El pasado 29 de noviembre se estrenó Tan solo el fin del mundo, adaptación dirigida por Israel Elejalde, en Naves del Español en Matadero. Considerado uno de los títulos imprescindibles del teatro francés contemporáneo, está escrito originalmente por Jean-Luc Lagarce. El elenco está formado por grandes rostros del panorama artístico español: Irene Arcos, Yune Nogueiras, Raúl Prieto, María Pujalte, Eneko Sagardoy y el bailarín Gilbert Jackson. Producida por el Teatro Español y el Teatro Kamikaze, estará en cartel hasta el 7 de enero.
Título: Tan solo el fin del mundo Título original: Juste la fin du monde
Reparto: Irene Arcos
Yune Nogueiras
Raúl Prieto
María Pujalte
Eneko Sagardoy
Gilbert Jackson
Duración: 95 min. apróx. Dirección: Israel Elejalde Autoría original: Jean-Luc Lagarce Traducción: Coto Adánez
Diseño espacio escénico: Monica Boromello
Iluminación: Paloma Parra
Diseño de sonido: Sandra Vicente
Diseño de vestuario: Sandra Espinosa
Composición musical: Alberto Torres
Diseño de videoescena: Pedro Chamizo
Producción ejecutiva (Teatro Kamikaze): Pablo Ramos Escola
Dirección de producción (Teatro Kamikaze): Aitor Tejada y Jordi Buxó
Ayudante de dirección: Toni García Producción: Teatro Español y Teatro Kamikaze
Tráiler de 'Tan solo el fin del mundo'
Sinopsis de 'Tan solo el fin del mundo'
Jean-Luc Lagarce escribe Tan solo el fin del mundo en Berlín en 1990. Poco tiempo antes había recibido la noticia de que había contraído el VIH. Por aquel entonces, este virus era, no solo el causante de una enfermedad con unos índices de mortalidad muy elevados, sino también un estigma que te dejaba marcado.
Es imposible no relacionar este hecho fatídico con la escritura de la pieza. Podríamos decir que el elemento autoficcional está presente desde el comienzo. Louis, su protagonista, dice tener la misma edad que Lagarce, 34 años, y reconoce tener la muerte cerca, en un año exactamente. Sin embargo, no es una obra de autoficción. Ni siquiera es una obra sobre la muerte o, desde luego, no solo sobre la muerte. El elemento central es la familia. Ese ámbito que nos vertebra por confirmación o por rechazo.
Louis ha huido de esa familia durante años. Los ha abandonado. Escapa de allí para construir una vida nueva a espaldas de la familia en la que creció. Y cuando recibe la noticia de su inminente muerte, decide volver como el hijo pródigo para, dice él, comunicar su muerte. Buscando no se sabe muy bien qué: ¿el cierre de un ciclo?, ¿el perdón por su ausencia?, ¿el calor de aquellos a los que ha renunciado pero que le seguirán siendo fieles en estos últimos pasos de su vida?, ¿el reencuentro con ese paraíso perdido que es la infancia? Louis no conseguirá comunicar la noticia, pero les dará la oportunidad a ellos −su madre, sus hermanos y su cuñada− de mostrarles lo que ha significado su ausencia y el dolor que les ha provocado. (TEATRO ESPAÑOL).
Un clásico francés
Desde hace años Tan solo el fin del mundo es considerado un clásico del teatro francés, a manos de Jean-Luc Lagarce, quien se convirtió en todo un fenómeno en los 90 a pesar de su pronto deceso. En esta ocasión, Coto Adánez e Israel Elejalde se atreven a traerlo a la idiosincrasia del panorama escénico español, con una adaptación fiel, que incluso mantiene dejes del parlamento galo que retumban en las formas de masticar las palabras. No se puede negar que la calidad lingüística es una exquisitez, lo que conlleva a un nivel de compromiso con la palabra elevado. Por tanto, el espectador debe mantener atención, al utilizar fórmulas que no son para todos los públicos.
