Es complicado ver en las producciones actuales de la era poscovid, y sobre todo dentro del formato cortometraje, trabajos que sean puramente de época. En el caso de El Semblante, el último cortometraje dirigido por Raúl Cerezo y Carlos Moriana, quizás hallemos la panacea de un nuevo cine de terror que sabe aprovechar lo histórico, respetarlo, y, además, emplear el género de forma subversiva para aterrorizarnos.



El Semblante

Crítica de 'El Semblante'

Ficha Técnica

Título: El Semblante / Facies
Título original: El Semblante

Reparto:
Daniel Ortiz (Maestro)
Carlos Santos (Inquisidor)
Lucía Díez (Elena)
Paolo Boris (Verdugo)
Bruna Lucadamo
Ruben Lorenzo Horcajada
Ainhoa Abela Espino
Conchi Sansano Mira

Año: 2021
Duración: 15 min.
País: España
Director: Carlos Moriana & Raúl Cerezo
Guion: Raúl Cerezo & Javier Trigales
Fotografía: Ignacio Aguilar
Música: Joan Vilà
Género: Drama
Distribuidor: Distribution with Glasses
Montaje: José ‘Jota’ García
Sonido: José Plaza
Dirección artística: Laura Lostalé
Compañía productora: Eye Slice Pictures & Carlos Moriana
Producción: Helion Ramalho, Raúl Cerezo & Carlos Moriana
Productor asociado: Inge Vela

IMDB

Tráiler de 'El Semblante'

Sinopsis

España. Año 1692. La Santa Inquisición entra en una larga decadencia y, como reacción, sus servidores son más despiadados que nunca. Un inquisidor lleva años buscando el aparato de tortura perfecto que capture el rostro más puro del dolor y así mostrar al mundo las terribles consecuencias de servir al Diablo. El nuevo invento de su ingeniero, El Semblante, una aterradora silla de tortura, parece que va a conseguirlo. Pero Elena, la hija del inventor, tiene otros planes…



España, finales del siglo XVII

Como historiador, uno siempre teme encontrarse vestigios anacrónicos, o aspectos incoherentes dentro de los trabajos que sustentan el argumento en otra época. Aquí, desde el segundo uno, tenemos claro en donde estamos, y, además, la producción sabe valerse de un espacio lo suficientemente acotado que no desmerezca la brecha temporal. El diseño de vestuario es acertadísimo, así como el maquillaje de los personajes; esas manos negruzcas de Carlos Santos, no pasan desapercibidas. O el corte de pelo de Daniel Ortiz, y su vestimenta, propia del estamento no privilegiado; también podría ahondar en el acting, pero este es un tema a parte y en el que tampoco puedo extenderme mucho.

Sorprende en la puesta en escena, que Raúl Cerezo y Carlos Moriana hayan optado por saltarse la tangente en lo habitual dentro del género de época. Una cámara inestable, que sigue a sus personajes de forma prácticamente documental, casi como un cronista de los acontecimientos. Es decir, sin ser una apuesta naturalista, sí que pretende ser más que una simple recreación. Busca indagar en lo auténtico de sus elementos tanto de utilería, vestimenta como arquitectónicos (ahí queda el estupendo hacer de la dirección de arte de Laura Lostalé).

Mientras que el director de fotografía Ignacio Aguilar, y seguramente me halle equivocado, parece estar tratando de buscar una luz y una paleta que va a caballo entre la de la obra pictórica de Velázquez y de Juan Valdés Leal (ambos, pintores del XVII). Del primero tomaría los tonos marrones, claroscuros, y la elaboración de bodegones en su etapa formativa de Sevilla; mucho más presente en la primera parte del cortometraje. Siendo el último tercio, en el que la paleta, adquiere tonos ocres, amarillos apagados, algún elemento rojizo, y nuevas texturas tanto del altar inquisitorial, como en los san benitos de las condenadas. Ello entroncaría con la obra de Valdés Leal, y en su temática macabra y mirada desquiciadamente violenta envuelta en sombras y luces mortuorias.

El Semblante
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Galería del dolor: artefactos y herejías

A muchos les cuesta creer que la Inquisición se dedicase al perfeccionamiento de técnicas destinadas a infligir dolor sobre los sospechosos de herejía en la Época Moderna. Tampoco se ha abordado lo suficiente desde el punto de vista cinematográfico, y aquí es donde el estupendo guion del tándem Cerezo-Trigales, consigue sacar jugo de la actitud, de precisamente muchos hombres de fe que buscaban acabar con el mal, cayendo en lo contrario: una actitud de disfrute sádico.

