El Teatro Fígarode Madrid acoge Una terapia integral, de Cristina Clemente y Marc Angelet. Una comedia sobre los miedos e inseguridades, que vuelve a unir a estos dos dramaturgos tras el éxito de Laponia en el Teatro Maravillas.
Título: Una terapia integral Título original: Una terapia integral
Reparto: Antonio Molero
Marta Poveda
Esther Ortega
César Camino
Duración: 90 min. apróx. Dirección: Marc Angelet y Cristina Clemente Dramaturgia: Cristina Clemente y Marc Angelet Con la colaboración de: Juli Fàbregas
Ayudante de Dirección: Beatriz Bonet Diseño escenografía y vestuario: Jose Novoa
Diseño iluminación: Sylvia Kuchinow
Sonido: Ángel Puertas
Producción: Carlos Larrañaga
Ayudantes de Producción: Beatriz Díaz, Sabela Alvarado y Ángel Plana Larrañaga
Dirección técnica: David González
Construcción escenografía: Jorba-Miró
Prensa: Ángel Galán Comunicación
Diseño gráfico: Hawork Studio – Alberto Valle y Raquel Lobo
Fotografía: David Ruano
Fotografía de escena y vídeo: Nacho Peña
Gerencia y regiduría: Alfonso Montón Producción: Verteatro, Hause&Richman, Focus y Smedia
Tráiler de 'Una terapia integral'
Sinopsis de 'Una terapia integral'
Una terapia integral es una comedia que pone en cuestión nuestra necesidad de creer en algo. El retrato de una sociedad que parece que está eliminando la religión pero que todavía tiene la necesidad obsesiva de creer, de tener fe en algo, algo que nos ayude a encontrar sentido a nuestras vidas caóticas, aunque ese algo sea totalmente inaudito. (GRUPO SMEDIA).
Cocina y humor
Ahora que los talent shows de cocina están de moda, Una terapia integral recoge esta idea para convertir a Antonio Molero en un afamado panadero que tratará de instruir a César Camino, Esther Ortega y Marta Poveda. Actores conocidos en la pequeña pantalla y, algunos de ellos, especialmente por su vis cómica.
Este elenco, ya de entrada, nos lleva a pensar que, en efecto, se trata de una comedia. Sin embargo, los desencadenantes durante este curso de panadería nos harán descubrir que la comedia esconde otros asuntos de mayor calado. De hecho, la comedia pasa a un segundo plano durante la función, sería más correcto denominarlo ironía.
El tono humorístico es, por tanto, sutil. No se escuchan carcajadas entre el público, en algunos momentos porque el chiste o el disparate es demasiado forzado, en otros porque simplemente la intención no es más que maquillar de comedia los traumas para relativizar y esbozar sonrisas.
Traumas sin cocer
Miedo al fracaso, miedo a la soledad, miedo a no encontrar nuestro camino, miedo a enfrentarse al dolor... Estos son los principales problemas que persiguen a los protagonistas de la obra, tanto a concursantes como al gurú del pan. El foco va cambiando de personaje conforme pasan los actos, y cada uno de ellos va titulado por una fase del curso que, a su vez, hace referencia a las etapas de cocinado del pan.
La elaboración del pan se convierte en un excusa para ahondar en los problemas de cada uno de ellos, pero parece que todos ellos quedan en la superficie, se mencionan sin llegar a pronfundizar en el por qué de esas insatisfacciones, algo que hubiera servido para reflexionar acerca de la búsqueda insaciable de una felicidad obligada y asociada a unos cánones impuestos.
Los vendehumos
El personaje de Antonio Molero, el panadero instructor, personifica la falta de moralidad que nos amenaza. Aprovecha las debilidades del resto para enriquecerse, aunque también esconde miedos y traumas, su poder de persuasión acabará destruyendo el falso equilibrio de sus concursantes.
La crítica a los gurús, los coach y aduladores varios resulta contundente. Pese a que en otras ocasiones se presentan como inofensivos, parece ser que aquí sus engaños han tenido unas consecuencias terribles. En este punto, se mantiene el correcto equilibrio entre el tono irónico y la crítica severa.
A ritmo de horno
La composición escenográfica, a propuesta de José Novoa, entran perfectamente en consonancia con el juego de los personajes. En momentos un tanto apagados o flojos de gracia, el baile y los movimientos con los elementos del escenarios suma dinamismo y evita el aburrimiento de los asistentes.
El ritmo, marcado por las fases del cocinado, también ayuda a seguir Una terapia integral sin caer en el hartazgo. La música contribuye a agilizar el ritmo, aunque en ocasiones interrumpe de forma brusca monólogos o diálogos que se dejan inacabados.
Conclusión
Una terapia integral resulta efectista, consigue su propósito: entretener con una pizca de crítica social. La crítica es simple, masticada e imposible de esquivar. Y, el humor se balancea entre el superficial análisis de las personalidades de los personajes, unas veces más intenso, otras más forzado. No obstante, es difícil apartar la mirada del escenario, tanto por sus elementos llamativos como por la constante actividad.