La lluvia amarilla, esa gran obra en la que Julio Llamazares dio a conocer al mundo la tremenda soledad y dureza de lo que ahora se llama la España vaciada, se representa de la mano de Jesús Arbués, interpretada por Ricardo Joven y Alicia Montesquiu, en el Teatro Quique San Francisco, de Madrid.

Obra necesaria para acercarnos a un pasado no muy lejano en el que el drama de la despoblación se cebó con cientos de pueblos que vieron como poco a poco los habitantes se veían obligados a marcharse en busca de un futuro menos amargo.

Tendremos la inmensa suerte de poder verla desde el 11 de enero hasta el 5 de febrero de 2023 en el Teatro Quique San Francisco.



La lluvia amarilla en el Teatro Quique San Francisco

Crítica de 'La lluvia amarilla'

Ficha Técnica

Título: La lluvia amarilla
Título original: La lluvia amarilla

Reparto:
Alicia Montesquiu
Ricardo Joven

Duración: 90 min. apróx.
Dirección: Jesús Arbués
Adaptación: Jesús Arbués
Autor: Julio Llamazares
Escenografía:
Jesús Arbués
Iluminación:
Jesús Arbués
Sonido:
Nacho Moya
Audiovisuales:
David Fernández y Óscar Lasaosa
Vestuario:
Sara Bonet
Producción: Corral de García

Tráiler de 'La lluvia amarilla'

Sinopsis de 'La lluvia amarilla'

La novela de Julio Llamazares es uno de los hitos en la literatura de los últimos treinta años. Una novela mítica. Unos de los primeros textos que miraron a los ojos de esa España vaciada de la que ahora todos hablan. Un texto imprescindible sobre el tiempo y el olvido. Sobre la vida y la muerte.

La obra La lluvia amarilla es el monólogo de Andrés de Casa Sosas, el último habitante de Ainielle, un pueblo "real" del Pirineo Oscense que quedó completamente deshabitado en 1970. Durante su última noche en el pueblo, la última noche e su vida, nos narra su larga agonía y su soledad, la misma agonía y soledad de Ainielle. (TEATRO QUIQUE SAN FRANCISCO)



La lluvia amarilla obra
Foto de la obra "La lluvia amarilla" (Jesús Arbués)

Se abre el telón

Por obra y magia de la figuración audiovisual nos trasladamos a Ainelle, ese pueblito que el tiempo quiso aniquilar, pero que Julio Llamazares, con su novela homónima, consiguió arrancar de las garras del olvido, colocándolo en la memoria de todos.

Vemos la casa, triste en medio de un pueblo devorado ya por la ausencia y las implacables ortigas. También hay una cama que espera la agonía del último habitante, que en esa noche aciaga nos narra su penosa existencia.

Y aparece Ricardo Joven, que encarna a ese último habitante, Andrés de Casa Sosas, que sabe que con su desaparición, el pueblo, que le dio la vida, también desaparecerá y será tragado por el tiempo y las hojas. Comienza a hablar en un monólogo que se nos clava, palabra a palabra en el corazón.

Escuchar su agónico parlamento, duele: el alma se estremece y las lágrimas pugnan por salir.

A su lado, Alicia Montesquiu interpreta a Sabina, su amada esposa, y a su conciencia. Ella pone el sentimiento y la dulzura de su voz, evocando canciones y momentos de su infancia.

Su bellísima voz atenúa el dolor que las palabras de Andrés producen. Con su tarareo, o sus canciones a capela, nos transporta a momentos más felices, pone el contrapunto de ternura a una obra dura, pero de arrebatador lirismo.

Teatro Quique San Francisco
Foto de la obra "La lluvia amarilla" (Jesús Arbués)

La lluvia amarilla o la metáfora de la soledad

Julio Llamazares que nació en un pueblo ahora abandonado, escribió esta obra en 1988 y puso sobre la mesa el tremendo drama de la despoblación. Escrita en primera persona, narra la lenta agonía, el olvido y la soledad implacable que envuelven al último habitante de Ainielle, en el Pirineo Oscense, zona de Sobrepuerto, agreste y difícil de llegar aún hoy en día.