Huxley en su novela-ensayo Los demonios de Loudun, 1952, que recoge el proceso inquisitorial a Urbain Grandier, ya deja plena constancia de que muchas veces, los procesos inquisitoriales, buscaban satisfacer la sed de sangre de hombres desequilibrados ávidos de fe. El personaje de Carlos Santos, en una de las mejores interpretaciones de su carrera, no es una caricatura: esos hombres existieron. Justificaban bajo soflamas de fe, el deleite por ejercer poder y dominio sobre la carne de los demás.

La figura del maestro, encarnado por un soberbio Daniel Ortiz, no es sino la resignación y aceptación de una individualidad, que a pesar de ser consciente de la incoherencia de su proceder para con el mensaje de Dios (el amor al prójimo); opta por buscar excusas de convencimiento: lecturas vetadas, supercherías, etc. La tercera en discordia, será su hija, Elena, también interpretada genialmente por Lucía Díez, representación afín a la perspectiva humanista (Erasmo de Rotterdam ya había criticado duramente el Índice de libros prohibidos, así como las supersticiones en su Elogio de la locura, en el XVI).

El Semblante no es un mero estudio de la violencia, sino del dolor. De ahí que preste especial atención al rostro. En cierto sentido, comparte con La pasión de Juana de Arco, de Dreyer, 1928, el interés por el rostro, de ahí que en el momento del semblante no se abogue por lo explícito. Hasta su discreta música (genialmente orquestada por Joan Vilá), cumple con el cometido de crispar; es el taladro que se va introduciendo progresivamente en nuestro subconsciente y que no hace sino acrecentar lo que va a llegar, hasta el punto de convertirse en un chirrido que sirven para contrastar con lo grotesco de la tortura.

Cerezo y Moriana han concebido genialmente una secuencia que resulta, no solo incómoda, sino que pone los nervios a flor de piel, y que resulta impactante e inquietante a partes iguales. Porque hemos visto cómo funciona el artefacto; ese montaje asociativo del rostro de Santos y del muñeco, más el de Díez, no pasa desapercibido en su nexo conceptual; pero es en el detenimiento sobre el rostro, en donde empatizamos.

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Conclusión de 'El Semblante'

El Semblante es un cortometraje de altísimo nivel que demuestra la gran habilidad y destreza de dos cineastas que saben entenderse mutuamente en todo momento. No solo en la puesta en escena, sino en la dirección de actores; respetando los códigos de rol social de la época, en los movimientos, en el mirar y el hablar. Todos los elementos mencionados y habidos encajan de forma armoniosa, obteniendo además un ritmo increíble, y sabiendo aunar una propuesta que podría haber pecado de teatral (en el sentido peyorativo), pero de la que se vale, y amplía desde lo cinematográfico.

Sabe cuándo tensar el ritmo desde la edición para causar una impresión, y se toma su tiempo para preparar el terreno, con un remate, que, si bien a priori pudiera parecer impostado, enlaza de forma directa con la obsesión de su desquiciado antagonista: un grito agónico y expresionista, que podría ser, perfectamente, antecesor del pintado por Munch. Os advierto: no podréis apartar la mirada.

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CINEMAGAVIA
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Álvaro Panadero Jiménez
Álvaro Panadero Jiménez (Móstoles, 1992-): Redactor, Guionista, Actor y Realizador Audiovisual. Es graduado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid (2014), especializado en Historia Contemporánea de los Estados Unidos y en el Cine Norteamericano. También es Profesor de Geografía e Historia de Educación Secundaria por la Universidad Francisco de Vitoria (2016). Así mismo, ha ejercido como Redactor Freelance para 'Carácter Urbano' y ha sido Redactor Colaborador en "Código Cine".
el-semblante-cortometraje-criticaEl Semblante es un cortometraje de altísimo nivel que demuestra la gran habilidad y destreza de dos cineastas que saben entenderse mutuamente en todo momento. No solo en la puesta en escena, sino en la dirección de actores; respetando los códigos de rol social de la época, en los movimientos, en el mirar y el hablar. Todos los elementos mencionados y habidos encajan de forma armoniosa, obteniendo además un ritmo increíble, y sabiendo aunar una propuesta que podría haber pecado de teatral (en el sentido peyorativo), pero de la que se vale, y amplía desde lo cinematográfico. Sabe cuándo tensar el ritmo desde la edición para causar una impresión, y se toma su tiempo para preparar el terreno, con un remate, que, si bien a priori pudiera parecer impostado, enlaza de forma directa con la obsesión de su desquiciado antagonista: un grito agónico y expresionista, que podría ser, perfectamente, antecesor del pintado por Munch. Os advierto: no podréis apartar la mirada.

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