David Martín volvió a las tablas de El Umbral de Primavera el pasado 9 de septiembre con Maite, la segunda obra de la trilogía Tres Mujeres. Tres Historias. Esta pieza tiene su origen en la investigación sobre los valores que conforman la actual lucha feminista. Producida por Cero No Producciones, permiten vislumbrar las perspectivas de esta revolución social. Para ello, ha contado con Marta Palazón, que protagoniza este espectáculo teatral. Asimismo, la acompañan en escena Ángela Mediero y Quico Carmona. Una obra que ya fue un éxito en sus anteriores representaciones.
Reparto: Marta Palazón (Maite) Ángela Mediero (Pilar) Quico Carmona
Duración: 75 min. apróx. Dirección: David Martín Dramaturgia: David Martín Música en directo: Quico Carmona
Voz en directo: Ángela Mediero
Ayudante de dirección: Kaco Guerra
Compositor y director musical: Quico Carmona
Escenografía e iluminación: Teresa Conde
Vestuario: Andrea Reina Producción: Cero No Producciones
Sinopsis de 'Maite'
Maite es una joven que empieza su carrera universitaria en Ingeniera Industrial. Hasta entonces su vida había sido fácil, gracias a que ha nacido y crecido en una familia acomodada. Tiene novio, del que está felizmente enamorada, o eso cree ella. Tras varias tutorías con uno de los profesores en las que hay un juego de coqueteo, tiene dos citas con él. El morbo, la sensualidad y la sexualidad se apoderan de ella, descuidando su relación. Pilar, una de sus nuevas amigas de la universidad, aconseja a Maite. Cuando intenta restablecer su vida, deberá enfrentarse a un novio oxidado por el olvido, una vida demasiado estructurada y la verdad sobre su amante. (EL UMBRAL DE PRIMAVERA).
La dificultad de hablar de la verdad
La historia detrás de Maite comienza como una vivencia conocida por una gran parte del público, de esas experiencias juveniles durante los primeros años universitarios. Esa cotidianidad alegre y sin complejidad, siembra una duda al espectador sobre lo que realmente desea contar la obra teatral. Sin embargo, poco a poco se va complejizando lo que su protagonista desea expresar, convirtiéndose, aparentemente, en un descubrimiento de la sexualidad, de la identificación personal, de la madurez de las relaciones y de la gestión de las emociones. Gracias a esa metamorfosis a su tiempo, se van hilando las distintas situaciones que se desean desgranar ante una aparente vida dentro de lo común. El problema se halla en que la complejidad de la verdadera problemática de la dramaturgia tarda excesivamente en abordarse, lo que deja un desarrollo excesivamente apresurado para la temática de la que se está hablando.
Durante ese último acto, es donde se ve la magnitud del mensaje que se desea transmitir, donde se identifica la intención de la propia obra. El conflicto surge en cómo todo lo narrado hasta entonces deja de tener una particular consistencia, dado que solo importan aquellos datos que sobrecogen al espectador. A pesar de ello, la valentía de hablar de cómo ciertas situaciones se da en contextos cotidianos, exponen el referente de comprender que ese tipo de acciones, lamentablemente, no necesitan de un contexto concreto para producirse. Además, se deja de tratar a las personas que lo sufren como meros números, o como objetos pasivos de lo sucedido, sino que toman nombre y se reivindica la necesidad de darles su espacio y lugar. Dicho de otra forma, es un grito claro sobre la importancia de seguir fomentando un cambio en el tratamiento y recepción en este tipo de casos.