Con lo cual, la poética y la metáfora de lo que se explora en este drama familiar, permite que se disfrute de la magia que ya ha encandilado durante años al público francés. No obstante, puede que haya partes que no logren el mismo efecto en los espectadores españoles, al no conseguir la musicalidad que sí puede extraerse del texto original. Aun así, la tragedia está servida, después del intermedio, goza de un auténtico remolino de emociones, que capta la atención de los asistentes. Sin embargo, el diálogo y su complejidad restan ese efecto, haciendo que no se produzca una empatía tan certera como debería suceder. Con lo cual, se explora una dicotomía interesante, está el respeto y la fidelidad al texto y la dificultad de adaptarlo y no lograr todo el efecto esperado.
Echando raíces
El reparto de Tan solo el fin del mundo es brillante, nombres muy reconocibles para el gran público. En primer lugar, Eneko Sagardoy está fascinante, un Louis inmenso, sabiendo equilibrar la frialdad imperante de su personalidad con esa emoción contenida que explota en su último número. Es una maravilla, de lo mejor de la obra. Su humanidad hace que sea más fácil entender la naturaleza de la obra. Por otro lado, Yune Nogueiras está pletórica, llena con su actitud el escenario y desprende una energía muy luminosa. Contundente, pero sin perder ni una pizca de naturalidad. Vocalmente, se encuentra en la misma dinámica, marcada por la dirección. Después, Maria Pujalte siempre es un sí, pero su papel impide que se pueda disfrutar mucho de ella. Aun así, cumple.
Raúl Prieto realiza un trabajo dramático de grandes dimensiones, pese a que, en un principiom pueda parecer el personaje más estereotipado. Gracias a ello, su vaivén emocional permite que Prieto consiga transitar por toda esa montaña rusa vital y enganche a la audiencia. Además, se agradece que sea capaz de exponer esa rotura interior mediante la contención y no con la intención de irse al dramatismo desde el principio. Muy buena ejecución de lo emocional y lo físico. Únicamente, hay dejes que pueden dar la impresión de que ha perdido el hilo del texto, tal vez sería interesante dejar menos aire en algunos diálogos. Irene Arcos realiza una interpretación más que notable, manteniéndose en un plano con más distancia. Se agradece la entereza y la entrega. Por último, Gilbert Jackson cumple con su función y muestra un talento en la danza visualmente atractivo.
La casa se cae
Una casa es el eje espacial de Tan solo el fin del mundo, poniendo en el foco central la mesa de comedor. La construcción llama la atención desde un primer momento, con una escenografía de altos vuelos. Por un lado, se valora muy positivamente los audiovisuales, así como el soporte donde visualizarlos. En ambos casos, goza de gusto estético y de un diseño atrayente y cautivador. Después, las distintas localizaciones cumplen con su función, gozando de una elegancia monocromática que sienta bien. Se aprovechan con inteligencia los fuera de escena, lo que permite que vaya con fluidez el costumbrismo mágico con el que se desea matizar la pieza.
El diseño de iluminación también es otro de los elementos destacables del montaje. La razón no es otra que no solo funciona artísticamente, sino también marca los distintos planos en los que se encuentra la acción. De esta forma, se hace de fácil comprensión en qué momento se encuentra cada personaje. No obstante, puede haber alguna sombreado en el rostro de los actores, sobre todo en el monólogo de Antoine, que cause un efecto lúgubre que no encaje del todo bien. Después, el uso de la danza no se termina de comprender, es un elemento que puede ser prescindible y que, además, llega a distraer. Por último, el ritmo de la pieza es irregular, siendo muy potente en su última media hora, pero en la que cuesta encontrarse en su conjunto por el tono de la pieza.
Conclusión
Tan solo el fin del mundo es una adaptación fiel al clásico de Jean-Luc Lagarce. Por ello, el libreto sigue gozando de una complejidad emocional de alto nivel. Sin embargo, la búsqueda de equiparar algunas formaciones lingüísticas en español al francés le pasan factura. El elenco ofrece un trabajo emocional y con matices, liderado por un magnífico Eneko Sagardoy que capitanea con decisión. La puesta en escena es artísticamente atractiva, visualmente estética y tiene una elegancia intrínseca. Aun así, se podrían recortar elementos, como la danza, o mejorar el dinamismo y ritmo de la obra. Un drama familiar que se deja llevar por el laberinto de las palabras, donde no siempre da con la clave para transitar con naturalidad.
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