David Serrano adapta la obra original de JP Miller, llegando al Teatro Infanta Isabel con la tercera temporada de Días de vino y rosas. Este clásico es considerado de culto, tanto por su versión teatral de Owen McCafferty, como por el largometraje realizado por Blake Edwards. Este montaje está dirigido por José Luis Sáiz y protagonizado por Federico Aguado y Cristina Charro. Se puede disfrutar todos los martes y miércoles a las 20 y 19 horas, respectivamente, desde el 28 de septiembre.
Crítica de 'Días de vino y rosas'
Resumen
Ficha Técnica
Título: Días de vino y rosas
Título original: Days of Wine and Roses
Reparto:
Cristina Charro (Sandra)
Federico Aguado (Luis)
Duración: 80 min. apróx.
Dirección: José Luis Sáiz
Dramaturgia: Marcial Álvarez y José Luis Sáiz
Guion original: J.P. Miller
Adaptación teatral: Owen McCafferty
Versión y traducción: David Serrano
Vestuario: Lupe Valero
Prensa: María Díaz
Ayudante de dirección: Carlos Chacón
Diseño de iluminación: Alejandro de Torres
Foto: Encarna Martínez y Elena Martínez
Vídeo: David Ruiz y Txus Jiménez
Producción: ADN Teatro
Tráiler de 'Días de vino y rosas'
Sinopsis de 'Días de vino y rosas'
Las trampa del amor
Tercera temporada de Días de vino y rosas, bajo la adaptación de David Serrano, que se basa en la dramaturgia de Owe McCafferty. A su vez, esta pieza teatral tiene su origen en el film homónimo, dirigido por Blake Edwards. Nuevamente, se pone sobre las tablas la relación de Sandra y Luis, los cuales tras un encuentro fugaz, terminan por compartir su vida. La dramaturgia expresa la llegada del alcohol a sus vidas, convirtiéndose en el principal eje de destrucción. Por tanto, el texto goza de una evolución cruda, en la que se exponen las adicciones desde una mirada más cercana y donde muestra el peligro que se produce en torno a ellas. Asimismo, hay una evolución que permite al espectador navegar por los distintos estadios en los que se desarrolla el alcoholismo. Sin duda, deja una sensación amarga, lo que indica la calidad del libreto.
La metamorfosis de la pareja protagonista se posiciona en una guerra interna que va calentándose a fuego lento, pero termina por explotar a un ritmo más rápido. Con lo cual, exporta la enseñanza de cómo las redes del alcohol no entienden de tiempos ni estatus. Sin embargo, esta dramaturgia se encuentra ciertamente más condensada en el tiempo que el producto original e, inclusive, que la primera temporada de este montaje. En consecuencia, la profundidad que ofrecían algunas escenas más extensas en el tiempo, se ven excesivamente acortadas, lo que no da tiempo a consolidar el mensaje. Se necesita una composición más elegante, más sensible, dejar que se asiente toda esa vorágine emocional y visceral que pasan por las vidas de los personajes. Con más tiempo, sería posible obtener un impacto mayor sobre el público, lo que significaría una ejecución todavía más potente de lo que ya es.
Solos y acompañados
Cristina Charro y Federico Aguado vuelven a la tercera temporada de Días de vino y rosas, interpretando a Sandra y Luis. En primer lugar, Charro, al llevar todas las funciones de esta obra, le da ventaja a la hora de abordar a su personaje. Aun así, hay que aplaudir que siga dándole la humanidad y el desgarro interior que le exige este trabajo en escena. No hay ningún momento en el que flaquee, siendo un escaparate emotivo que se cuece a fuego lento, sin sobresaltos, pero con cambios expresivos importantes. Por lo cual, Charro sabe encontrar el punto justo en cada una de sus escenas, lo que hace que no sea complicado establecer una línea empática con los espectadores. Una actuación que no necesita de artilugios para llegar hasta el fondo de aquello que no es tan fácil escenificar.
Por su parte, Federico Aguado se transformo en un aguerrido Luis, con una transformación a la inversa, de más fuerte a más humano. Su trabajo en escena se compara con lo que le sucede a su personaje: comienza en un nivel que cumple, pero no impacta, terminando en un punto absolutamente apoteósico. Esta muestra dramática no se debe ni cae en florituras, sino a un desarrollo más personal, desde las entrañas. En estos puntos son donde se gana al público. Sin embargo, previa a esa transformación, su fórmula de adicto no se configura con toda la naturalidad que pudiera. No cae en la sobreactuación, pero le cuesta no hacer uso de pequeños tics que no quedan orgánicos. Aun así, en su interpretación global hay un desempeño más que notable. Para terminar, entre los dos actores hay una confianza que se palpa en el ambiente.
La bajada al submundo
El universo que se forma en la tercera temporada de Días de vino y rosas lleva una construcción ambivalente que escenifica a la perfección el infierno al que asisten los espectadores. Para comenzar, la escenografía se compone de dos sillas, acompañadas de una estructura azul metálico que es uno de los mayores puntos de apoyo en esta propuesta escénica. Esta primera toma de contacto permite al público que sea capaz de comprender que la obra va a ser más sutil en su composición artística. Dicho de otra forma, se va a valer de un mundo más basado en los estímulos, en el sentir, que en lo tangible. Indudablemente, es una decisión inteligente, ya que así logra fácilmente el favor del espectador, lo que hace que se establezca un hilo personal entre obra y persona.
Se presencia la utilización de una vertiente performática, sobre todo en una escena clave para la pieza teatral, una escenificación del hundimiento personal. No obstante, a pesar de explorar ese lenguaje artístico y estético, con un uso del color, de los cuerpos y de la violencia gráfica, con un punto de locura, se echa en falta que lo dejen en el tiempo unos minutos más. Con tan solo un poco de tiempo, sería un absoluto momento de clímax y una auténtica explosión catártica. Aun así, sigue siendo una de las mejores partes de la obra y una de las elecciones más acertadas del montaje. Por otra parte, el ritmo sigue una línea totalmente activa, no da tiempo al respiro, pero tampoco se atraganta. Gracias a ello, se mantiene esa energía en alza, sabiendo dar vías de escape a la tensión y permitiendo asentar más el conglomerado técnico y visual.
Conclusión
La tercera temporada de Días de vino y rosas es una muestra de la destrucción, dibujada en una historia veraz y personal. Asimismo, hay un golpe de efecto visceral, certero y que no escatima en exponer las consecuencias de la adicción. Toda esta construcción elevaría más su potencia si se dejase reposar más en el tiempo, dejando al espectador asimilar ese maremoto de emociones. Liderada por una estupenda Cristina Charro, Federico Aguado triunfa en su parte más personal y humana. Por otra parte, la puesta en escena obtiene su mayor valor en la performance, en el movimiento y en el uso del color. Se podría fomentar todavía más ese despliegue creativo. El infierno en vida envuelto en una adaptación reflexiva, que habla sin tapujos sobre el alcoholismo y brilla por su carácter arrollador.
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