En 1997, Abbas Kiarostami, ganaba la Palma de Oro en Cannes por El sabor de las cerezas, convirtiéndose así en el primer film iraní en conseguir el galardón. Escrita y producida por el mismo director, esta obra resulta pues, un reflexivo y contemplativo viaje hacia la muerte y la esperanza observados desde diferentes prismas.



El sabor de las cerezas

Crítica de 'El sabor de las cerezas'

Ficha Técnica

Título: El sabor de las cerezas
Título original: Ta'm e guilass

Reparto:
Homayoun Ershadi (Agha-ye. Badiei)
Abdolrahman Bagueri (Kargar-e Mozeh)
Safar Ali Moradi (El soldado (Sarbaz))
Afshin Khorshid Bakhtiari (Pelastik jam kon)
Mir Hossein Noori (El Seminarista (Talabeh))
Nisar Ahmad Ansari (Negahban-e Karkhaneh)
Elham Imani (El fotógrafo)

Año: 1997
Duración: 98 min.
País: Irán
Director: Abbas Kiarostami
Guion: Abbas Kiarostami
Fotografía: Homayon Payvar
Música:
Género: Drama. Road Movie
Distribuidor: Vértigo Films España

Filmaffinity

IMDB

Tráiler de 'El sabor de las cerezas'

Sinopsis

Un hombre de mediana edad decide suicidarse. Su única preocupación es encontrar a alguien que le ayude y se comprometa a enterrarlo. Esta situación le permite conocer a una gran variedad de personajes.

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Un introspectivo viaje

No se puede hablar de este film sin hablar antes del máximo responsable de este, Abbas Kiarostami. Considerado como uno de los mejores directores iraníes de la historia, Kiarostami vuelve a crear otro minimalista filme, donde abundan las reflexiones filosóficas, los profundos coloquios con las diferentes personas que encuentra en su viaje, y la introspección de los personajes. El sabor de las cerezas invita a debatir en nuestro fuero interno sobre el suicidio y sus motivaciones, al mismo tiempo que da un esperanzador discurso en defensa de la vida mediante largos monólogos dentro de un Land-Rover.

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La poética del nihilismo existencial

El nihilismo de El sabor de las cerezas impregna cada una de las escenas del mismo, creando un aura de profunda reflexión, tanto en los personajes como en el espectador, sobre si el suicido es una opción viable para terminar con el sufrimiento humano o no. Esta cuestión se aborda desde diferentes perspectivas, que enriquecen la cinta y la nutren de pluralidad filosófica. De la mano de un joven soldado kurdo, un seminarista afgano y un  anciano taxidermista, Abbas Kiarostami elabora complejos monólogos y conversaciones mostrándonos así el pensamiento de los personajes y el suyo propio.

Vemos los puntos de vista de la inexperiencia, de la fe musulmana y de la experiencia, mezclándose en el rostro del protagonista para crear un semblante con unas convicciones ya maduradas y cultivadas sobre lo que hará. También se ayuda de metáforas como la que da título al filme, para ilustrar su posición sin llegar a imponerla, ni tomarla como la correcta. 

El sabor de las cerezas tiene dos partes, aunque difíciles de distinguir, una donde el pesimismo hace acto de presencia y crea una obra triste y depresiva, y una segunda donde la esperanza brilla gracias a un personaje que el protagonista conoce. Esta segunda parte cuestiona la primera y nos muestra la otra cara de la moneda de la situación que el protagonista vive. 

Destacable es también la manera en que el director nos muestra el mensaje y nos lanza el conflicto, sin dar una respuesta válida, ni dando por incorrecta otra, simplemente planteando el conflicto al espectador y dejándolo juzgar o no los actos del protagonista. 

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Paisaje repetitivo y monótono

Abbas Kiarostami se sirve de largos y dilatados planos para intentar mostrarnos la evolución del personaje, y su pensamiento. Es cierto que si el director por algo se caracteriza es por sus contemplativos planos, y en esta ocasión vuelve a utilizarlos de una extraña manera. En el cine contemplativo, los largos planos suelen ser sobre paisajes o personajes, intentando buscar una belleza (como Dreyer o Bergman), pero en El sabor de las cerezas, se le da un giro a esa regla.

El paisaje es vulgar y poco bello, pues no son más que la tierra arenosa típica de Irán, que se torna repetitiva al poco de verla y poco interesante. Gracias al ingenio de Kiarostami, consigue crear un paralelismo entre el mundo interior del protagonista y esa aura depresiva que siente, y con un paisaje repetitivo y monótono. Aunque cierto es que la cinta se recrea demasiado en este aspecto, y se hace extremadamente lenta y repetitiva, estirando minutos sin un sentido artístico.

Muchos minutos de El sabor de las cerezas es simplemente el protagonista conduciendo, o el coche moviéndose, escenas prescindibles a partir de la segunda mitad de la cinta. A pesar de ello, también tiene escenas memorables, como cuando el protagonista se sienta en una zona de construcción o cuando va corriendo a la universidad a hablar con el taxidermista.

Con unos quince minutos finales magistrales, Kiarostami pone punto y final a una de sus obras más emblemáticas y donde todas sus características confluyen.

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La sencillez de Kiarostami

Si algo representa El sabor de las cerezas, es la sencillez y minimalismo de la misma, que se hace constantemente presente. Lo poco complejo de la propuesta, sumado a una especial sensibilidad del iraní, crean esta especial y singular obra, que brilla en su filmografía y en Cannes, donde consiguió una muy merecida Palma de Oro. Durante el visionado, el espectador se pregunta como una propuesta tan simple, ha sido tan laureada, hasta que fotograma a fotograma se da cuenta del porqué.

Esa sencillez y falta de compleja ambición, hacen de El sabor de las cerezas, una película que brilla por su singular tratado de la esperanza y la muerte, y como sin grandes aspiraciones, logra dar un fuerte mensaje. Con cinco personajes y un coche, consigue enviar una idea de manera más fructífera que grandes producciones, y eso la convierte en una obra que dejó su marca en la historia del festival francés y del cine internacional.

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Conclusión de 'El sabor de las cerezas'

Abbas Kiarostami desarrolla un profundo conflicto gracias a su recurrente minimalismo y contemplativismo que hace de este film, uno de sus más personales y donde su seña de identidad cinematográfica destaca por encima de todo. El esperanzador mensaje de la cinta y su singularidad para transmitirlo hacen de El sabor de las cerezas una pieza imprescindible de la filmografía del director e iraní.

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