Es un texto durísimo, que trata del implacable paso del tiempo, de la soledad desgarradora y de la fidelidad a una vida y a unas costumbres que al protagonista le impiden marcharse en busca de una vida menos hostil o, por lo menos, igual de complicada, pero con alguna compañía que le aleje de sus fantasmas.  Es la desesperación de un hombre que ha visto irse o morir a todos. A su hija. A su mujer. A su fiel perra. A la esperanza.

Leyéndolo, la nostalgia te envuelve, la soledad te atenaza, la lluvia te empapa y el frío te sobrecoge. Pese a la rudeza del texto, las emociones están tratadas con tal exquisita belleza que sufres con él, te emocionas con él y con la bondad de su sufrida esposa, que todo lo aguanta, aunque la pobre pagará un gran precio. La empatía corre entonces por tus venas y aunque Andrés es un ser montaraz, arisco y tozudo, nos encariñamos con él, comprendemos que es un hombre fiel: fiel a su estilo de vida, a sus tradiciones, a su mundo y a sus muertos.

La lluvia amarilla obra
Foto de la obra "La lluvia amarilla" (Jesús Arbués)

Ainielle y los pueblos del Sobrepuerto

Si bien Gabriel García Márquez puso en el imaginario colectivo a Macondo, un pueblo inexistente, Julio Llamazares rescató del olvido y puso en el mapa a Ainielle, que tras el éxito de la obra, se convirtió en un icono de la tragedia de la despoblación, que en los años 70, en la zona de Huesca, alcanzó al 50 % de la población.

Ainielle está situado en la zona del Sobrepuerto oscense, y forma parte de un conjunto de pueblos (Cortillas, Susín, Berbusa, Cillas, Basarán, Sasa, Escartín, Ainielle y Otal) que hoy están completamente desahabitados y en ruinas.  El llamado progreso se los llevó por delante, un progreso que no les acercó el tendido eléctrico y dejó obsoleto su estilo de vida.

Pero en los ojos de los habitantes del Sobrarbe queda la tristeza del desarraigo: bien conocieron el dolor de sus familias al abandonar sus hogares y sus muertos. Cuando hablas con ellos y mencionas el tema, un velo de tristeza envuelve sus rostros. Estamos hablando de una despoblación dramática y silenciosa de toda una comarca, no hace demasiados años.

Caminar por estos pueblos sobrecoge. Pensar en un invierno allí, en soledad, aterroriza. Hasta en un día de sol, escalofríos te recorren la piel. Si después lees La lluvia amarilla, comprenderás la terrorífica y demoledora soledad que emana de sus palabras.

Como decía, Ainielle se convirtió en un icono. Peregrinaciones de descendientes de esos pueblos y lectores de Llamazares, quizás buscando la nostalgia de un mundo perdido, acometen las cuatro horas de caminata de subida y casi tantas de bajada, para ver esas ruinas comidas por las zarzas y las aliagas, y escuchar los ecos del pasado que aún perduran en sus piedras.

De hecho, si emprendes el camino desde Oliván, hay un poste que indica “La senda amarilla”, que es como se ha bautizado el camino a este pueblito que aunque derruido, no ha caído ni caerá en el olvido, gracias a Llamazares.

Teatro Quique San Francisco
Foto de la obra "La lluvia amarilla" (Jesús Arbués)

La adaptación

Enfrentarse a un texto bien conocido no es fácil. Jesús Arbues, adapta y dirige esta obra, manteniendo su estructura original a dos voces, y consigue perfectamente que la obra teatral sea completamente fiel a la novela y todo lo que el lector espera: el mismo sentimiento, el mismo desgarro, la dureza de la vida en los pueblos de Sobrepuerto, la soledad, la angustia y el desamparo están ahí. No quedan olvidadas las calles desiertas de Ainelle, el frío mortal del invierno o los fantasmas del pasado. Ni la soga, ni la perra. Los lectores de la novela, me comprenderán.

