El pasado 16 de junio, el Teatro Infanta Isabel estrenó sobre sus tablas la obra de teatro Puños de harina, de Jesús Torres. Esta pieza teatral ha logrado convertirse en un éxito de público y de crítica, destacando la gran labor de Torres como director, dramaturgo e intérprete. Además, se ha alzado con varios galardones que celebran su calidad teatral, como el Premio AutoExprés por la Fundación SGAE. Asimismo, ganó el Premio Nazario 2020 a Mejor espectáculo festival cultural con Orgullo de Sevilla. También ha estado presente de forma internacional, representándose en el John Lyon's Theatre. La obra se representa en el Teatro Infanta Isabel hasta el 10 de julio, coincidiendo con las festividades del Orgullo LGBTQ+ de Madrid.
Título: Puños de harina Título original: Puños de harina
Reparto: Jesús Torres
Duración: 90 min. apróx. Dirección: Jesús Torres Dramaturgia: Jesús Torres Voces en off: Eva Rodríguez, Antonio M.M. y David Sánchez Calvo
Diseño de iluminación: Jesús Díaz Cortés
Técnico de iluminación: Alicia Pedraza
Videoescena: Elvira Zurita
Escenografía: Jesús Días Cortés y Jesús Torres Vestuario: Mario Pinilla
Espacio sonoro y música: Alberto Granados Reguilón
Coreografía: Mercé Grané
Entrenamiento personal: Diana Caro
Entrenador de boxeo: Nelson Dotel Diseño gráfico: José Ponce de León Fotografía: Moisés F. Acosta
Jefa de prensa: Raquel Berini Técnico de sonido y vídeo: Antonio Villar
Producción: El Aedo Teatro con el apoyo de Europa2020, AECID Programa Ventana, INAEM, Junta de Andalucía y Comunidad de Madrid.
Tráiler de 'Puños de harina'
Sinopsis de 'Puños de harina'
La obra de teatro Puños de harina reflexiona sobre el racismo, la homofobia, la violencia y la masculinidad. Destaca por su cuidada puesta en escena y una notable factura técnica, y cuenta con reconocimientos como el Premio Teatro 2019 AutorExprés por Fundación SGAE, el Premio Nazario 2020 a Mejor Espectáculo del Festival Cultura con Orgullo del Sur de Europa y es Finalista a los Premios Max 2021.
A través de un combate de boxeo teatral conocemos la historia de cómo Rukeli, Saúl y otros gitanos lucharon, resistieron, murieron y sobrevivieron al Holocausto y a la sociedad; pero Puños de harina también es la historia de cómo algunos hombres se esfuerzan por encajar en el concepto ideal de “ser hombres de verdad”, en un contexto que los rechaza por su raza u orientación sexual. (TEATRO INFANTA ISABEL).
Dos historias unidas por el estigma
Jesús Torres ha logrado que Puños de harina, obra de teatro con la que lleva en cartel ya durante un tiempo prolongado, se convierta en un auténtico éxito. Esta pieza teatral narra la vida de dos hombres: Saúl y Rukeli, quiénes estuvieron marcados por la discriminación por ser gitanos y/o homosexuales. Sin embargo, Torres realiza dos caminos vitales totalmente distintos entre ambos personajes, que se traduce en un desarrollo bien definido que permite al espectador conocer a los dos de una manera profunda. Además, ofrece momentos realmente emocionantes, donde es imposible no sentir todo ese remolino sensitivo. Por tanto, se ve una sensibilidad exquisita, mostrando la calidad narrativa del autor. También cabe destacar que no es nada fácil elegir qué episodios van narrándose con cada round, lo que demuestra una estructura muy definida que no se pierde en su metamorfosis.
En el caso de Rukeli, reivindica una figura histórica, que tuvo tras de sí una historia llena de potencia, dejando estupefactos a los espectadores. No obstante, Torres extrae su mayor fuerte de humanizar totalmente al personaje y evitar laurearlo gratuitamente. Así, logra que se cree una empatía directa hacia los asistentes. De la misma forma, destaca cómo va navegando por Saúl, mostrándose las heridas de una sociedad conservadora y heteropatriarcal. Además, lo ambienta en la época actual, para incidir en la necesidad de referentes. Ahí es donde la pieza teatral culmina, con una conclusión realmente fuerte y concisa, donde se subraya la importancia de verse representado, sobre todo aquellos colectivos más excluidos socialmente. Por tanto, esta obra es pura humanidad y sinceridad. Como detalle, se puede ver el bagaje cultural del dramaturgo, lo que es todavía un punto más a favor.
