de curso que a una obra de teatro.
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