Agustín Jiménez y Carlos Chamarro protagonizan Perdidos, una divertidísima comedia en la que dan vida a dos operarios de calderas con la vida más o menos solucionada pero… ¡Ay! un puntito de salseo en la vida nunca está de más.
La dramaturgia a cargo de Ramón Madaula y la dirección de Ignasi Vidal forman un tándem perfecto para llevar al escenario esta representación fresca y natural de las conversaciones y confidencias de dos amigos en un bar.
La podemos disfrutar hasta el día 31 de octubre en los Teatros Luchana de Madrid, que guarda todas las medidas necesarias en estos tiempos de pandemia, consiguiendo que disfrutemos de la Cultura de una manera completamente segura.
Duración: 65 min. apróx. Dirección: Ignasi Vidal Dramaturgia: Ramón Madaula Adaptación y ayte. de dirección: Roberta Pasquinucci Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Taller de escenografía: Readest
Diseño de iluminación: Ciru Cerdeiriña
Arreglos y serigrafías vestuario: Paloma De Alba
Fotografías: Javier Naval
Vídeo: David González
Prensa: Josi Cortés
Dirección de producción: Nadia Corral
Agradecimientos a: Taberna Cascajares, Restaurante Senador y Cafés Templo
Distribución: Fran Ávila Producción: Octubre
Tráiler de 'Perdidos'
Sinopsis de 'Perdidos'
Perdidos nos presenta a dos hombres, Juan y Luis, empleados de una empresa de recambios y reparaciones de calderas, se encuentran cada mediodía para comer. Una noche organizan una cena con sus respectivas compañeras. A partir de entonces, la relación entre ambos cambiará. Una propuesta de lo más inocente (o no) de Juan provocará un incendio cuyas imprevisibles consecuencias hará peligrar la apacible vida de hombres de familia de la que disfrutan.
Se abre el telón
En Perdidos, nos encontramos en un bar, español, o madrileño de barrio para más señas. Barra refregada, cafetera, grifo de cerveza que no puede faltar, por supuesto, y viejas mesas de madera. En el suelo, jalonando la barra, un reguero de servilletas usadas, como está mandao por estos lares.
Dos empleados charlan comiendo en un bar de barrio mientras siguen las noticias en una inexistente televisión y ojean el móvil como todo hijo de vecino. Escenario perfecto para esas amistades laborales que a golpe de mesa y mantel se van forjando día a día.
Risas, confidencias, pensamientos, más confidencias, una propuesta arriesgada… y ya está el lío.
Bares, que lugares
El mundo es un escenario y todos somos meros actores, decía William Shakespeare. ¿Y qué mejor escenario que la barra de un bar, donde todos actuamos con la mayor naturalidad y abrimos esas barreras que en cualquier otro sitio mantendríamos cerradas?
Y eso es lo que recrea de una manera magistral Perdidos. Nos imbuye desde el minuto cero de la obra en esa complicidad absoluta que se tiene compartiendo mesa y café con el compañero, el amigo o el colega de toda la vida. Y nos hace cómplices y partícipes de esas conversaciones graciosas e hilarantes, hasta tal punto, que más de una vez dan ganas de meterse en la conversación de estos dos hombres, que teniendo una vida solucionada, mujeres casi perfectas e hijos encantadores, poco a poco dejan caer que sí, que su vida maravillosa es, pero que les falta un poquito de qué sé yo, que yo qué sé, que les pusiese un puntito de ilusión en su día a día.
En Perdidos, los espectadores nos sentimos como si estuviéramos sentados en mesa de al lado de esta extraña pareja. Y dejamos nuestros problemas para poner la oreja y no perdemos ni una palabra de la interesantísima conversación ajena, en la que los contertulios están perdidos ante los problemas de pareja, roles de género o aspectos de su sexualidad.
Parroquianos del bar
Perdidos era desde el principio, una apuesta segura.
Por un lado, el libreto firmado por Ramón Madaula, tiene unos diálogos naturales, ágiles, frescos y un humor blanco, familiar, que hace cosquillas en la mente, sin caer en lo chabacano ni soez, sino todo lo contrario; por otro lado, la puesta en escena a cargo de Ignasi Vidal, acertadísima en su elección de la barra de un bar y el uso de la mímica (muy importante), y cerrando el círculo, los pesos pesados de los protagonistas, Agustín Jiménez y Carlos Chamarro, completan el elenco de esta comedia entrañable, sorprendente y maravillosa.
De ellos poco podemos decir que no sepa todo el mundo. A Agustín Jiménez conocido monologuista y actor cómico, le pudimos ver en este mismo teatro con la obra Que nadie se mueva, interpretando a un Ertzaina, y a Carlos Chamarro, que entró en nuestras casas todos los días de la mano de Cámara Café, desde Cinemagavia pudimos verle en Entre ella y yo, una hilatante obra en la que se cuestiona los problemas de la paternidad.
En esta ocasión, ambos actores, de reconocida vis cómica y amplia experiencia en pisar las tablas de los escenarios, demuestran también su valía en los momentos dramáticos que vendrán dados por los giros de guion, dando tintes increíbles de verosimilitud a la espiral vertiginosa y problemática en la que se meten por jugar con fuego. Tanto en los momentos graciosos como en los dramáticos, actúan desde la verdad del personaje, mostrando sus emociones y, hasta vemos como, por ejemplo en el caso de Carlos Chamarro, su cara va transformándose en un rostro desquiciado, según avanza y se complica hasta el infinito la trama.
Nos reímos con ellos y sufrimos con ellos.
Conclusión
Perdidos es una comedia divertidísima, con mucha más enjundia de lo que a priori pudiera parecer, que nos hace reír desde el minuto cero, pero, aun entre risas y cosquillas en el alma, nos pone a veces el corazón en un puño, pues no sabemos cómo los dos protagonistas, Agustín Jiménez y Carlos Chamarro van a salir del enredo en el que se han metido.
A destacar, desde luego, la extraordinaria actuación y transformación de los dos actores y la evidente complicidad entre ellos.
Esta obra, nos traslada a ese mundo cotidiano y relajante, propicio a confidencias, que son los bares y pone sobre la mesa los roles de género, los problemas de pareja, la monotonía de los matrimonios y la amistad.
Una obra de teatro de esas que no olvidas, que cuando piensas en ella, una sonrisa inunda tu cara de oreja a oreja, y de las que te quedas con ganas de volver a ver.
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