Angelica Liddell estrena Una costilla sobre la mesa Padre, en homenaje a su padre en Madrid, en los Teatros del Canal. La segunda parte de la serie “Una costilla sobre la mesa” es una coproducción de La Colline, théâtre national y los Teatros del Canal, con la colaboración del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Esta segunda parte, no continua el hilo narrativo, pero si el formato de la pionera “Una costilla sobre la mesa: Madre” estrenada el pasado año en los mismos teatros.
Título: Una costilla sobre la mesa: Padre Título original: Una costilla sobre la mesa: Padre
Reparto: Oliver Laxe
Angélica Liddell
Beatriz Álvarez
Laura Jabois
Amor Prior
Blanca Martínez
Raquel Fernández
Elzbieta Koslacz
Yury Ananiev
Llorenç Barber
Oliver Sánchez
Ian Pachón
Aubin Grandjean
Con la colaboración de: Elzbieta Koslacz
Beatriz Álvarez
Laura Jabois
Raquel Fernández
Blanca Martínez
Olga Redondo
Amor Prior
Duración: 140 min. apróx. Dirección: Angélica Liddell Dramaturgia: Angélica Liddell Escenografía y vestuario: Angélica Liddell
El texto del contrato masoquista está extraído de: "La Venus de las pieles", de Sacher-Masoch Producción: La Colline – théâtre national y los Teatros del Canal, con la colaboración del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid.
Tráiler de 'Una costilla sobre la mesa: Padre'
Sinopsis de 'Una costilla sobre la mesa: Padre'
Una costilla sobre la mesa: Padre. Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel (o el problema de la semejanza). Tomando como punto de partida el tratado de Deleuze «Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel», la hija se enfrenta a la muerte del padre y al problema de la semejanza.
Gracias a este acto masoquista con el padre biológico en la antesala de la muerte, la hija se convierte en una madre cristológica (María), tal y como desarrolla Deleuze, y adopta el papel de un verdugo paradójico, puesto que el castigo produce el beneficio del conocimiento y la belleza en un itinerario cruel, que va desde el cuerpo masacrado por la vejez hasta una mística negra, es decir, hasta la contemplación de un Dios tal vez inexistente, pero, al fin y al cabo, fantasma obsesionante. Y, para ello, la hija deviene cazadora de osos, de lobos y de corderos; la hija-madre-verdugo satisface la visión masoquista del mundo y firma el contrato con el padre, que no es nada más que una metáfora de la culpa original que culmina en la estética. (TEATROS DEL CANAL).
Puesta en escena
Una costilla sobre la mesa Padre destaca por la sencillez con la que empieza. Encontramos un escenario sobrio, que como si de un puzzle se tratara va cobrando forma y sentido. Como si funcionase como una construcción los elementos dramatúrgicos van in crescendo. Desde un juego de telones pasando por una grúa médica, hasta un juego de probetas, para culminar en un sofisticado y bien pensado cuadro surrealista, armónico y repleto de elementos inconexos. De no ser por el hilo conductor que atraviesa las dos horas y veinte minutos que dura la obra, dichos elementos serían imposibles de alcanzar a ser correlacionados y comprendidos en un mismo plano y escenario.
Referencias religiosas del concepto paterno
Dentro de la obra, se espera encontrar una remisión constante hacia el lazo paterno-filial, pues como espectador allí sentado es obligado a saber que Anastasio, padre de la dramaturga, es el eje central e inspirador de la obra que ha pagado por ver. Es por ello que las relaciones de poder y las figuras masculinas y femeninas a las que constantemente se remite, nos llevan a pensar en una encarnación del padre como el humillado, el inválido y dependiente. El hombre-objeto como símbolo del sentimentalismo que, en un principio, dista mucho de un homenaje.
Una costilla sobre la mesa: padre, una obra cíclica
Comprender a Angélica Liddell es una ardua tarea para quienes no acostumbran a ser espectadores de su esperpento posmoderno. Y mucho menos para quienes no son conscientes de que poseen los ojos de espectador (y partícipe), de esta, nuestra sociedad del espectáculo.
Angélica recurre a la exposición del cuerpo físico y a los actos que acostumbramos a ocultar o tachar de íntimos. Estos son convertidos en públicos como epicentro del desagrado. Con esta “costilla sobre la mesa” escupe la incomodidad en todas sus formas a los ojos del público y juega con ella. Siguiendo con la metáfora del escupitajo, podríamos decir que deja que su saliva empape al espectador hasta los huesos..
Una costilla sobre la mesa Padre comienza con un telón bajado y unos llantos caninos. Que los animales sufran es algo común, y también que estos animales torturados acaben siendo ropajes. Pero ella va más allá y nos muestra el proceso de convertirse en cadáver, para resolverlo con un padre enfermo que recuerda el tacto de los perros pero que no es capaz de identificar a éste como un cadáver revestido. La normalidad que subyace en acariciar animales, y en que los animales mueran termina en la frontera de ambas normalidades cruzadas. Pues acariciar pieles de animales muertos a los que conociste vivos no es tan amable.
