El pasado 1 de marzo llegó al Teatro Lara Seis Todos somos culpables. Escrita por Federico Roca, denuncia pública el asesinato de seis mujeres trans en Uruguay, donde solo uno de ellos ha sido resuelto. Así, la pieza teatral alza la voz por los derechos de la comunidad LGBTQ+, así como la lucha contra la homofobia y transfobia. Esta versión viene de mano de Sebastián Bandera, quién ha adaptado y dirigido el montaje. Asimismo, cuenta con un reparto formado por Carlos Martín, Pilar Ávila, Enrique Cordovez, Iris Prinses, Xavier Marcos y Germán Vigara. Hasta el 24 de abril en la Sala Lola Membrives del Teatro Lara.
Título: Seis Todos somos culpables Título original: Seis Todos somos culpables
Reparto: Iris Prinses
Carlos Martín
Pilar Ávila
Enrique Cordovéz
Germán Vigara
Xavier Marcos
Duración: 80 min. apróx. Dirección: Sebastián Bandera Adaptación: Sebastián Bandera Dramaturgia: Federico Roca Fotografía: Steven Sandoval
Coreografía: Sebastián Bandera Producción: Taquilla Producciones y Medusa Teatro
Sinopsis de 'Seis. Todos somos culpables'
Seis Todos somos culpables exhibe la indiferencia de las autoridades frente al asesinato de 6 mujeres trans, que motivó la creación de esta pieza que juega al límite entre el drama y la parodia, exponiendo la homofobia y la transfobia manifiestas en nuestra sociedad.
Mediante dinámicas escenas donde se mezclan humor, crudeza y reflexión se dan a conocer datos y situaciones que llevan a los espectadores por una montaña rusa de emociones. En Seis Todos somos culpables nadie queda indiferente (TEATRO LARA).
Denuncia pública
El asesinato de seis mujeres transexuales es el leitmotiv principal de Seis Todos somos culpables, obra teatral escrita por Federico Roca. A partir de un alegato en contra de la homofobia, se traslada hasta la denuncia en voz alta con nombres y apellidos de estas seis víctimas de la transfobia. Así, se van mostrando las realidades que tuvieron que vivir estas mujeres por simplemente existir. Por tanto, la dramaturgia gana sobre todo en esa emoción y en la potencia que hay tras su mensaje. Asimismo, se exploran distintas situaciones que desgranan el contexto LGBTQfóbico que todavía existe. Aun así, también hay halos de luz, donde emerge una ternura familiar, que acerca todavía más el relato. Gracias al compromiso contra la discriminación de la diversidad, es lo que hace que se convierta en una pieza actual, necesaria y que remueve a los asistentes.
También se pone sobre la mesa la masculinidad tóxica, gran parte del germen del problema al extenderse la lacra del heteropatriarcado machista. Por lo cual, como si fuera un puzzle abstracto, las piezas van encajando y ofrece un relato poderoso. No obstante, hay que señalar que, durante algunas partes del principio, había una sensación de confusión en el orden de los hechos. Por ejemplo, la escena del parking se entiende el mensaje que hay detrás, pero despista su posición en la dramaturgia. Aun así, tras pasar la primera parte, la historia logra juntar los cristales de un prisma lleno de distintas caras. Asimismo, aplaudir cómo el papel de los padres se aborda desde distintas facetas, habiendo una incluso que hace que las lágrimas se asomen por la mirada de los espectadores.
La evidencia
El reparto hace honor a Seis Todos somos culpables con el número de intérpretes que hay sobre la escena. En primer lugar, Pilar Ávila realiza una labor llena de frescura, cuidando la naturalidad de cada uno de sus personajes. Además, se comprueba cómo es capaz de abrazar la ternura, la simpatía, con la animadversión, culminando en varias de las escenas más emotivas del montaje. Una humanidad espléndida. Después, Carlos Martín se transforma según lo que demande la escena, pero siempre con una versatilidad exquisita y con una energía muy presente sobre el escenario. Así certificado una presencia escénica que hace que destaque, sobre todo, en el lenguaje corporal y facial. Por otra parte, Germán Vigara interpreta maravillosamente, con una entrega total, que hace que mantenga la verosimilitud incluso en los personajes más extremos y prototípicos.
Iris Prinses comienza en un plano menos vistoso, con un dinamismo de acompañamiento que llena la escena. No obstante, su escena como dueña de un supermercado hace que los focos se posen en ella de una manera absoluta. Con lo cual, encandila a los espectadores con una sensibilidad profunda y sin florituras. Por su lado, Xavier Marcos lleva un buenrollismo como sello de identidad, lo que hace que sea un reto ir más allá de esa candidez innata, y así lo hace. A pesar de encontrarse en un plano constante en las primeras escenas, va evolucionando junto al montaje y sacando partido de ello. Para terminar, Enrique Cordovez está inmenso, una labor impoluta que impresiona desde el primer momento. De esta manera, es capaz de sacar risas y carcajadas, al mismo tiempo que sobrecoge con su mirada más descarnada.
La justicia
Una de las particularidades de Seis Todos somos culpables es la utilización del simbolismo como principal elemento estético y narrativo de la historia. Por ende, aprovecha el minimalismo del espacio, para dar rienda suelta a los distintos estimulos que se plantean. Además, no exime de violencia a su denuncia, sin excederse ni lucrarse en ella, sino más como golpes de efecto que llaman la atención del espectador. Ahí se ve una dirección excelente, que ha sabido combinar los distintos aspectos, como las voces, las camisetas, los colores, para llenar la escena sin necesidad de hacer uso de construcciones más tangibles. También hay que nombrar las distintas transiciones, que sirven como episodios en los que se homenajea a las víctimas que parten de base de este proyecto, aunque el jingle musical que acompaña a cada una puede resultar algo repetitivo en su ejecución.
Por otro lado, el movimiento es fundamental en esta puesta en escena, las tablas de la Sala Lola Membrives se encuentran en pleno movimiento. Gracias a ello, se combina el efecto de la palabra, con una parte más gráfica y visual. Igualmente, la transformación de los espacios hace que la contextualización de cada escena se produzca sin problemas. La iluminación, por su parte, toma una importancia significativa, que expone una estructura que busca un ambiente específico. Y lo consigue. El guiño hacia la bandera LGBT+ es directo, pero sin necesidad de reiterar en su mensaje, ya que a veces una imagen vale más que la narración. Sin embargo, hay que indicar que la propuesta escénica podría haber sido todavía más sugerente y exprimir todavía más el imaginario que hay tras de ella.
Conclusión
Seis Todos somos culpables es un homenaje a las víctimas de la transfobia, que se convierte en un alegato de la denuncia pública y social de aquellas que ya no pueden hablar. Así logra consolidar su mayor fuerte, que es el compromiso que hay en esta dramaturgia. Asimismo, se agradece la exposición de distintos contextos y vivencias. Únicamente, podría concretizarse algo más en partes que pueden llegar a ser confusas. Después, el reparto esta espléndido, con una energía y propuesta dramática estupenda. También hay que aplaudir la decisión de aprovechar el minimalismo para expresar a través de la simbología, el movimiento y la iluminación. El grito en contra de los asesinatos cometidos por ser LGBTQ+, en una oda humana removedora y emocionante, que funciona.
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