Seleccionada para competir por Argentina en los Oscars de 2016, El ciudadano ilustre es la historia del ser apátrida, del eterno desafío de despreciar aquello de lo que nunca se podrá escapar por completo. “Irse no es dejar de estar”, es la primera frase de la última novela de Daniel Mantovani, quien acaba de ganar el premio Nobel de literatura por escribir acerca de un pueblo que olvidó hace mucho. “Mis personajes nunca pudieron salir de Salas, y yo nunca pude regresar”. Sus directores, a través de un distanciamiento intelectual que resulta sabrosa e inevitablemente irónico, poetizan sobre la insensatez del regreso a un hogar que ya no es tal, porque ¿Qué significa la palabra patria?



El ciudadano ilustre

Crítica de 'El ciudadano ilustre'

Ficha Técnica

Título: El ciudadano ilustre
Título original: El ciudadano ilustre

Reparto:
Oscar Martínez (Daniel Mantovani)
Dady Brieva (Antonio)
Andrea Frigerio (Irene)
Belén Chavanne (Julia)
Nora Navas (Nuria)
Iván Steinhardt (Empleado de Romero)
Manuel Vicente (Intendente)
Marcelo D'Andrea (Florencio Romero)
Gustavo Garzón (Gerardo Palacios)
Emma Rivera (Emilse)

Año: 2016
Duración: 118 min.
País: Argentina
Director: El ciudadano ilustre
Guion: El ciudadano ilustre
Fotografía: Mariano Cohn, Gastón Duprat
Música: Toni M. Mir
Género: Comedia dramática
Distribuidor: A Contracorriente Films

Filmaffinity

IMDB

Tráiler de 'El ciudadano ilustre'

Sinopsis

Daniel Mantovani, escritor argentino galardonado con el Premio Nobel de Literatura, hace cuarenta años abandonó su pueblo y partió hacia Europa, donde triunfó escribiendo sobre su localidad natal, Salas, y sus personajes. En el pico de su carrera, el alcalde de Salas le invita para nombrarle "Ciudadano Ilustre" del mismo, y Montavani, contra todo pronóstico, decide cancelar su apretada agenda y aceptar la invitación.

Dónde se puede ver la película



La nostalgia

El término nostalgia, procede del griego, de la unión de «nostos», que significa “regreso”, y «algos», equivalente a “sufrimiento”. A su vez, el término añoranza proviene de un verbo en catalán, enyorar, y este a su vez del latín «ignorare», que significa “ignorar, no saber algo”. Bajo esta consideración, podemos decir que la añoranza, la nostalgia, es el dolor provocado por la ignorancia. La ignorancia de no saber qué será de nuestros seres queridos. La ignorancia de no entender lo que sucede en un lugar al que queremos regresar.

¿Es posible sentir nostalgia de aquello que se ignora? La obra completa de Daniel Mantovani nos dice claramente que sí. La nostalgia infantil del anciano es lo que le hace volver al lugar donde germinó y creció. Pero el pueblo de Salas, trasunto de un Macondo mítico, es desconocido para su único ciudadano ilustre, algo de lo que solo se dará cuenta una vez haya regresado.

A lo largo de su carrera ha imaginado un pueblo inexistente, maleable a las exigencias de sus narraciones, como hiciera Woody Allen con Nueva York en una labor demiúrgica que cambia la realidad, atrayéndola hacia la ficción. Los creadores ajustan el latir de la conciencia colectiva. Fabrican un ideal de ciudad, de cultura y de sociedad, que infecta sin remedio al referente que quiso homenajear. El resultado es un objeto informe que no es ni lo uno ni lo otro, ni lo que siempre fue y siempre prometió ser, ni el modelado arquetípico y caricaturesco que fue creado para él.

El ciudadano ilustre
Copyright A Contracorriente Films

La ignorancia

Ni siquiera el propio creador se salva del ardid, sea quizá su mayor víctima. Mantovani ignora que el Salas de sus novelas poco tiene que ver con el auténtico. Así lo deja traslucir, con huevos proyectados contra su ropa: “Como curtido observador de la comedia humana, siento la obligación de tratar de hacer de este mundo un lugar menos horrible. Sé que es una batalla perdida…”. Con esa declaración, llena de vanidad, reconoce su autoconsciencia de dios fracasado –valga la redundancia-.

Pero nadie es profeta en su tierra, como dicen algunos –en seguida vamos con eso-. Su propio hogar se revela contra él. Su propia patria le convierte en apátrida. Y su propia tierra le acusa de traición. Es el precio que ha de pagar por el pecado original del escritor: convertir su entorno en idea, en entelequia, en concepto, y emplearlo como tabaco el patio de cárcel.

