La compañía SinSombrero está detrás de Todos queríamos a Alber, obra teatral escrita por Ignacio del Moral. Esta producción artística se alzó con el III Premio Internacional de Teatro Joven de la Editorial Dalya en 2019. Además, también fue seleccionada en el I Certamen del Festival Sala Joven en el actual Teatro Quique San Francisco. Por tanto, se estrenó sobre las tablas del famoso espacio teatral de Chamberí, en Madrid. Dirigida por Noelia Nogueira, cuenta en su reparto con Ángeles Calderón, Javier Ruesga, Pablo Sevilla y Rita Liarte. Se puede disfrutar en los Teatros Luchana todos los sábados a las 20:30 horas.
Título: Todos queríamos a Alber Título original: Todos queríamos a Alber
Reparto: Ángeles Calderón (Lea) Rita Liarte (Frany) Pablo Sevilla (Adrián) Javier Ruesga (Alber)
Duración: 65 min. apróx. Dirección: Noelia Nogueira Dramaturgia: Ignacio del Moral Ayudante de dirección:Violeta Nemec Escenografía: Elena Alejandre Diseño de iluminación: Álvaro Manzano Diseño gráfico: Oscar Múnchausen y Yoli Sánchez Producción: sinSombrero
Tráiler de 'Todos queríamos a Alber'
Sinopsis de 'Todos queríamos a Alber'
Todos queríamos a Alber nos presenta a Adrián, Frany y Lea, tres adolescentes que se encuentran frente al tanatorio donde están velando a un buen y querido amigo suyo (Alber), el cual ha muerto muy joven y de manera inesperada. Hay dolor en la familia y desconcierto en su círculo cercano, pero de pronto Frany dice lo que realmente piensa: Alber merecía morir. Esto alarma a sus amigos. ¿Por qué lo habrá dicho? El resplandor de unos fuegos artificiales les trae una oleada de recuerdos y secretos guardados, con los que poco a poco comienzan a entender que quizá Alber no era tan buen amigo ni persona como creían... (COMPAÑÍA SINSOMBRERO).
Toxicidad y madurez
La adolescencia es una de las etapas vitales más complejas del ser humano, en especial, por los grandes cambios que se suceden en ella. Además, formula las primeras bases de lo que esa persona será en el futuro. Todos queríamos a Alber reflexiona sobre las relaciones que se establecen en esta época, explorando sobre todo los juegos emocionales a los que deben hacer frente los jóvenes con los pilares más importantes de su vida, como la amistad. Esta historia navega sutilmente en temas que necesitan una revisión reflexiva como la cultura de la violación, la manipulación, la diversidad sexual o la autoestima. De esta manera, se sienta una línea narrativa muy atractiva, sirviendo de escaparate ante problemáticas sociales que, muchas veces, no se suelen abordar públicamente. Una de sus principales fuerzas se halla en explorarlos con la naturalidad con la que se abordan.
Dentro de ese compromiso emocional y social, se expone una introspección sobre la naturaleza de los enlaces que se establecen y las razones de aceptar la toxicidad que acompaña a dichas uniones, en este caso, con Alber. Sin embargo, una vez expuestos los motivos, podría todavía la dramaturgia ir más allá. Se podría profundizar en las motivaciones que hay detrás de cada uno de los personajes, conocer esa fragilidad sensible e interna, que permita al espectador empatizar con los acontecimientos sobre el escenario. Por esa razón, aunque el resultado es notable, tiene una potencia que se podría aprovechar todavía más, pudiendo sumergirse en un análisis más visceral. En consecuencia, la forma de abordar la personalidad de Alber navega en un maniqueísmo que provoca que no se vean las aristas de su trasfondo. Asimismo, la resolución de la problemática se simplifica en demasía, dando un mensaje ambiguo.
El grupo
Javier Ruesga, Rita Liarte, Pablo Sevilla y Ángeles Calderón se convierten en el eje principal interpretativo de Todos queríamos a Alber. Para comenzar, Javier Ruesga ofrece una interpretación que le permite jugar con la dicotomía del ying y el yang. Sin embargo, a causa del guion, termina por el explotar más la picardía y la malicia de su personaje. Ruesga lo efectúa con una naturalidad estupenda, logrando un resultado totalmente verosímil. Después, Ángeles Calderón realiza un trabajo actoral lleno de matices en su expresividad, yendo de menos a más. Por tanto, su labor dramática vive una transformación satisfactoria, ya que se suceden varias escenas en las que deja salir una pasión sobre las tablas llamativa. Gracias a ello, su personalidad se palpa en el ambiente y se establece una sinergia especial con el resto del reparto.
Por otro lado, Pablo Sevilla llama la atención por un físico imponente, que despista por la forma de ser de su personaje. No obstante, este contraste es todo un acierto, ya que sirve para romper estereotipos preconcebidos que pudiera tener el espectador. A lo largo de la obra hay una ternura en su forma de interpretar, que conmueve a los asistentes. Además, se convierte en el perfecto contrapeso liviano frente a la oscuridad presente en el escenario. Una grata sorpresa. Para terminar, Rita Liarte efectúa una actuación más contenida, menos emocional. El problema es que, en el momento en el que se descubre el clímax de su personaje, mantiene una tonalidad y un carácter demasiado constante. Por lo que, a pesar de una ejecución suficiente, no emociona tanto como podría hacerlo.
El minimalismo de la verdad
Dos bancos enfrentados y en posiciones contrarias, así recibe Todos queríamos a Alber al espectador una vez entra en la sala. De esta manera, sienta la idea primigenia de una puesta en escena más minimalista y sencilla. A pesar de no haber más elementos sobre el escenario, es suficiente como telón de fondo de la emoción y pasión que se va a ir desarrollando. Por tanto, su propuesta apuesta por una dirección más orientada en el desempeño actoral y en la composición lumínica de la obra. Por un lado, el conjunto actoral llena el espacio, ante una coreografía dinámica, además del desempeño general del elenco. De esta forma, se hace hincapié en la cercanía y en un efecto más humano, que es un acierto por el carácter de la pieza teatral.
Por otra parte, la composición lumínica separa los distintos niveles espacio-temporales que se desarrollan en la obra. Así marcan de una manera clara lo que se produce en presente y lo que sucede en otro momento. Mientras que las tonalidades cálidas evocan a la nostalgia, los colores fríos llevan a ese enfrentamiento con el duelo y la realidad. No obstante, la realización se mueve en una suavidad, que, a veces, se difumina esa división espacial y temporal. Dicho de otra manera, ese aspecto creativo podría acentuarse y ser aún más contundente. Luego, el montaje tiene un ritmo agradable, donde no hay partes que se ralenticen, pero se echa en falta que haya puntos de mayor acción y visceralidad. En consecuencia, se hace accesible y se disfruta sin problemas, pero llevado a un nivel más, podría lograr un efecto aún más cautivador en la audiencia.
Conclusión
Todos queríamos a Alber habla de una etapa fundamental en la vida y expone temáticas de necesario debate, como la toxicidad, la sexualidad o la amistad. Por un lado, explota ese carácter cercano, pero, por otro, peca en no ir más allá en la profundización de las motivaciones y acciones de sus personajes. No obstante, no sucede lo mismo con su equipo actoral, que efectúa un trabajo satisfactorio, con matices interesantes. Por otra parte, la puesta en escena apuesta por una estructura minimalista, que explota el efecto emanado de las interpretaciones y de la composición lumínica. Así, promulga una apuesta acertada, que acentúa la cotidianidad y la humanidad. Un puzzle vital en el que la toxicidad plantea una reflexión notable sobre las relaciones interpersonales.