Remando al viento (1988) fue dirigida por el escritor y director ovetense Gonzalo Suárez (Epílogo, Don Juan de los infiernos, El portero). Se mantuvo en cartel durante 58 semanas ininterrumpidas en los cines Renoir de Madrid. En ella nos sumergimos en el Romanticismo de la Europa de principios del XIX. Y lo hacemos de la mano de personajes ilustres como Mary Godwin, Lord Byron o Percy Bysshe Shelley, en su más que célebre reunión literaria en Villa Diodati.



Remando al viento película

Crítica de 'Remando al viento'

Ficha Técnica

Título: Remando al viento
Título original: Rowing with the wind

Reparto:
Hugh Grant (Lord Byron)
Lizzy Mcinnerny (Mary Shelley)
Valentine Pelka (Percy Bysshe Shelley)
Elizabeth Hurley (Claire Clairmont)
José Luis Gómez (Polidori)
Ronan Vibert (Fletcher)
José Carlos Rivas (La Criatura)

Año: 1988
Duración: 96 min.
País: España
Director: Gonzalo Suárez
Guion: Gonzalo Suárez
Fotografía: Carlos Suárez
Música: Alejandro Massó
Género: Drama
Distribuidor:

Filmaffinity

IMDB

Tráiler de 'Remando al viento'

Sinopsis

Dos poetas ingleses, Mary Shelley y Lord Byron, se ven obligados a huir de Inglaterra. Durante el viaje, Mary recuerda cómo conoció en casa de su padre adoptivo al joven y apasionado poeta Shelley, cómo lo amó y cómo se fugó con él. También evoca una cita con Byron en Suiza. Pero, sobre todo, rememora una noche de noviembre de 1816 durante la cual, mientras sus amigos contaban historias de terror, ella daba a luz al legendario monstruo de Frankenstein.

Making of de 'Remando al viento'

Dónde se puede ver la película en streaming



Hasta los confines del Universo

El inicio de Remando al viento nos lo proporciona una voz en off, de la que después descubriremos que se trata de Lord Byron (Hugh Grant). Aquí nos lee un fragmento de su poema titulado Darkness, el cual aparece sobreimpresionado sobre un fondo negro. El texto dice así: “Tuve un sueño, que no fue un sueño. El sol se había extinguido, y las estrellas vagaban a oscuras en el espacio eterno, sin luz y sin rumbo. Y la helada tierra oscilaba ciega y negra en el aire sin luna. Llegó el alba y pasó, y llegó de nuevo sin traer el día”.

Durante la lectura atisbamos los movimientos que originan la hermosa Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, de Vaughan Williams. Una melodía que, de ser la primera vez que se escucha, te deja irremediablemente atrapado en ella. Finalizada la lectura nos deleitamos con los primeros planos, en los que levitamos sobre las heladas aguas del Ártico, con una iluminación azul onírica donde las haya. De pronto, se funde con una figura, aparentemente humana, que reposa tumbada sobre un pedestal de piedra. Boca arriba, cubierta por un leve velo de tela, comprobamos que esa figura respira con contundencia, como si acabara de nacer o estuviera cercana a dejar nuestro mundo.

A continuación, un pequeño barco se deja llevar por las frías aguas que hemos observado segundos antes. Sin velas que lo guíe, nos internamos en el camarote de la única tripulante: Mary Shelley (Lizzy Mcinnerny). Procura que su pluma absorba algo de tinta helada para convertirla en lo que pretende escribir en un papel. Aun sabiendo de la dificultad de la tarea, decide rasgar dicha superficie sin éxito, mencionando su voz que acude “hasta los confines del Universo para encontrarme con la horrible criatura que mi imaginación concibió”.

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¡Qué bella es la muerte!

Apartamos en un rincón de nuestra memoria la travesía de Mary y viajamos hasta Londres. Y en concreto al despacho del señor William Godwin, junto a su esposa, Mary Jane Clairmont, que ofrece una taza de té a Percey Bysshe Shelley (Valentine Pelka). Este rechaza la propuesta al tiempo que Godwin cuenta un fajo de billetes sobre su mesa. Un dinero que Percey ha reunido para que Godwin pueda llevar a mejor puerto su trabajo como editor. Sin embargo, enseguida revela el verdadero motivo por el que está allí, en su presencia, ofreciéndole semejante suma. Es entonces cuando se inicia una curiosa conversación sobre el dinero y el matrimonio.