Pero en el caso del espectador que no haya leído la novela, el dolor desgarrador que se desgrana en la obra le golpeará con toda su furia, y le sorprenderá el bellísimo lirismo de los parlamentos, aunque yo le aconsejo que después lea esta joya de la literatura, un ya clásico imprescindible en toda biblioteca personal.

Asimismo, la escenografía minimalista apoyada en una excelente figuración audiovisual nos muestra el ascético dormitorio que será la última morada del protagonista y nos pasea por las desoladas y desérticas calles de un pueblo devorado por el tiempo y las zarzas.

Todo esto conforma una puesta en escena maravillosa que supera por completo las expectativas de alguien como yo, que ha leído y releído La lluvia amarilla, y que se ha pateado esas montañas y recorrido esos pueblos abandonados del Sobrepuerto, esos pueblos que sobrecogen al más pintado, cuyas piedras chillan a nuestro paso y cuentan mil historias de vida y de muerte.

Teatro Quique San Francisco
Foto de la obra "La lluvia amarilla" (Jesús Arbués)

Dos grandes maestros sobre las tablas

Después de haber visto al experimentado Ricardo Joven meterse en la piel de Andrés de Casa Sosas, no puedo imaginarme a nadie más interpretando ese complicado papel. Ni otra cara, ni otra voz u otros gestos se me aparecerán al volver a releer la novela. Creo que cuando vaya a Ainielle, mi mirada le buscará por esos muros derruidos y comidos por las ortigas. Es impresionante ver como se transforma en un hombre hundido por las circunstancias, como a lo largo de su larguísimo monólogo nos muestra las diversas aristas de un personaje amargado, contradictorio, y vencido por las circunstancias.

Impecable, real y magnífico: para quitarse el sombrero.

A su lado, Alicia Montesquiu, también vestida de negro como él, igual de magnífica en su interpretación, representa la dulzura, la bondad y la cordura. Sus palabras y su sencillez endulzan con ritmo tranquilo el discurso amargo y dolorido de su marido. Su bellísima voz entona a capela unas canciones que están en la memoria de muchos, como el Ya ves, de Labordeta. Toda una sorpresa encontrarse sobre las tablas de un escenario a una voz tan dulce y tan especial.

Juntos cierran con broche de oro una de las obras más bellas escritas en la literatura española y consiguen mostrar y poner sobre el escenario la esencia de la novela de Llamazares.

La lluvia amarilla obra
Foto de la obra "La lluvia amarilla" (Jesús Arbués)

Conclusión

En esta fabulosa adaptación de Jesús Arbues de la obra La lluvia amarilla, de Llamazares, están todos los ingredientes de la novela que cautivó a miles de lectores: Ainielle, el Sobrepuerto, la angustia, la soledad más cruel y el olvido más despiadado. La perra y la soga, la terrible soga. No falta nada. Con una puesta de escena espectacular en su sencillez, que nos transporta a ese pueblo que el tiempo quiso aniquilar, lo verdaderamente importante aquí son las palabras, los sentimientos, la evocación de un pasado no muy lejano, la tragedia de la despoblación y el desarraigo.

Ricardo Joven y Alicia Montesquiu, con su profesionalidad y complicidad, bordan con hilos de oro esta obra desgarradora y enternecedora a la vez, necesaria para acercarnos a un pasado más cercano y próximo de lo que creemos.

Muy recomendable y necesaria, tanto para aquellos que hayan leído y admirado la bellísima novela de Llamazares, porque aquí encontrarán todos los detalles que la conforman, como para los que no la hayan leído, que quedarán sobrecogidos de la dureza del texto.

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