La batalla
Una larga trayectoria avala la labor actoral de Jesús Torres. Por lo cual, no es tan extraño que se enfrente a Puños de harina, una obra de teatro que necesita una interpretación totalmente versátil. Por un lado, se convierte en Rukeli, estableciendo distintos conceptos muy definidos para dar un retrato sobre el famoso boxeador. Además, le otorga una personalidad muy particular, amparada en gestos, en miradas y en movimientos. Su lenguaje corporal es excelso, lo que indica cómo ha trabajado al máximo cada punto del personaje. Por ello, aunque no haya una metamorfosis más lúcida como en Saúl, sí destaca la coherencia con la que va desarrollándose su historia. Con lo cual, es una maravilla ver ese contraste entre los dos personajes. Únicamente, podría haber algún tic en el personaje de Rukeli que resultase algo más reiterativo para el público, como es el hablar en tercera persona.
Después, con Saúl, juega en un registro muy diferente, haciendo el cambio instantáneamente entre un personaje y otro. Gracias a ello, se ven distintos perfiles del actor en una misma obra. Mientras que en Rukeli hay una propuesta más clásica, con una voz muy concreta, con Saúl se decanta por el costumbrismo y la cotidianidad andaluza. Sin embargo, no cae en clichés, ni tampoco remarca ese carácter andaluz. Así, fabrica una actuación que emerge desde la verdad, donde el espectador comprende perfectamente las emociones de Saúl y que llega a provocar, incluso, lágrimas entre los asistentes. Mediante esa dicotomía entre los dos personajes, Torres demuestra ser uno de los intérpretes más potentes de su generación. Además, destaca la rapidez con la que cambia el registro en cada parte, su transformación física instantánea – con cambio de vestuario incluido – y el trabajo corporal medido completamente.
Recomposición de la memoria
La propuesta artística de la obra de teatro Puños de harina se compone de una mirada totalmente teatral, pero también se ve una clara influencia del audiovisual. Por tanto, Jesús Torres propone una puesta en escena donde la proyección toma una alta importancia sobre las tablas. Así, se ven dos lugares diferenciados: por uno, la más teatral, compuesta por distintas estructuras que llevan a la infancia, adolescencia y juventud de Saúl y, por otro, el ring de la vida de Rukeli. En el caso de este último, se presenta una composición de telas blancas que facilitan que se refleje la majestuosidad de la videoescena creada. Este planteamiento es totalmente atractivo, se ve un trabajo detrás impoluto y un cuidado estético exquisito. El montaje de las imágenes acierta absolutamente, siendo de las principales claves de esta propuesta.
Después, la parcela de Saúl equilibra ese efecto audiovisual con una organización más teatral, más física, que permite asistir a esa diferencia entre pasado y presente. La composición de la escenografía es todo un acierto, sacándole partido a cada elemento que hay sobre las tablas. También hay que aplaudir la labor de la iluminación, no solo como contraste y focalización de la acción, sino como elemento expresivo artístico muy bien confeccionado. Asimismo, el espacio sonoro y la música terminan por completar el lienzo teatral, captando la sensibilidad y el detalle. Solamente, durante los primeros rounds, podría tardar algo en arrancar la acción. En consecuencia, puede parecer que el ritmo entra en un bucle menos dinámico, pero, después de asentarse, logra levantar totalmente el vuelo y se convierte en una obra que triunfa en su conjunto.
Conclusión
Puños de harina es pura emoción, sensibilidad y humanidad, una reivindicación de la necesidad de referentes, sobre todo en comunidades que sufren discriminación, ya sea por ser gitanos o por su orientación sexual. Una dramaturgia que triunfa por la verdad que transmite, emocionando en todo momento y con una evolución muy potente. Además, se une una conclusión precisa y de vital importancia. Asimismo, Jesús Torres celebra su trabajo con una interpretación exquisita, dejándose el alma y la piel para formar dos personalidades muy distintas.
Gracias a ello, muestra distintos perfiles y contrastes, lo que da una riqueza absoluta a su trabajo sobre las tablas. La propuesta escénica es atractiva, tanto por lo audiovisual como lo puramente teatral, ha sabido sacar partido a todos los elementos artísticos que hacen acto de presencia en la escena. La lucha por la visibilización, por las vidas marcadas por el racismo y la homofobia, una obra muy completa y llena de aristas y sinceridad.