El pasado 23 de junio se estrenó Los nocturnos en la Sala Margarita Xirgu, en el Teatro Español. Dirigida por Magüi Mira, está escrita por Irma Correa, tomando las figuras de George Sand y Fréderic Chopin como principales protagonistas. Marta Etura y Jorge Bedoya son los encargados de dar vida a la famosa pareja de artistas, donde la pasión y el romanticismo impregnan la sala. Tildándose a sí misma como una visión libre y radical, esta producción de Bitò y Teatro Español se mantiene en cartel hasta el 17 de julio.
Título: Los nocturnos Título original: Los nocturnos
Reparto: Marta Etura (George Sand) Jorge Bedoya (Fréderic Chopin)
Duración: 70 min. apróx. Dirección: Magüi Mira Dramaturgia: Irma Correa Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Espacio escénico: Estudiodedos: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán (AAPEE)
Diseño de vestuario: Helena Sanchis
Diseño de sonido: Jorge Muñoz
Movimiento: Mónica Runde
Música: Frédéric Chopin
Piano y composiciones originales: Jorge Bedoya
Ayudante de dirección: Jorge Muñoz Producción: Bitò y Teatro Español
Tráiler de 'Los nocturnos'
Sinopsis de 'Los nocturnos'
Los nocturnos, de Irma Correa, es un torrente donde el amor fluye con dulzura, baila sin freno y llora con dolor. Marta Etura y Jorge Bedoya se desbordan encarnando a Aurora y Frédéric, dos animales de la creación, escritora y músico, dos poetas de la vida, que chocan como dos estrellas en esa nocturnidad infinita. (TEATRO ESPAÑOL).
Entre Aurora y Fréderic
Irma Correa toma la pasional relación entre George Sand y Fréderic Chopin para escribir Los nocturnos. La pieza teatral realiza un retrato de la famosa pareja de artistas, que se convirtieron en todas unas celebridades. Así, se analiza el trasfondo y el contexto que permitió que la escritora y el músico se conocieran. En este aspecto, se agradece que haya obras que permitan abrir la puerta a generar interés en personajes históricos que tienen total relevancia en el mundo cultural. Sin embargo, la construcción de su relación no profundiza lo suficiente, por lo que se comprende desde donde parte, pero no hacia dónde va. En consecuencia, se intuye lo que quieren mostrar de ambos, pero se necesitan más matices y aristas, dado que su historia podría dar para muchísimo más y se queda en algo más sencillo.
Por otro lado, se aplaude que haya esa intención de elevar la figura de George Sand como icono feminista, adelantada a su tiempo, que fue. Se desarrolla su lucha personal en un mundo de hombres, donde logró remover los cimientos de una sociedad conservadora. No obstante, hay ciertas frases y conclusiones que terminan por aderezar el texto con cierto oportunismo, remarcando de forma excesiva el carácter feminista que se desea dar a la escritora. Por tanto, chirría que se señale de una forma tan vehemente, ya que simplemente con su historia se podría asociar a esa lucha feminista en un mundo de hombres. Después, la naturaleza de Chopin y Sand venía marcada por la dominación, por un cambio de roles entre los dos artistas, que aquí no se muestra. Por ende, se deja un relato que habla de una pareja llena de pasión, pero faltándole una personalidad más definida.
El romanticismo en tiempos cambiantes
Marta Etura y Jorge Bedoya tienen el reto de convertirse en George Sand y Fréderic Chopin, respectivamente. En primer lugar, Marta Etura ya ha demostrado en varios trabajos previos que tiene un magnetismo muy especial, una mirada cautivadora. Por lo que, durante su labor sobre la escena, la actriz utiliza como principal baza su lenguaje no verbal, esa sensualidad explícita y una fuerza atrayente. Asimismo, hay una dicción bien ejecutada, que facilita la comprensión de todo el germen de emociones que relata en sus diálogos. Sin embargo, no destaca todo lo que pudiera en su interpretación, al perderse en una puesta en escena que no le permite lucirse. Con lo cual, hay mucho movimiento y mucha expresión corporal, pero falta aderezarlo con algo más de emoción, de intimidad y de dirección.
Jorge Bedoya ejecuta una interpretación musical de calidad, se ve perfectamente su labor como músico. Es todo un reto meterse en la piel de Fréderic Chopin, por lo que se comprende que la labor dramática que se espera de él sea de alto nivel. Omitiendo el poco parecido entre el histórico pianista y Bedoya, la manera de tocar el piano es un punto más que a favor, pero contrasta con una actuación teatral más descafeinada. Se ve el planteamiento y el compromiso del actor con su personaje, pero no consigue salir de la ligereza con la que lo plantea. No hay más fuerza, potencia y termina por ser una interpretación donde habría que pulir mucho más. Así, el actor podría convencer más en Los nocturnos, dado que todavía no logra una construcción más detallada.
El espacio entre dos seres
La puesta en escena de Los nocturnos tiene una personalidad totalmente dicotómica. Por un lado, el sello de identidad y la construcción visual del espacio es una maravilla, viéndose una elegancia muy bien conseguida y una elección efectiva, analiza a nivel artístico. De esta manera, el piano toma su espacio principal, mientras que deja la otra parte para dar rienda suelta a una escenificación de los acontecimientos más metafórica y visual. Por tanto, se valora un gusto estético bien seleccionado. Sucede lo mismo con la elección de vestuario, que lleva a aquellos años, pero también sirven, como en el caso del vestido, de propio elemento escenográfico. También se aplaude la composición de iluminación, ya que el espectador disfruta de los distintas luces duras que dan mayor impacto y dramatismo.
Sin embargo, toda esa propuesta se difumina al ejecutarse en vivo. Se siente que hay muchos aspectos sobre la escena, pero realmente no son tantos. La razón es que se genera mucho ruido entre ellos, lo que hace que no trabajen en conjunto, sino cada uno por su propio camino artístico. Así, la escena de los metrónomos, distraen más que aportan a lo que sucede sobre las tablas. Por ende, el público no disfruta todo lo que pudiera del apartado técnico y artístico, quedándose en un potencial que se autoboicotea. También sucede lo mismo con los actores, quiénes no obtienen el foco principal en los momentos más emotivos, sino que se pierden en acciones que tampoco llegan a un efecto envolvente. Por ello, el montaje no explota todo su potencial, pasa sin grandes sobresaltos y le falta esa pasión que necesita una obra como esta.
Conclusión
Los nocturnos recrea la relación entre George Sand y Fréderic Chopin, mediante una dramaturgia que reivindica sobre todo la figura de Sand como icono feminista. Sin embargo, al tomarse dos figuras de tal magnitud, se pierde en una dramaturgia que no recoge todas las aristas y detalles personales de ambos artistas y se queda en un desarrollo más estándar de una relación de amor. Por lo cual, la base está bien planteada, pero necesita ir más allá y no quedarse en un plano tan superficial.
Por otro lado, la puesta en escena tiene una estupenda construcción, si se analiza de forma aislada, pero al ejecutarse en vivo, se genera mucho ruido entre los distintos elementos y no logra lucirse todo lo que pudiera. Después, el elenco realiza una labor que cumple, pero sin sorprender ni ir hasta el final. En el caso de Etura, se mantiene ese magnetismo potente y un uso del lenguaje corporal estupendo. Una historia de amor que expone un buen planteamiento, pero todavía tiene que definir su desarrollo.