"Finlandia": Una entrega interpretativa sin límites

Finlandia es una obra que nos lleva a una habitación de hotel en Helsinki.

Israel se ha trasladado desde Madrid para intentar aclarar su relación con Irene, que está rodando una película en la ciudad.

Muchos años viviendo juntos, pero ahora diferentes puntos de vista sobre el pasado, y principalmente sobre el futuro, los enfrentan…

Son un padre y una madre que discuten la custodia de su hija. Se puede decir que en ese preciso momento asistimos a la parte más fea de la especie humana. (TEATRO DE LA ABADÍA). 

De Procida a Helsinki

Todo final tiene un principio y toda historia tiene un recorrido que no siempre podemos seguir, aunque sea la nuestra. Al mismo tiempo, toda relación ajena parece nuestra si logramos descubrir sus honduras, tarea que no siempre es fácil ni cómoda. Vistas desde fuera, las heridas de los otros nos estremecen y, en ocasiones, hacen emerger las nuestras.

En Finlandia, Israel e Irene recuerdan sus comienzos en la isla de Procida, tan cálida y bella, tan apasionada como era entonces su relación. Tan llena de expectativas como un viaje a un lugar nuevo, limpio a sus ojos de toda maldad. El delirio del amor ha empezado y la violencia es un juego sexual inofensivo. Todo lo que vendrá aún no se imagina, porque nuestra fantasía siempre va por otro lado.

La pareja que yace en la misma cama de la habitación de ese hotel de Helsinki engaña, se engaña, nos engaña. En seguida comprobamos que no están juntos, que están cansados y que Procida quedó tan lejos en el mapa como en sus vidas comunes. Helsinki representa el frío y el distanciamiento. La incomunicación a pesar del diálogo interminable. Pequeños monólogos que se van alternando. Cada uno desde su isla le habla al otro. Sin límite. Sin piedad.

Pascal Rambert y su juego de voces

En la obra Finlandia, Pascal Rambert vuelve a enfrentar dos cuerpos y dos voces en un espacio cerrado. Lo hace para provocar un impacto, pero también para reflexionar sobre la realidad. En esta ocasión, la realidad del fin del amor y la violencia resultante de poner resistencia a ese fin. Una espiral de violencia que va desde los reproches, hasta el límite al que sometemos al otro, pasando por el no saber poner nuestros propios límites. Todo lo que no hemos sabido hacer al principio, en los momentos dulces, surge al final y nos golpea reclamando su espacio y su tiempo.

Israel Elejalde e Irene Escolar desafían sus propios límites como intérpretes y se enfrentan a un duelo escénico arropados por una escenografía sencilla cargada de luz. La oscuridad de lo que sus personajes están viviendo, el dolor, está en el contenido de sus voces, en sus palabras, siempre lanzadas sobre el otro con rabia. El lenguaje y su capacidad para iluminar y oscurecer al mismo tiempo. Para dar y para quitar. Para bendecirnos y condenarnos.

Toda la pieza está traspasada por la crueldad y la furia, pero hay ciertos toques de humor que se agradecen en medio de la intensidad. Sin perder el juego dialéctico tan propio del dramaturgo francés, Finlandia nos presenta un trabajo interpretativo hecho a la medida del actor y la actriz que lo llevan a cabo. Con largos parlamentos que, aun a riesgo de parecer irreales, ponen de manifiesto las contradicciones morales del ser humano.

Conclusión

Finlandia nos devuelve dos personajes que verbalizan toda la miseria de la que son capaces sin tener en cuenta las consecuencias. El juego en escena resulta brillante por parte de la pareja protagonista, que da voz, también, a un antagonismo generacional muy marcado. Todo vale para echárselo en cara a quien tienes frente a ti. Todo vale en pos de la destrucción, porque la vuelta atrás, a los momentos dulces, ya no es posible.

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