El pasado 27 de enero de 2021 se estrenó La panadera, de Sandra Ferrús. La actriz protagoniza la obra, escrita y dirigida también por ella misma. La pieza teatral reflexiona sobre la vulnerabilidad de la intimidad y el escarnio público a través de las redes sociales. Con la premisa principal de la filtración de un vídeo sexual de la protagonista, se plantean preguntas al espectador para que sean respondidas por sus propias reflexiones. Este proyecto se ha podido realizar gracias al programa Nuevas Dramaturgias de 2019, apoyado por los tres principales teatros del País Vasco. Se puede disfrutar hasta el 7 de marzo en la Sala de la Princesa en el Teatro María Guerrero.
Reparto: César Cambeiro (Ramón) Sandra Ferrús (Concha / Bisabuela) Carmen del Conte (Concha / Bisabuela) Elías González (Cliente / Orangután / Gael / Carlos-Gael) Susa Hernández (Terapeuta / Abuela Quinita / Madre de Concha) Martxelo Rubio (Aitor)
Duración: 90 min. apróx. Dirección: Sandra Ferrús Dramaturgia: Sandra Ferrús Escenografía y vestuario: Elisa Sanz (AAPEE)
Iluminación: Paloma Parra Música y espacio sonoro: Antonio de Cos Videoescena: Elvira Ruiz Ayudante de dirección: Concha Delgado Ayudante de escenografía y vestuario: Paula Castellano Cartel: Equipo Sopa Fotografías: Luz Soria Realizaciones escenografía: Mambo Producciones Producción: Centro Dramático Nacional, El Silencio Teatro e Iria Producciones
Tráiler de 'La panadera'
Sinopsis de 'La panadera'
La panadera cuenta la historia de Concha, una mujer de cuarenta años, encargada de una panadería, casada, con dos hijos. Una mujer con una vida tranquila y feliz que un día se despierta con la noticia de que por las redes sociales corre un vídeo íntimo suyo manteniendo relaciones sexuales con una pareja que tuvo hace 15 años. El vídeo sale ahora a la luz y se extiende de manera incontrolada porque ese hombre se ha hecho famoso en Italia gracias a un reality televisivo. (CENTRO DRAMÁTICO NACIONAL).
El juicio moral
El derecho a la intimidad y al honor han adquirido nuevos frentes a raíz del avance tecnológico de las redes sociales. No son pocos los casos de vídeos filtrados, de carácter sexual, que inunda la red de forma no consentida. Sandra Ferrús reflexiona sobre las consecuencias personales y sociales que intervienen en estos hechos en La panadera. A través de una dramaturgia que pone el foco en el propio sentir de la persona y en ese infierno personal, se expande con los pensamientos y recuerdos que le ayudan en el tortuoso camino. Hay escenas donde la emoción es pura, con diálogos y reacciones que podrían ser perfectamente sacados de una historia real. Por lo cual, el espectador siente esa cercanía en torno a las preguntas que se plantean, además de denunciar formas de actuar que se alejan de lo óptimo.
La historia no sólo se centra en los hechos acontecidos a Concha, su protagonista, sino también a su pasado y presente. Mediante un proceso de introspección y aprendizaje personal, el público le acompaña en ese viaje al interior. No obstante, al envolverse sobre todo en una sesión de psicología, las piezas del rompecabezas interno no siempre encajan con la misma fluidez con la que podrían. Por ende, hay partes donde hay recursos narrativos que no funcionan del todo, menguando el mensaje. Aun así, la potencia de la humanidad que hay en la dramaturgia, hace que el aprendizaje que se extrae de ella sea muy enriquecedor. La sensación que deja al final de la pieza teatral es un canto a la esperanza, pero también un golpe de realidad, donde la sociedad tiene que hacer un examen de conciencia.