Después de quedar claro que Godwin no acepta la propuesta de casamiento entre su hija Mary y Percey, este saca un arma y apunta directamente a Godwin. Y, casi al instante, hace lo mismo, pero para encañonar su propia cabeza. Es aquí cuando Godwin le advierte de la indignidad que supondría quitarse la vida en su casa, a lo que Shelley procede a marcharse. Pero lo hace no sin antes oír un último desprecio a su labor como poeta, por parte de Godwin. De esta forma, le menciona en voz alta uno de sus versos: “¡Qué bella es la muerte, la muerte y su hermano el sueño!”.

Por todo ello, en mitad de un cementerio, Percey y Mary deciden jurarse su amor y huir a Suiza, acompañados por la hermanastra de esta, Claire Clairmont (Elizabeth Hurley). Con todo, la hermana de Mary, Fanny, decide quedarse a cuidar de su padre. Una decisión que parece tomar como si de un sacrificio personal se tratase. De este modo, a la mañana siguiente, y en medio de una tremenda nevada, suben a un coche de caballos dirección a Ginebra.

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Hay tres cosas que yo puedo hacer y usted no

Nos encontramos en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, donde conocemos, casi al mismo tiempo, a tres de los personajes más curiosos de Remando al viento. El primero de ellos es Fletcher (Ronan Vibert), el mayordomo de Lord Byron, al que vemos recibir a los recién llegados desde Londres. Segundos después, Byron y su secretario, Polidori (José Luis Gómez), inician un pequeño viaje en la barca hasta alcanzar la mansión donde se encontrarán todos. Las conversaciones que tienen lugar entre Polidori y Byron, y después con Fletcher ya en tierra firme, son una joya, convirtiéndose en perfectas presentaciones de los tres personajes.

Al poco de conocerse, llevan a cabo un pequeño paseo en barca por el lago. Este se inicia al atardecer, que culmina en mitad de la noche con un canto albanés a grito pelado. La voz vuelve a surgir de Lord Byron, convirtiéndose en una de las escenas más memorables de nuestro cine. Una maravilla de la que quedarse prendado y que, al verla en sucesivas ocasiones, llama a acompañar ese grito como espectador, aunque sea únicamente con el gesto, sumido en el silencio del asiento.

Hugh Grant

Que cada uno escriba la historia más terrorífica que se le ocurra…

El personaje de Mary Shelley, interpretado por la actriz Lizzy Mcinnerny, es una perfecta evolución a través del tiempo y sus acontecimientos. Y el hecho de conocerla en un momento de oscuridad absoluta, con velo negro, buscando a su monstruo, eso nos hace ser conscientes de dicha evolución. La sonrisa de plenitud en Londres, cuando navegan por el lago Lemán, o pasean por Villa Diodati. Sin embargo, según las flechas van a travesando su corazón, su alma, comprendemos la magnitud de su semblante en el barco del Ártico. Creo que Lizzy logra hacernos llegar el sufrimiento acumulado, y si no has empatizado con ella desde el primer momento, cruzando las aguas heladas, sin duda lo conseguirá en los últimos minutos del metraje.

Hugh Grant se encarga de mostrarnos a Lord Byron, en otro encaje perfecto. Desde luego, hace suyo el personaje, imprimiéndole sarcasmo, desvergüenza y puede que, hasta cierta humanidad en dosis diminutas, no vaya a ser que nos haga verle como alguien decente.

Valentine Pelka es Percey Bisshe Shelley. Con este personaje tengo la impresión de que exagera en sus formas, sus conversaciones, y no es que el actor sobreactúe, ni mucho menos. Simplemente el personaje lo vive de esa manera. De hecho, podría decirse que todos lo hacen como si a su alrededor habitara un gran público invisible que observara sus movimientos, valorándolos de forma constante, como una suerte de teatro particular. La discusión inicial con el señor Godwin es buena cuenta de ello, sobre todo si la escuchamos en su idioma original.

Hugh Grant

…y demostraremos que la realidad siempre es más terrible

Aquí Elizabeth Hurley interpreta su primer papel, el de Claire Clairmont, hermanastra de Mary. Su naturaleza es delicada, aunque audaz tratando de conseguir lo que se propone. Sigue la estela de Lord Byron allá donde se dirija, sin importarle el sufrimiento de los juegos amorosos que pueda generarle su amado. Sin embargo, todo el mundo tiene un límite, y su evolución es la de la madurez tras tener una hija: Allegra.