La narración del horror
La mayor parte del peso sobre Maite está a cargo de Marta Palazón, que es quien da vida a la protagonista que da nombre a la obra. Palazón comprende el lenguaje y el reto interpretativo que tiene sobre la escena. Por lo tanto, parte desde un prisma más ligero en las primeras escenas. De esta forma, transmite la candidez, inocencia y falta de experiencia que le demanda su personaje. Según va avanzando la trama, se incorpora la expresión corporal en una coreografía sobre la escena, que cumple sin problemas. Asimismo, no tiene reparos en experimentar, mediante su cuerpo, el dolor, la rabia, el desasosiego, la pesadumbre y, en especial, la vergüenza y caída. Por ello, se agradece apreciar una transformación llena de verosimilitud, ya que es un reto muy complicado. Inclusive, cabría mencionar que partes del texto se salvan por el desempeño de Palazón en escena.
Ángela Mediero forma parte del reparto de una manera mixta, dado que es una especie de musa con sus cánticos, a la par que se mete en la piel de Pilar, una de las mejores amigas de Maite. Durante dos tercios de la obra, solamente se le puede juzgar musicalmente, obteniendo un resultado tibio y en el que se echa en falta una mayor vocalización. Aun así, a nivel actoral, sorprende por la fuerza con la que pisa el escenario. No se puede negar que su participación como Pilar está llena de pasión, de carisma y de ese torrente energético que levanta el último tramo. Una interpretación impoluta que equilibra su faceta como narradora externa. Después, Quico Carmona realiza una función estupenda al piano, pero su actuación en escena cae en una monotonía y planitud, que no se puede permitir por efectuarse como colofón de la propia obra.
Experimentación teatral del dolor
Una de las principales decisiones artísticas más inteligentes realizadas en Maite es cómo separa los tres espacios para que se conviertan fácilmente identificables para el espectador. Por un lado, se ve lo que sería el mundo de Maite con Pilar y su particular salón. Después, los asientos de un coche como símbolo que refleja a su novio, mientras que un escritorio con ordenador emula el espacio del profesor de Maite. Las transiciones entre los distintos episodios de la vida de Maite fluctúan sin problemas entre unos y otros, agradeciendo que haya una composición lumínica que aporte mayor dinamismo y acabado visual en la puesta en escena. Por otra parte, la coreografía de los personajes, aunque bien ejecutada por las intérpretes, hay momentos en los que podría controlarse su uso sobre las tablas.
A nivel sonoro, no se comprende la coherencia de introducir piezas musicales, mientras hay ese despliegue de preguntas vitales sobre la protagonista. Además, se presenta como una distracción que podría incomodar a parte del público. Tal vez, hubiera sido más apropiado acompañarlo de música en directo, únicamente instrumental, ya que la narración de la propia Maite es más que suficiente para comprender lo que está sucediendo. En consecuencia, se siente cierta redundancia en esa combinación extraña de música y drama. Al contrario que el montaje, que se desarrolla de una forma fluida y agradable, hay un buen arco energético. Asimismo, el cambio de registro abrupto es una auténtica maravilla, muy efectivo. Ese golpe de efecto es una bofetada de realidad y comprensión, un alzar la mano de forma artística, que para un tema como el que se aborda, es una decisión excelente.
Conclusión de 'Maite'
Maite expresa y debate sobre el crecimiento personal y vital, conjugándose con una temática compleja con una perspectiva necesaria. La identificación y reivindicación de las víctimas como personas con nombre e historia detrás, es un reflejo de la necesidad de reflexionar sobre el tratamiento de este tipo de casos. La dramaturgia tiene momentos emocionales y una construcción que navega en la cotidianidad. Por otro lado, Marta Palazón lidera el reparto con una interpretación notable y un uso del cuerpo apropiado. Junto a ella, una magnífica Ángela Mediero interpretativamente, flaqueando, únicamente, a nivel musical.
Quico Carmona realiza una labor al piano precisa, pero se pierde totalmente en su actuación. El montaje presenta cierta confusión en su estilo de combinación musical y dramática, aunque halla su fuerza en el ritmo, la composición de luces y en la construcción de los espacios. Una denuncia del trauma desde una visión costumbrista, donde se aplaude la finalidad del texto.