El 12 de mayo se estrenó El cuento del tomate frito, obra escrita por Marta Guerras, quien la dirige junto a Egoitz Sánchez. Esta comedia existencial supone la primera producción de la compañía Doña Perfectita, que llega al Teatro Infanta Isabel tras su buena recepción en la sala exlímite. Protagonizada por Cristina Bernal, Alejandro Pau y Mónica Miranda, se representará hasta el 26 y 27 de mayo en el Teatro Infanta Isabel.
Título: El cuento del tomate frito Título original: El cuento del tomate frito
Reparto: Mónica Miranda Alejandro Pau Cristina Bernal
Duración: 80 min. apróx. Dirección: Marta Guerras y Egotiz Sánchez Dramaturgia: Marta Guerras Escenografía: Mónica Teijeiro
Espacio sonoro: Mariano Estudillo
Música: Mariano Estudillo y Cristina Bernal
Diseño de iluminación: Pilar Valdelvira
Técnico de iluminación: Corina Bustamante
Vestuario: Lorena Toré
Fotografía: Mario Ballesteros
Distribución: Caterina Producciones
Jefa de prensa: Amanda H C (Gosua Management)
Comunicación: Inés Sánchez Producción: Doña Perfectita en colaboración con La Comunidad Imagine
Tráiler de 'El cuento del tomate frito'
Sinopsis de 'El cuento del tomate frito'
En todas las familias cuecen habas. En todas. Esta no iba a ser menos. Esta es la historia de una familia que nunca volverá a ser la misma. Inma tiene 35 años, siente que no tiene nada en esta vida y busca socorro en terapias alternativas para mejorar su sensación de precariedad vital. Alejandro tiene 37 años, tiene de todo en esta vida, pero está lejos de sentirse realizado. Son hermanos. Los dos pertenecen a una generación a la que se le ha prometido todo y no ha conseguido nada. Y Los dos han heredado el yugo del perfeccionismo para afrontar la vida adulta. Los dos sienten fracaso independientemente de sus circunstancias. Y los dos se ven enredados en un conflicto que cambiará para siempre sus vidas.
Inma descubre en una de sus terapias que su hermano y ella no tienen el mismo padre. A partir de este momento se desencadena un remolino alocado de búsqueda de la verdad en el que Encarna, la madre de ambos, jugará un papel fundamental. Todos los personajes de esta historia se verán arrastrados por la fuerza del legado transgeneracional.
El cuento del tomate frito es una comedia existencial con música en directo que cuestiona la legitimidad de decir la verdad sin tener en cuenta a la otra persona, sus sentimientos o las consecuencias que “esta verdad” pueda traer; también nos habla del funcionamiento de los sistemas de comunicación en la familia y de lo que ocurre cuando el camino para cultivar la conciencia es irreversible. (TEATRO INFANTA ISABEL).
Una historia de familia
Marta Guerras trae una comedia hilarante, donde se adereza la historia con un poco de fantasía, para despertar las risas en los espectadores. Durante la primera parte de El cuento del tomate frito, ofrece una auténtica locura disfrutona, que permite al público hacerse unas expectativas altas sobre lo que va a acontecer sobre la escena. Las razones son un buen uso de las canciones, así como de la problemática presentada en esa nube de incertidumbre y de irreverencia. Por tanto, la introducción a los personajes se realiza de una manera potente. Sin embargo, después, se presenta un resultado algo irregular en su conjunto. Por ello, destacan algunas escenas o detalles de algunos personajes, que logran mantener a flote la pieza y en sintonía con lo que se esperaba de ella.
El principal conflicto que se puede hallar en este libreto son las excesivas explicaciones y un desarrollo extensivo para la conclusión a la que se llega. En consecuencia, da una sensación constante de alargar algunas tramas, provocando que el ritmo se vea afectado, al efectuarse distintas acciones que no acaban de aportar al relato principal. Por ende, puede que haya una parte del público que pudiera perder la atención sobre lo acontece, reenganchándose después en momentos más activos. No obstante, se salva por distintas escenas, como en la que debe decir “mamá”, que dan un soplo de aire fresco y equilibran las sensaciones. Luego, la resolución de la problemática se ve algo oportunista, dejando salir un mensaje que refleja esa herencia emocional y personal de una familia, pero también lo hace mediante un vehículo algo menos acertado.