Polidori es una delicia al que da vida José Luis Gómez. Si hubiera un buen puñado de adaptaciones del personaje, incluso varias decenas, me arriesgaría a decir que ninguno de ellos estaría a la altura del personaje que encarna Gómez. Enseguida notamos resentimiento, rabia para con su señor, por su forma de dispensarle el trato. Más tarde, los infortunios darán comienzo con él, alguien del todo incomprendido y al que se le coge cariño enseguida. Para mí, uno de mis personajes preferidos de siempre en el cine.

Para cerrar, y sin olvidar al resto de personajes, me gustaría quedarme con la Criatura de José Carlos Rivas. Una figura imponente, que se mantiene presente, en mayor o menor intensidad, a lo largo de toda la película. Es el punto de inflexión donde nuestra mente nos hace reflexionar y dar vueltas entre escena y escena, y donde divagamos entre la realidad y la ficción. Un papel breve, pero con un enorme significado y poder en su presencia.

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Dar vida a la materia

Gonzalo Suárez ha dirigido cerca de una treintena de largometrajes, y admito que únicamente he visto Remando al viento. Creo que esto es algo que no le gustaría saber a su director, y también guionista, de encontrármelo por la calle. Pero digamos que no pude o quise escapar de los hilos tejidos en torno a esta película.

Para empezar, es una obra de arte en el más puro sentido de la expresión. No solo en cada renglón del guion, que sentencia en cada una de sus escenas, y casi con cada una de las frases de sus personajes, sin llegar a hacerse pedante. Cualquier otro podría haber caído de lleno, incluso saltar a su interior sin ruborizarse, a una gran balsa de pedantería. Pero aquí todo está medido al detalle para que seas partícipe, como espectador, de la burbuja maravillosa en la que habitan nuestros protagonistas.

Además, solo hay que tirar de memoria, incluso pasearse por alguno de los museos más célebres del mundo, para destacar imágenes que parecen haber sido extraídas del lienzo a la pantalla. Por ejemplo, el cuadro de Francisco Pradilla titulado Doña Juana la Loca (1884), me transporta al paneo hacia la playa, donde se lleva a cabo la incineración de un cuerpo. La primera vez que lo vi, recordé ese cuadro del Museo del Prado. O escenas a caballo que nos trasladan a la arena de Valencia y la luz en los pinceles de Joaquín Sorolla.

Pero lo que se lleva la palma quizá sea el vestuario realizado por la mítica Yvonne Blake. Se disfruta mucho, sobre todo, en una segunda visita a Remando al viento. Y es que te reencuentras con las extravagancias de Byron, la distinción de Polidori o la delicadeza de Mary durante su estancia en Villa Diodati. Maravilloso trabajo.

Pentagrama para un sueño y su realidad

Suele decirse que hay silencios incómodos, pero algunos de ellos no lo son porque estorben, sino porque nuestros oídos solicitan, de forma constante, esa banda sonora que acompaña al resto de elementos del metraje. Y en este caso, la maestría de Alejandro Massó cumple con todos los requisitos para que así sea.

La protagonista absoluta de Remando al viento, sin duda, es la cuerda. Y esta nos puede guiar con dulzura y delicadeza a caminar junto a William, el hijo de Mary, antes de encontrarse con la Criatura. O hacernos sentir cada pellizco, de forma intensa y abrupta, en el instante en que dicha criatura se incorpora bajo el velo de tela.

Pero eso no es todo, pues Alejandro Massó nos guía por diferentes localizaciones como si de un sueño se tratase. Esto es debido a que existen ciertas escenas en las que podemos cerrar los ojos y dejarnos llevar sin contemplaciones por otros instrumentos. Por ejemplo, el piano dentro de Villa Diodati, tocado por algunos de los protagonistas. O la regata entre Shelley y Polidori, descubriendo un sonido como si de gotas de agua cayendo al lago se tratasen. El sonido se asemeja, si no lo es, al de varias copas con agua, de diferentes cantidades. Estas, acompañadas por unos dedos habilidosos, previamente humedecidos, se deslizan por sus bordes para obtener una melodía como la que apreciamos.

Por último, mencionar el magnífico arranque con Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, de Vaughan Williams. Un tema que, aun siendo recurrente durante el metraje, y al contrario de lo que pudiera parecer, no cansa en absoluto. Para disfrute de nuestras almas, la sentimos en varios puntos de la geografía del metraje perfectamente escogidos.

