"El Misántropo": La importancia de tener un nombre

El Misántropo interpretado por Fernando Albizu, reivindica el derecho a ser huraño por naturaleza y lo lleva hasta el extremo por convicción. Para él, retirarse al campo es la única opción para llevar la vida que quiere. En esta versión contemporánea se convierte en alguien que defiende lo sostenible y que aboga por una vida austera. Por eso le sacan de quicio unos urbanitas, liderados por África Gozalbes que han decidido construir un hotel ecológico ofreciendo retiros espirituales para los que necesitan desestresarse de la ciudad.

Este entorno rural se ve sacudido por la llegada de unos urbanitas con posibles que han construido un hotel ecológico que ofrece retiros espirituales para los acaudalados que necesitan desestresarse de la ciudad durante los fines de semana. Esto saca de quicio a nuestro protagonista que no tolera la invasión de su espacio, ni comparte la ideología impostada de estos personajes. Vive con él su hija, al que el autor ha bautizado como La Muchacha, quien ha crecido en ese recogimiento. Pero la chica está en edad de conocer otros mundos y anhela la diversión y los placeres que la ciudad puede ofrecerle. En esta versión este personaje tomará las riendas de su devenir argumental.

La trama gira entorno a ella y es el único personaje de la función que no tiene nombre. Se encargará de romper la cuarta pared para contarle al público la situación de la mujer en la Grecia clásica y exigirá tener un nombre. Contará para ello con la colaboración del dios Pan, quien a su vez, es el encargado de presentarle a Sóstrato, el hijo de la propietaria del hotel rural, que se enamora perdidamente de la hija del Misántropo… Y ahí empieza la comedia. (TEATRO FERNÁN GÓMEZ). 

¿Es bueno que el hombre esté solo?

La llamada Comedia Nueva del siglo IV a.C., cuya estrella más refulgente fue Menandro, abandonó los temas políticos de la Comedia Antigua y simplificó formalmente los espectáculos, para proponer un teatro de enredos amorosos, con personajes cada vez más estereotipados. De las más de cien obras que firmó Menandro solo El Misántropo se conserva completa. El resto nos llegan de forma fragmentaria, si es que nos llegan. Sin embargo, fue gracias a la labor de reformulación del romano Plauto que el estilo pervive prácticamente hasta nuestros días. Por eso, aunque no es un autor bien conocido por el público, sus argumentos nos suenan familiares.

El Misántropo nos traslada a las proximidades de una Atenas ya en decadencia. Una ciudad devastada por la guerra y ya bajo el influjo de Macedonia. La obra de Menandro nos da pocas pistas de esta situación política. La evasión y la risa son su objetivo. Nos presenta a un personaje gruñón, Cnemón, que busca, lejos de sus conciudadanos, la paz que necesita. Todo habría ido bien, si el dios Pan no hubiera metido sus pezuñas en el asunto.

El nombre claro que importa

María Ordóñez, con un vestido rojo incendiario y unas modernas gafas de sol, interpreta a la muchacha. La innominada responsable de la acción dramática. La adaptación que nos presentan Carol López y Xus de la Cruz se sirve del personaje para reflexionar sobre la anulación de las mujeres en la historia de la literatura y el arte. ¿Es lícito enmendar la proverbial misoginia de los autores griegos dando un nombre a la muchacha? Y, ¿es un deber? ¿Es una herejía? Estas preguntas que nos interpelan sobre dónde nos ubicamos con respecto a la tradición es el punto más interesante de la adaptación.

Sosteniendo este discurso, el humor y el desenfado marcan El Misántropo. Fernando Albizu nos regala un Cnemón que, más allá de su mal humor, solo puede despertar ternura. Pero, sobre todo, es Ángel Ruiz, en sus dos papeles, como el dios Pan y como Sicón, quien lleva la comedia a niveles estratosféricos. El esclavo, convertido aquí en gurú de la nueva era, ofrece los momentos más hilarantes.

Merece también mención la escenografía de Alessio Meloni, que nos traslada a ese mundo rural de la Grecia antigua, con sus amapolas y sus gramineas.

Conclusión

Carol López y Xus de la Cruz se sirven del clásico griego para reflexionar sobre cómo nos relacionamos con la tradición, especialmente en sus aspectos más oscuros, en este caso, la misoginia. Conservando el corazón argumental pero introduciendo importantes variaciones en las líneas secundarias,El Misántropo de Lazona ofrece un espectáculo divertidísimo y anacrónico que es una fiesta, llena de música y personajes estrafalarios.

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