Orinar en un escenario es obsceno; pero orinar en un escenario y recrearse en su propia secreción con elementos de laboratorio, es algo que se escapa del imaginario colectivo cuando pensamos en una obra teatral. Y ahí es donde se encuentra su firma.
La humillación de lo masculino
A lo largo de Una costilla sobre la mesa Padre, podemos observar una ridiculización constante a la imagen masculina. Desde un viejo inválido como rostro del sexo en cuestión. Hasta un hombre francés y un niño que aceptan una manzana como premio. Un ser débil, cíclico y casi innecesario. Un ser dependiente y que somete. Inocente al principio y fin de su vida, que pende de las manos de otras mujeres, madres, hijas y enfermeras.
La humillación al hombre viene de la mano de una exaltación de la mujer, concretamente de la que es marginada socialmente. Mujeres traídas a escena como si de la Venus de Milo se tratara. Haciendo coreografías desnudas sobre una música electrónica, sin pudor ni vergüenza a ser vistas en su totalidad. Son personas ignoradas y ella nos obliga a mirarlas, a no girar la cara.
A colación de la ridiculización de lo masculino que acabo de mencionar. Podríamos decir que la obra se centra sobre todo en la última etapa vital de la virilidad: el paseo de penes flácidos de octogenarios (y el juego con los mismos) eleva el desagrado hasta cruzar las líneas del que pudiera ser asumible.
Liddell juega con el espectador, lo impulsa a sacar conclusiones a través de la hipérbole dramática. A pesar de que en este caso sean de su propia vida y puedan llevar a intuir cuestiones poco morales por parte del homenajeado. Es el final con el hombre acostándose sobre ella en la cama lo que anima a pensar algo tan poco deseable pero no por ello menos probable.
Reflexiones entorno a lo artístico
En Una costilla sobre la mesa Padre, se habla de la falsedad del arte. La performance de la realidad como fuente de todo lo artístico y creativo como argumento principal. Plantea las obras como réplicas de ideas que nunca llegan a ser reales, porque son ideas preconcebidas y fabricadas en consecuencia. Hechas a medida.
Todas ellas son cuestiones que la actriz representa, a través de las que juega y divierte al espectador; incluso a costa de su conformidad. Pues a nadie le gusta que le recuerden los prejuicios que aún conserva y los daños que éstos desencadenan. Hablar de una “María” de doscientos kilos permite poner cara a la virginidad, a la religión que nos brinda moralismos más que cuestionables.
Marqués de Sade y Masoch como representantes del dolor que place, de la sarna que con gusto no pica y del amor que duele. Del esclavismo y sacrificio que supone el ciclo de la vida donde sometes y eres sometido independientemente de cuál se dé primero. Las relaciones humanas (en este caso familiares) no distan tanto de relaciones laborales, aquí se paga en afecto y moralidad pero las medidas no respetan ningún tipo de libertad. Todo queda justificado bajo el fin maquiavélico de un amor que debes porque te fue otorgado.
Conclusión
Una costilla sobre la mesa Padre, como título remite al origen de la costilla de Adán de la que nace Eva (las mujeres). Angélica pone las cartas (la costilla) sobre la mesa y cambia de piel a historia.
La hija predilecta del posmodernismo huye del convencionalismo mediante un abuso de lo escatológico como vía para redimirse. De nuevo una obra que busca incomodar, y que es capaz de encontrar esa incomodidad transversal al público más adverso, común a lo humano.
En su nuevo homenaje, Angelica Liddell rinde culto a la figura paterna. Rinde culto y cuentas. Infantilizar al hombre, ridiculizarlo y arrastrar hacia esa vergüenza al público que simpatizaba con él, con Anastasio.
Nos referencia a clásicos cinematográficos que cabe asumir que todos hemos de conocer, ya bien sea "Centauros del desierto" de Scorsesse o bien un video porno aleatorio.
“Dont stop fucking me”, gritaba ella, pero ya era demasiado tarde para que la incomodidad no hubiese penetrado en ti, espectador.
Es un cúmulo de referencias y realidades más que alternativas, ignoradas. Desdibuja las fronteras entre lo íntimo y lo público; entre lo interpretado, lo artístico y la realidad; entre lo natural y lo naturalizado. Y a su vez cuestiona otros límites trazados: entre lo aceptado y aceptable; entre lo natural y lo normalizado; pero siempre remitiendo a lo que hacemos todos y lo que asumimos que no podemos dejar que otros sepan que hacemos.
Angélica se permite mezclar la religión con el sadomasoquismo y hacer una ofrenda a la virgen que consiste en su propia orina. Ella encarna la convergencia de todos en todo y todo en todo. Ella es la firma de esta obra.
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