Conocer al Diablo para apreciar a Dios

Remando al viento posee un making of, dirigido por Celia Cervero, donde Gonzalo Suárez nos deja varias curiosidades. Una de ellas es que la idea le llegó mientras paseaba por la calle, en forma de una imagen de Mary Shelley escribiendo. También asegura que Hugh Grant tomó la decisión de romper un contrato que tenía con la BBC para participar en la película.

Suárez destaca las dificultades climáticas, de tempestad, al rodar en la isla noruega de Spitsbergen. Además, la escasez de horas de luz, tan solo de dos horas por jornada, les permitió rodar con la iluminación tan característica que vemos al inicio de la película. Sin dejar atrás la complejidad de llevar al rodaje a una jirafa, el dinero que supuso contratarla y el hecho de que terminara por comerse parte del decorado.

Por supuesto habla de lo profética que ha sido la más célebre novela de Mary Shelley. O de las características físicas que todos tenemos en nuestra memoria respecto al monstruo que concibió, con los clásicos tornillos que Hollywood nos dio a conocer. Al contrario del suyo, el cuál el propio Suárez diseñó y dibujó con un aspecto único.

La película fue galardonada con la Concha de Plata a la Mejor Dirección en el Festival de San Sebastián. También acabó llevándose 6 Goya, de los 13 a los que su película estuvo nominada. Entre otras localizaciones de nuestro país podríamos mencionar la playa de Borizu, en Llanes. O la finca El Rincón, situada en Aldea del Fresno, y donde se ha rodado gran parte de la serie La Promesa, de La 1.

Para no pestañear

  • Cada línea del guion.
  • El cruce entre realidad y ficción.
  • Los personajes secundarios.
  • La conversión entre la imagen de Shelley y la Criatura.
  • Las localizaciones.
  • La música y el vestuario.

Conclusión de 'Remando al viento'

Remando al viento habla de nuestros monstruos, de cómo todos llevamos uno en nuestro interior y de cómo interpretarlo. Porque podemos mantenerlo en secreto, oculto en las profundidades más oscuras y silentes de nuestra alma, sabiendo que está ahí, en algún lugar. O podemos exorcizarlo, mostrarlo tal y como es, ante el espejo, a nuestro lado, y ver de qué pasta estamos hechos.

Una vida colmada de infortunios, mezclada con la realidad de una escritora como Mary Shelley, nos hace deleitarnos con una película maravillosa, digna de ser vista una y otra vez. De esta manera, siempre damos con detalles, palabras o gestos que nos hacen descubrir algo que se nos había pasado de antemano. Diálogos de los que te hacen llenar hasta los bordes de un bloc de notas, que te llevan a reflexionar, a hacerte preguntas.

¿Acaso somos tan poderosos como para ser los dueños de nuestros propios destinos? ¿Y el de los demás, de quienes nos rodean? Porque, como le dice Byron a una Mary Shelley convencida de haberlo llevado a cabo desde su nacimiento, además de dar vida a la Criatura: “Si has tenido poder para escribir nuestro destino, ten ahora fuerza para aceptarlo”.

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Jesús Bravo
Cinéfilo y seriéfilo empedernido. Además de informático y aspirante a novelista, me peleo con la fotografía y la videocámara. Mi primer recuerdo de un cine fue viendo "El rey león". Desde entonces, no he dejado de soñar con ovejas eléctricas.
remando-al-viento-pelicula-criticaRemando al viento habla de nuestros monstruos, de cómo todos llevamos uno en nuestro interior y de cómo interpretarlo. Porque podemos mantenerlo en secreto, oculto en las profundidades más oscuras y silentes de nuestra alma, sabiendo que está ahí, en algún lugar. O podemos exorcizarlo, mostrarlo tal y como es, ante el espejo, a nuestro lado, y ver de qué pasta estamos hechos. Una vida colmada de infortunios, mezclada con la realidad de una escritora como Mary Shelley, nos hace deleitarnos con una película maravillosa, digna de ser vista una y otra vez. De esta manera, siempre damos con detalles, palabras o gestos que nos hacen descubrir algo que se nos había pasado de antemano. Diálogos de los que te hacen llenar hasta los bordes de un bloc de notas, que te llevan a reflexionar, a hacerte preguntas.