Sátántangó es el magnum opus de Bela Tarr, maestro húngaro del slow cinema con un marcado interés por la representación del hastío existencial. Estrenada en 1994, la película acaparó la atención de propios y extraños por su amplísima extensión y por su personalísimo estilo de dirección, alzándose como un atrapante enigma cuya solución aún es buscada por los espectadores de todo el mundo. Hoy, tras más de 30 años desde su estreno, regresamos a este monumento a la condición humana para analizar su propuesta y reafirmar por qué se trata de una de las grandes películas de la industria. Sátántangó está disponible actualmente en Filmin, dividida en 3 partes.
Crítica de 'Sátántangó'
Resumen
Ficha Técnica
Título: Sátántangó
Título original: Sátántangó
Reparto:
Mihály Vig (Irimiás)
Putyi Horváth (Petrina)
László feLugossy (Schmidt)
Éva Almássy Albert (Schmidtné)
János Derzsi (Kráner)
Irén Szajki (Kránerné)
Alfréd Járai (Halics)
Miklós Székely B. (Futaki)
Erzsébet Gaál (Gallego)
György Barkó (Director de la escuela)
Año: 1994
Duración: 450 min.
País: Hungría
Director: Béla Tarr
Guion: Béla Tarr, László Krasznahorkai. Novela: László Krasznahorkai
Fotografía: Gábor Medvigy (B&W)
Música: Mihály Víg
Género: Drama. Vida rural
Distribuidor:
Tráiler de 'Sátántangó'
Sinopsis
La historia relata gradualmente los problemas de una granja colectiva durante unos pocos días de otoño en los años de la Hungría post-comunista, observada desde la perspectiva de distintos personajes.
Dónde se puede ver la película en streaming
Qué hacer cuando tu sociedad llega a su fin
Sátántangó supone un ejercicio de estética sin precedentes, marcado por la presentación de largos planos tanto estáticos como en movimiento (siempre lentos y, en ocasiones, atravesados por los personajes o las paredes) que ahondan en la situación de desesperanza que viven los habitantes de la pequeña y decadente granja comunal.
Resulta fácil extraer el ADN de Béla Tarr como autor observando la película. Elementos tales como los planos dorsales en seguimiento, los primeros planos de los rostros, la rotación constante de la cámara en torno a varios personajes o, simplemente, la inclusión de planos generales estáticos son usados constantemente, aportando a la cinta un estilo único que remite al de grandes artistas como Tarkovsky o Kiarostami.
Este estilo es, además, usado para entretejer una fascinante red de sutiles ironías. A pesar de su tono elevado y distópico, Sátántangó no deja de ser una compleja obra dramática trufada de un marcado componente satírico. Los personajes que pueblan la granja comunal son criaturas ruines, incapaces de ayudarse entre sí o de aportar para hacer de la convivencia algo mejor. Aprovechan la más mínima ocasión para traicionarse entre sí, ya sea intentando robar el dinero comunal o siendo infieles, y sin embargo esperan desesperadamente una, a sus ojos, merecida redención… O un supuesto profeta que les guíe hacia un futuro mejor.
Falsos profetas en tierras de nadie
La trama arranca precisamente con el regreso al pueblo de Irimiás, un joven que se creía muerto y que, como si de un Jesús moderno se tratase, ha vuelto para traer esperanza y salvación a los cada vez más desesperados habitantes de la granja. Todo gira en torno a su influencia: algunos cancelan sus planes para seguirle, otros muestran recelo ante su llegada… Nadie queda indiferente, pues la desesperación les hace confiar ciegamente en quien fingió su propia muerte.
Irimiás no es ningún mesías, a pesar de que su aspecto y su tono de voz parezcan trazar un curioso parecido con las representaciones más clásicas de Jesucristo. Es a través de este personaje que Sátántangó nos habla acerca de los embaucadores, de quienes aprovechan la debilidad y la flaqueza moral para dar rienda suelta a sus engaños.
Trasunto del arquetipo clásico del diablo, del pícaro que lo consigue todo a través de la labia, este demuestra su poder en el fascinante capítulo “Irimiás da un discurso”, donde aprovecha la muerte de una niña para atrapar a la mayoría de habitantes bajo sus redes.
Quizá a lo largo de las más de siete horas de duración los diálogos sean escasos, pero no por ello estos carecen de profundidad. Sus conversaciones resultan necesarias para entender el valor moral de las acciones que se muestran, aportando la cantidad de información necesaria para comprender a la perfección a sus personajes sin recaer en ningún momento en la sobreexposición.
A esto hay que sumarle un eficaz uso de la narración, normalmente presente al inicio y al final de cada capítulo. Esta no solo ofrece un constante cierre a ciertas tramas si no que, además, ofrece una nueva perspectiva moral de los acontecimientos. Es importante señalar que la presencia de la narración no es trivial, esta tiene su explicación al final de Sátántangó en la que es, sin duda alguna, uno de los cierres de trama más fascinantes de toda la obra.
Un vacuo páramo donde la lluvia puede más que la razón
Aunque no se trata de una película política al uso, resulta innegable que Sátántangó es una película enormemente dependiente de la historia política y social de Hungría. No solo se ambienta en uno de los periodos más convulsos del país, si no que retrata de forma mordaz la vida rural como si de una obra tremendista se tratara. Su profunda crítica social parece incidir en la falta de valores del pueblo húngaro y en la ausencia de moral por parte de las autoridades, implicadas estas en tramas de corrupción donde poco o nada importa el pueblo.
Sus doce capítulos, organizados en dos grupos de seis que simulan la composición de un tango (cabe recordar la importancia que la música y su funcionamiento tienen en la obra de Béla Tarr), constituyen un fascinante tríptico de la decadencia humana y moral. Un amargo cuento nihilista que invita al espectador, en calidad de observador privilegiado (la cámara lo evidencia a través de ciertos planos que simulan la mirada voyeur, usando ventanas y puertas entrecerradas), a reír y reflexionar.
Decir, por último, lo visualmente atrapante que es Sátántangó. Sus amplios planos exteriores, en donde el suelo lo abarca todo aislando al horizonte a un pequeño segmento de pantalla y con la lluvia atrapando toda atención, resultan hipnóticos. Quizá no sea la cinta más frenética (ni necesita serlo), pero sí que es una belleza en movimiento.
Conclusión de Sátántangó
Sátántangó es una obra maestra, un verdadero hito cinematográfico que no solo sorprende por su inabarcable duración, si no por su valor moral y por su fascinante dirección. Béla Tarr se alza como un artista único, determinado por la constante búsqueda del hastío existencial y de la falta de valores presentes en la sociedad moderna. Una triste fábula que merece la pena ver.
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