Ser mujer en tiempos virales
Su propia autora y directora, Sandra Ferrús, también es la encargada de dar vida a Concha, la principal protagonista de La panadera. La actriz se deja el alma en el escenario, sobre todo en las escenas en las que el desgarro es sutil y complejo de explicar, hablando mediante la expresión. Esa frustración, ese dolor, esas ganas de saltar se palpan en la excelente sensibilidad de la actriz y en la forma de ejecutar su trabajo. Además, todo ese compendio sensitivo lo unifica a una naturalidad totalmente verosímil, que hace que la conexión con el público sea instantánea. Después, César Cambeiro se revela como el principal desahogo de la obra, trayendo una fragancia más ligera, pero sin perder el saber estar y el porte. Por lo cual, toda esa fuerza se equilibra con la ternura de la representación de alguien de su generación.
Martxelo Rubio regala una gran interpretación sobre las tablas, evolucionando de una manera tan eficiente como increíble. El actor se deshace de artilugios para desnudar a su personaje y darle tanta verdad y sinceridad, que invade la sala del teatro con la esencia que promueve. Asimismo, deja el carácter para los momentos en los que se necesita, al mismo tiempo que lo adereza con puntos de comedia y fragilidad en varias escenas de la pieza. Es más, junto a Ferrús, protagoniza una de las partes más emotivas de toda la obra, dejando los pelos de punta. Por otro lado, Elías González y Susana Hernández completan el reparto. El primero no acaba de despegar y se mantiene en un perfil menos consolidado. Mientras que Hernández sabe leer a sus personajes y el carácter que se espera de ellos, lo que conlleva a una planificación menos visceral.
Las ganas de vivir
Nada más entrar en La panadera, se muestra una escenografía que recrea lo que podría ser un salón de cualquier familia. Con una banda sonora suave y dulce, pronto comienza la acción. Ahí es donde se sientan las primeras bases de lo que será la propia obra. Con un cuidado uso de los colores, no se pretende incomodar al público, sino que se busca la reflexión, pero dentro de un ambiente relajado. Los blancos y grises contrastan con las sombras que toman parte de la obra en algún momento, dando esa sensación de claroscuros necesarias. Luego, la construcción del atrezzo es magnífica, con una armonía entre los objetos muy sofisticada. Lo único que, a veces, el cambio de tono, o contexto espacio-temporal, no siempre cuaja con facilidad, al haber una fluctuación de tiempos algo abrupta.
En consecuencia, el espectador resuelve esos cambios de tiempos, finalmente, pero no se quedan presentes en su cabeza, lo que hace que el efecto no luzca como debiera. Asimismo, al haber ese remolino de vivencias al través del tiempo, lo que obtiene es cierta confusión, aunque se resuelve hacia sus últimas escenas. A pesar de ello, el ritmo es apropiado, se desarrolla de una forma amena y no se producen cortes que pudieran distraer al espectador. Luego, por otra parte, el uso del audiovisual es un buen recurso con una forma de entrar en la escena muy elegante. Podría haberse utilizado más, pero su efecto aporta un acabado muy estético en la puesta en escena. Por último, el espacio sonoro y la música encuentran su lugar, amenizando las acciones que van sucediendo, siendo un hilo que acompaña al espectador durante este viaje existencial.
Conclusión
La panadera es una obra que aborda la intimidad y el escarnio publico, lanzando preguntas con las que el espectador puede reflexionar. Se centra en los efectos personales y las consecuencias humanas que sufren las víctimas de, por ejemplo, la filtración de vídeos sexuales sin su consentimiento. Por lo cual, expone una dramaturgia sensible, con un mensaje con fuerza, donde únicamente hay algunos recursos que no cuajan del todo como debieran. Un reparto en alza, en especial, Sandra Ferrús y Martxelo Rubio, que ofrecen pura humanidad y emoción. La puesta en escena es muy visual, acompañada de unas tonalidades ligeras, que van contrastando con las sombras que aparecen. El ritmo es apropiado, aunque los cambios de espacio-tiempo pueden llegar a distraer. Una denuncia sobre el ataque a la intimidad, que llega envuelta en un análisis introspectivo y personal.
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