Salvando los muebles
Cristina Bernal, Mónica Miranda y Alejandro Pau son el verdadero alma de El cuento del tomate frito. En primer lugar, Cristina Bernal desarrolla un despliegue de personajes que le permite jugar sobre la escena, dando a cada uno una personalidad diferente. Además, no solamente los aborda desde distintos prismas, sino que da detalles, como el acento, para consolidar dichas interpretaciones y resulten diferentes entre sí. También pone voz a las múltiples canciones que aparecen en escena, con una entonación correcta y un homenaje a la cultura a la que desean transportar al espectador. En ese sentido, durante las primeras veces resulta simpático, pero acaba por saturarse y ello resta impacto a su conjunto. Aún así, se valora la energía que desprende de principio a fin, así como su capacidad para transmitir mediante la gestualidad.
Mónica Miranda inicia desde un histrionismo que no acaba por mostrarse orgánico. Son embargo, una vez comienza a dejarse llevar, consigue romper ese encorsetamiento y ofrece una labor muy natural. Gracias a ello, atrapa la atención del espectador, dándole la posibilidad de robar el foco de una manera positiva. Además, pese a escenificar un personaje que es fácil llevarlo al cliché, sabe controlar la identidad que se desea darle y lo aborda de una manera efectiva. Después, Alejandro Pau finaliza este trío actoral, dando una actuación espléndida. Por un lado, su lenguaje corporal, así como su movimiento es extraordinario, despierta las risas y capta lo que funciona sobre las tablas. También se valora la verosimilitud de la exageración que se busca en su personaje, dándole sinceridad frente a lo increíble. En conclusión, los tres levantan la obra y compensan algunas mejoras ya mencionadas.
Entre canciones y cocinas
La construcción de la escenografía de El cuento del tomate frito llama la atención desde el primer momento, al utilizarse cartones para los distintos escenarios por los que deambula la pieza. Por ejemplo, los electrodomésticos se componen de este diseño aparentemente minimalista, pero que funciona totalmente. Una forma de mostrar la importancia de la ejecución y, en este caso, se produce de una forma muy efectiva. Luego, pequeños elementos, como las diademas, los colores, son un plus, que da algo de rienda suelta al aspecto artístico. A pesar de resolverse bien, se siente que podría ir todavía más allá con esta construcción, llevarla a un nivel más de histrionismo. El vestuario resulta llamativo, algo que encaja con lo que se espera de la obra. Por este motivo, se podría esperar una composición más hacia este estilo.
El diseño de iluminación es potente, puede ser de los elementos artísticos mejor desarrollados, incorporando un efecto que eleva la pieza. Por otra parte, la elección musical inicia satisfactoriamente, pero acaba por resultar algo reiterativa y ello quita el sello de identidad que promulga. Hay veces que menos es más y aquí esto se cumple. Lo mismo sucede con la saturación de relajamiento en el ritmo entre las distintas escenas cumbre, donde al abusar de las explicaciones, éstas tampoco encuentran la forma de mantener el dinamismo. En consecuencia, el montaje se aletarga y presenta un resultado irregular que puede llegar, en algunos momentos, a expresar una lentitud que hace desconectar a los asistentes. En resumen, una idea que brilla en varias escenas, pero que todavía podría pulirse más para concentrar la acción y obtener un resultado más atractivo.
Conclusión
El cuento del tomate frito parte de una idea potente, que en su introducción logra grandes cotas de histrionismo y carcajadas en el público. Por tanto, en esta primera parte, consolida su identidad. Sin embargo, en el resto de la obra, se presenta una irregularidad narrativa, que hace que no logre la brillantez que se pudiera esperar. A pesar de ello, tiene un reparto exquisito, los cuáles son el alma de la pieza y elevan la calidad del resultado. A nivel artístico y técnico, se aplaude la fabricación ingeniosa de la escenografía, así como los colores y el diseño de iluminación. Todavía queda pulir el ritmo y el uso de la música. Una locura teatral, donde la sazón del plato sigue en pleno cocinado.