Oscar Martínez
Copyright A Contracorriente Films

Grecia, tierra sin refranes

Nadie es profeta en su tierra, decíamos. Un bello refrán español, aplíquese en las situaciones en que uno tiene que abandonar su hogar y su entorno para alcanzar la reputación merecida. La frase, dicen que la dijo San Lucas que la dijo Jesús, cuando, después de pasar cuarenta días esquivando las tentaciones diabólicas, volvió a su pueblo –Nazaret, se entiende- dispuesto a cubrir el puesto de mesías que estaba vacante, tras lo cual fue perseguido por sus vecinos en turbamulta. Nadie es profeta en su tierra.

Cabe pensar que la Grecia Antigua fuese una sociedad sin refranes, porque de suceder hoy en día, todos le diríamos al pobre Ulises: -amigo, fíjate que nadie es profeta en su tierra, piénsatelo un poco antes de volver a Ítaca, llevas diez años fuera, ¿Qué se te ha perdido ahí?-. Y a la primera tormenta, cualquiera de nosotros hubiésemos dado media vuelta al barco. Pero Ulises no, y le tomó otros diez años más regresar al hogar. Esto es, básicamente, La Odisea de Homero. Muchas tormentas, huracanes, monstruos, cíclopes, dioses benévolos y dioses furiosos, sirenas, Calipso… Nada hace desfallecer a Ulises, el primer gran héroe –también el primer gran nostálgico-, que por su astucia y tenacidad acaba siendo devuelto a los brazos de su Penélope.

Oscar Martínez
Copyright A Contracorriente Films

La Odisea III, El regreso

Veintisiete o veintiocho siglos más tarde, Wolfgang Petersen mediante, esta sigue siendo una de las historias más grandes de la especie. Pero, acaso sea esa magnitud inabarcable lo que desarme a los escritores del mundo, al imaginar qué fue de Ulises y su familia tiempo después de su regreso. Tal vez la parte más interesante de la leyenda, que el canon Homérico nos negó. Nadie nos cuenta qué sucede entre Ulises, Penélope y Telémaco una vez el héroe ha vuelto.

Tras un periodo de gran alegría y vuelta a las viejas costumbres, ¿Qué ocurre en ese matrimonio profundamente desajustado? ¿Siguen yendo los domingos por la tarde a los partidos del equipo itacense de episkyros? ¿Sus envejecidos cuerpos siguen resultando estimulantes para el otro? ¿Telémaco sigue respetando la autoridad paterna tras veinte años de ausencia? Si cuando volvemos de pasar el verano en Canarias, nos molesta que hayan cambiado el viejo bar del barrio por una tienda de artículos veganos, ¿puede sentirse satisfecho Ulises en una Ítaca que sucumbe ante sus recuerdos?

La respuesta ya ha sido dada, la encontramos en El ciudadano ilustre. Esta película constituye una suerte de continuación deslocalizada del mito homérico. El padrino, Godfellas, Barry Lyndon, siguiendo la clásica estructura de ascenso y caída que siguen muchos grandes personajes –por no decir todos, y los que no caen sólo se salvan porque la película no acaba media hora más tarde-, esta historia supone una especie de tercer acto en que vemos la consumación de la catástrofe inexorable de una situación insostenible: la vuelta a un hogar que ya no es tal.

El ciudadano ilustre
Copyright A Contracorriente Films

Conclusión de 'El ciudadano ilustre'

El ciudadano ilustre, demuestra la radical vigencia de La Odisea, no por adaptar su historia a nuestro tiempo, sino por servirse de lo que la leyenda no cuenta. Y lo hace para hablar de una realidad humana inmarcesible: la contradicción es la mayor de nuestras coherencias. No sabemos lo que somos hasta que no entendemos de dónde venimos, pero a su vez despreciamos todo aquello que nos ha hecho ser lo que somos, lo que a su misma vez resulta indefinible, porque la patria es uno de los sinónimos más precisos de la nada. Somos los fragmentos de nosotros mismos que vamos tirando por ahí, y nada más allá.

Quepa una mención especial al humor de Mariano Cohn, Gastón Duprat y Andrés Duprat, directores y guionista de la película respectivamente, por saldar la eterna deuda de la literatura argentina, el premio Nobel no concedido a Borges, otorgándoselo a este irredento renegado que es literalmente disparado en el corazón por su propia tierra.

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