El pasado 24 de junio terminó temporada la compañía Balmoral con Nadie nunca nada, una comedia que tras su éxito inicial en mayo, logró prorrogar durante los sábados de junio en Nave 73. Esta pieza habla sobre temas tan complejos como la salud mental, la precariedad laboral o la influencia de las tecnologías en una dramaturgia original y que va más allá del retrato social que ya se conoce. Dirigida por Víctor Heranz, cuenta en el reparto con Jorge Berlanga, Isabel Genis, Manu Imizcoz, Pablo Vélez, Natalia Vellón y Octavio Vellón.
Título: Nadie nunca nada Título original: Nadie nunca nada
Reparto: Jorge Berlanga
Manu Imizcoz
Natalia Vellón
Isabel Genis
Pablo Vélez
Octavio Vellón
Duración: 90 min. apróx. Dirección: Víctor Herranz Dramaturgia: Compañía Balmoral Diseño de Iluminación: Manuel Tejera
Diseño de Escenografía: Candela Gómez
Cartel: María P. Trillo
Fotografía: Alberto Asensio
Productora Audiovisual: Arde Visual
Ayte. Dirección: Laura López y Cristina Basallote Producción: Compañía Balmoral
Sinopsis de 'Nadie nunca nada'
Nadie nunca nada es un collage de situaciones esperpénticas donde diversos personajes, héroes y antihéroes contemporáneos, se enfrentan a estas preguntas a través de sus conflictos diarios y ensoñaciones: la depresión, la salud mental, la precariedad laboral, la insatisfacción amorosa, la adicción a las tecnologías, etc. Queremos utilizar el teatro como herramienta para explorar, profundizar y hacer que el público vibre con estos asuntos y, así, crear un espacio reflexivo, un diálogo sobre cómo hemos llegado a esta realidad y hacia dónde vamos. (CÍA. BALMORAL).
Caminando por la vida
La compañía Balmoral realiza una creación colectiva en Nadie nunca nada, donde explora la realidad social desde un prisma alocado y efectivo. Por tanto, hace de la exageración su principal baza, exponiendo situaciones que resultan cercanas y cotidianas para el espectador. Sin embargo, las retuerce para mostrar un reflejo histriónico y deforme que sirve de vehículo para hacer una crítica ante aquello que se ha normalizado. Por tanto, utiliza el drama de toda una generación para reflexionar sobre ello, pero sin perder la comedia y el humor. Con lo cual, se percibe una inteligencia en el planteamiento, que consigue ser más efectivo que si se hubiera cogido desde una óptica más seria. La ridiculez es un buen elemento si se utiliza de una manera original y aquí sucede.
No es perfecta, pero tampoco busca serlo, sino que desea introducir al espectador en esa vorágine de emociones, pensamientos y locura. Y lo consigue. Durante las primeras escenas se produce una contextualización rocambolesca que cautiva al asistente para llevarlo a su terreno. Una vez dentro, se compran varias de las licencias que se ponen sobre la mesa. A pesar de haber algunas partes menos lúcidas en su cohesión, no se puede negar que si se analiza en su conjunto, se puede ver un resultado con garra. Es mejor ir sin saber qué es lo que se va a ver, sorprendiéndose por lo que va aconteciendo sobre las tablas. Un fuck the system sobre los que tildan a las nuevas generaciones de cristal, para exponer que el paradigma da para mucho más.
Un reparto unido
El reparto de Nadie nunca nada logra algo que aporta calidad al espectáculo teatral que es un trabajo en conjunto que funciona como un único órgano, convergiendo los trabajos de todos los actores de manera que ninguno se queda atrás. Por ello, se valora más su trabajo en grupo que de forma individual, ya que se ve una excelente dirección actoral en la que han sabido sacar partido a cada uno de ellos. Además, al ser una propuesta tan experimental, también han potenciado el lenguaje no verbal, mediante acciones y expresividad corporal con las que brillan ante la escena. Una vez se finaliza este viaje teatral, se puede ver la química que hay entre ellos, mostrándose a gusto unos con otros, por lo menos, de forma artística.
De forma individual, Jorge Berlanga impone por su físico, permitiéndole dar actuaciones más viscerales, siendo su mayor fuerte. Además, gestualmente, consigue impresionar a los espectadores. Después, Isabel Genis se transforma virtuosamente según lo que le demanda la escena, dando escenas realmente curiosas. Lo mismo sucede con Octavio Vellón, que se deja llevar en todo momento, mostrando una naturalidad que se disfruta mucho. Manu Imizcoz destaca por su contundencia que, incluso en papeles más pequeños, como el de la apuntadora, logra estar presente. Natalia Vellón es un torrente que no se desboca, sino que va repartiendo toda esa personalidad y energía, encumbrándola en varios momentos, así como una gracia natural que le sienta muy bien. Por último, Pablo Vélez tiene una autenticidad, que durante sus distintas interpretaciones brilla con luz propia.
De lo extraño su virtud
Una de las razones por las que Nadie nunca nada logra llamar la atención de los espectadores es por el cúmulo de disciplinas que se ven sobre el escenario. Por tanto, la puesta en escena se construye sobre una escenografía en continúa transformación, trayendo auténticas composiciones sin un sentido, a priori, que luego van llegando a su finalidad. No obstante, hay momentos que no buscan justificarse, sino ahondar y consolidar esa imagen de locura, de divertimento estético y artístico, creando su propio “país de las maravillas”. Gracias a mantenerse en todo momento fiel a este estilo, sin miedo a no ser entendida, consigue cautivar a los asistentes visualmente, incluso cuando no se comprende del todo el porqué, dado que no se necesita.
Sin embargo, hay momentos en el que el ritmo puede no fluir como debiera, produciéndose pequeños cortes que desconectan con el montaje, como aquella en la que se produce un corte abrupto para pasar a una especie de stand-by. En un primer momento, es disruptivo, rompedor, pero se alarga en el tiempo en exceso. A pesar de ello, lo levantan rápidamente, por lo que, la catarsis de energía equilibra estos pequeños recesos. Después, la elección de la gama de colores que se ve en el montaje permiten una imagen colorida, acorde a ese amalgama de sensaciones que desean. También pasan por la escena otros elementos, como la microfonía, el juego de luces o los audiovisuales, que completan una estrategia teatral efectiva y, sobre todo, llamativa.
Conclusión
Nadie nunca nada es un retrato esperpéntico de la sociedad actual, mediante distintas preguntas que se resuelven en un prisma exagerado que le permite acercarse más a la realidad que desde una vertiente más costumbrista. Por tanto, se aplaude una dramaturgia que se deshace de lo esperado, para dar una convergencia de situaciones donde se exponen pensamientos, situaciones, permitiendo la reflexión a la par que la sorpresa aparece en escena. Después, el reparto es una delicia, un conjunto muy bien hilvanado, donde la química y el trabajo en equipo hace que se eleve su labor sobre la escena. Asimismo, la puesta en escena sigue ese carácter rocambolesco, con una propuesta alocada y llena de vitalidad, donde solo algunos momentos cortan todo ese dinamismo. Un 'fuck the system' que explora las preocupaciones de una generación que tiene mucho que decir.